Varios sucesos tenían conmocionados tanto a los habitantes de Hogwarts, como a su director. Y Remus no escapaba a la preocupación, que en su caso estaba por aumentar de manera alarmante.
Un hecho de la mayor trascendencia había preocupado muchísimo a Remus, y lo había hecho replantearse sus ideas. La noche de Halloween, Sirius había intentado entrar a la Torre de Gryffindor, y lo más insólito para Remus, no era que hubiese podido entrar al Castillo, ya que si alguien conocía de memoria todos los pasadizos que podían llevarlo a él, era Sirius, sino el despiadado ataque al retrato de la Señora Gorda. Sin embargo, y como era de suponer, no pudieron dar con él. Snape se había puesto extraordinariamente pesado, con el asunto de que él estaría ayudando al “desgraciado Black”, pero Dumbledore desoyó sus protestas.
Otro asunto preocupante fue que durante un partido de Quidditch contra Hufflepuff, los Dementores habían aparecido sobre el campo, y esta súbita aparición había hecho que Harry perdiera nuevamente el sentido, cayendo peligrosamente desde las alturas. Afortunadamente, Dumbledore había detenido la fatal caída, y el chico no había recibido el daño que cabía esperar. Sin embargo, su escoba había quedado hecha pedazos, porque había volado justo hacia el Sauce Boxeador. Esto había conseguido que Remus se sintiese terriblemente mal, teniendo en cuenta que aquel peligroso árbol, había sido plantado allí poco antes de su llegada a Hogwarts en su época de estudiante, con el único fin de proteger el pasadizo que llevaba a la Casa de los Gritos.
Harry casi le había suplicado a Remus, que lo instruyera para defenderse de los Dementores. Varias razones lo habían hecho acceder a la petición. La primera, naturalmente que era el hijo de James quien se lo pedía. La segunda, que realmente le iba muy mal al pobre chico con aquellas odiosas criaturas. La tercera, que Harry estaba muy deprimido por esto, y por el hecho de que no podía acompañar a sus amigos cuando iban a Hogsmeade. Y la cuarta, que estaba seguro de que el chico podría con aquel difícil hechizo, que aún a magos experimentados, en muchas ocasiones les costaba.
Para lo que no estaba preparado, era para que lo consiguiera en un lapso de tiempo tan relativamente corto, por lo que no le quedó ninguna duda, de que Harry sería un mago extraordinariamente poderoso.
En navidad otro asunto del cual se enteró con posterioridad, pasó a formar parte de la ya larga lista de preocupaciones de Remus. Había visto con preocupación, que tanto Harry como Ron, estaban muy alejados de Hermione, lo que lo llevó a suponer que habían tenido algún disgusto. Esta suposición quedó confirmada, una noche cuando bajó a la Biblioteca en busca de un libro que necesitaba para su próxima clase y encontró a la chica sola, parapetada tras una descomunal montaña de libros.
A pesar de que en nada había variado su tono natural, la chica pareció sobresaltarse mucho.
Remus la observó durante unos segundos, y llegó a dos conclusiones. La primera, que su distracción no estaba relacionada con la redacción que intentaba terminar. Y la segunda, que algo de seria naturaleza preocupaba a la chica.
Estaba consciente que era una pregunta en extremo tonta, ya que era evidente que no era así, pero no sabía de qué otra forma preguntarle. Pero más desconcertante aún, fue la reacción de ella.
Y sin previo aviso, y sin ninguna explicación, de pronto comenzó a llorar de forma descontrolada después de aquel incoherente intento de respuesta. Remus era un excelente maestro y un gran amigo, pero la verdad era que no tenía ninguna experiencia, en cómo enfrentar las lágrimas femeninas. De modo que se acercó a ella, y sin saber qué decir, se limitó a colocarle la mano sobre el hombro. Pero aquello como que había sido peor, porque solo consiguió que la chica comenzara a llorar con mayor intensidad. Remus acercó una silla y se sentó a su lado.
Remus miró de nuevo la torre de libros, y pensó que no era para menos. La profesora McGonagall ya le había comentado acerca de lo que le había costado conseguirle un Giratiempo, a Hermione, para que la chica pudiese tomar todas las asignaturas que quería, y el enorme esfuerzo que estaba haciendo. Solía hablar con mucho entusiasmo de Hermione, calificándola de una de “sus mejores alumnas”, dudaba que la chica lo supiese, pero conociendo a McGonagall, como la conocía él, aquello era un desmesurado cumplido. Sin embargo, y por alguna razón, no le parecía aquel un llanto producto del estrés por la cantidad de deberes. Pero trató de prestar atención porque ella en medio de los sollozos seguía intentando decir.