El hombre que más que sentado, parecía tirado de cualquier manera sobre aquel sillón, era la viva imagen del dolor. Por su enloquecida mente viajaban a toda velocidad, los recuerdos de una vida. Las alegrías, las tristezas, las muestras de amistad, la lealtad, y los sueños. Todo ello era su único tesoro, y hacía unas pocas horas, la crueldad, la avaricia, y las ansias de poder desmedidas de un ser despreciable, habían puesto fin a todo.
Levantó la vista y fijó sus enrojecidos ojos, sobre el anciano que lo miraba con verdadera pena.
Albus Dumbledore había sido testigo del desarrollo de aquella historia desde sus inicios. Había recibido a aquel niño aún en contra de todas las recomendaciones y objeciones de los miembros del Consejo Escolar. Había asistido como observador mudo, a los cambios operados en él, y cómo había pasado de ser un niño solitario y triste, a un miembro del grupo élite de la escuela. Vio como se había forjado y fortalecido aquella amistad a través de los años, y estar viviendo aquellos insólitos sucesos, aún no encontraba cabida en su privilegiada mente.
Remus calló durante unos segundos, y luego se puso de pie.
Aunque a Dumbledore le habría gustado poder contradecirlo, darle una explicación, o al menos poder decir algo que calmara aquel dolor y desesperanza, las circunstancias no se lo permitían.
Remus asintió y comenzó a caminar hacia la puerta.
Después de su partida, Dumbledore se sentó en su silla y se llevó la mano a la frente. Había esperado muchas cosas, había imaginado muchos posibles escenarios y desenlaces para la situación que vivía la comunidad mágica, pero todo este desastre ciertamente lo había tomado desprevenido. Si bien era cierto que habían hecho todo cuanto habían podido, y que la de Lily y James Potter, eran unas muertes anunciadas, no lo era la de Peter, y menos aún podían haber esperado bajo ninguna circunstancia, la traición de Sirius Black. De modo que podía comprender perfectamente cómo se estaba sintiendo Remus en aquel momento, cuando todo su mundo y su sistema de creencias se había desmoronado ante sus ojos. Así que penando bien las cosas, tal vez era la mejor decisión, la que acababa de tomar. Y se convenció una vez más, que nuestra psiquis siempre nos dictará lo mejor por hacer.
Salió de sus pensamientos y se concentró en lo inmediato. Había quedado con Hagrid en que se verían en Privet Drive, para dejar a Harry en la casa de su tía. De modo que se dedicó a la nada grata tarea de escribir la nota que dejaría junto con el niño, y esperaba que Petunia Dursley, tuviera la suficiente humanidad para recibir a su sobrino, y de ese modo quedara sellado el encantamiento.
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Después que Remus dejó el despacho del director, avanzó por los pasillos del colegio, vacíos a aquellas horas. Los recuerdos abrieron surcos de dolor, en su ya muy maltratado corazón, y se dio la mayor de las prisas en salir de allí.
Caminó por calles sin rumbo, hasta que sus pies se negaron a seguir avanzando. Había pasado cerca de una semana de un lugar para otro, fue de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, pero en ningún lugar encontró la necesaria paz y descanso que necesitaba. Al final de esa semana, se encontró de pie frente a la tumba de James y Lily.