Las siguientes cuatro semanas fueron un infierno para Sirius. Se habían trasladado al número 12 de Grimauld Place, un lugar tenebroso en toda la extensión de la palabra. Para su buena fortuna, Dumbledore aun no le había dado la orden de partir a Remus, porque de lo contrario aquella casa habría conseguido lo que Azkaban no, ya que sin duda Sirius habría enloquecido. Entre los recuerdos, ninguno de ellos agradable, los objetos que si no intentaban asesinarte, hacían las cosas o producían los sonidos más insólitos, el retrato de su “dulce” madre que le gritaba las barbaridades más inconcebibles, teniendo en cuenta que era su progenitora, y Kreacher, el maldito elfo doméstico, habría sido demasiado para él solo.
Por supuesto, el hecho de que una semana más tarde, Molly y los chicos llegasen también, había contribuido mucho a su salud mental.
La sola tarea de tener habitaciones en condiciones para poder dormir en ellas, resultó una tarea ímproba. Pero Molly era incansable y a pesar de las muchas protestas de los chicos, ellos también se habían dedicado con ahínco al asunto.
Con todo, Sirius no dejó de escaparse de vez en cuando, para gran consternación de Remus, que pensaba que tal y como había sucedido en la escuela, su influencia era del todo inútil cuando se trataba del buen juicio de su amigo.
A Remus lo había alegrado enormemente la llegada de los Weasley, porque con ellos venía Hermione. De modo que sus días, a pesar de que la idea de tener que partir pronto seguía atormentándolo, se hicieron mucho más llevaderos. Durante la jornada diaria, estaban muy ocupados, “peleando” contra todos los objetos imaginables, pero en las noches, y por muy cansados que estuviesen, habían retomado sus charlas.
Lupin seguía sorprendiéndose de la brillantez de aquella niña, aunque la misma vocecita que habitaba sin permiso en su cerebro, y a la que ya comenzaba a acostumbrarse llamándola “su otro yo”, le hizo notar de manera nada misericordiosa, que ya no era “tan” niña. En realidad sí había crecido un poco durante aquel último año en que no se habían visto, pero él seguía viéndola como la niña que había conocido. Porque la seguía viendo así ¿no? La noche que se hizo esa pregunta, ella se había quedado dormida en el sofá, mientras él leía un poema. De modo que al finalizar, y darse cuenta que ella no estaba escuchando probablemente desde hacía rato, sonrió, cerró el libro y la alzó en brazos para llevarla a su habitación. El asunto fue que al hacerlo, su cuerpo reaccionó en forma violenta e inesperada. La misma vocecita insidiosa y que aparentemente habitaba en su cabeza con el único propósito de hacerle la vida miserable, volvió a susurrarle “Ya no es tan niña”. La colocó sobre la cama, se apresuró a cubrirla con una manta y salió lo más aprisa que pudo, tanto que casi tira a Sirius.
En otras circunstancias, Sirius habría reído de aquel innecesario comentario, ya que era por todos sabido, que si algo lo traía sin cuidado era que alguien se escandalizara por lo que hacía y siempre había sido así. Pero conocía a Remus tan bien como a James, y habría apostado su tan discutido cuello, a que Remus tenía un problema, y de la clase que no discutiría ni bajo tortura. Sabiendo lo primero, y estando positivamente seguro de lo segundo, decidió que no valía la pena faltar a su cita intentándolo en ese momento. Pero lo averiguaría a como diese lugar. Dentro de las cosas que más odiaba en la vida, el no saber algo, iba justamente detrás de estar encerrado.
Aquella fue una noche de pesadilla para Remus, una de las peores que podía recordar. Estaba seguro de que estaba perdiendo el juicio, y se planteó seriamente preguntarle a Albus Dumbledore, si cuando el tiempo avanzaba, su condición afectaba de alguna manera su salud mental. Porque sin ninguna duda aquello que había sentido no era “normal”. Al menos no, tratándose de una criatura que fácilmente podría ser su hija. Y de nuevo la estúpida voz de su cabeza, hizo su trabajo: “Pero no es tu hija”. Se maldijo una y otra vez, y dirigió sus pensamientos en otra dirección, quizá debía imitar a Sirius y salir un poco, tal vez así despejaría su mente de estupideces. Sin embargo, y por muchas vueltas que le dio al asunto, no logró sentirse mejor, y el nuevo día lo sorprendió aún despierto y parado frente a la ventana de su habitación. De modo que tomó una ducha, y cuando bajó, había tomado la decisión de mantenerse a cierta distancia de Hermione, pero por supuesto era más fácil pensarlo que hacerlo, porque apenas entró a la cocina, lo primero que vio fue una melena alborotada que se acercaba junto con todo lo demás, y le estampaba un sonoro beso de buenos días. Sus buenas intenciones se fueron al traste para maligno regocijo de su “otro yo”. No obstante su “yo” más racional, acudió en su rescate, y cuando Molly empezó a repartir las tareas del día, él se aseguró de que lo que tuviese que hacer, estuviese a kilómetros de Hermione, lo que causó la evidente decepción de la chica. Cosa ésta, que estuvo a punto de hacerlo desistir. Pero así se mantuvo ese, y los días siguientes.