En un moderno edificio ubicado en el centro de la ciudad, se encuentra uno de los despachos de abogados más importantes. Bellamy, Nell & Lokerby. Esa mañana, una secretaria cuyo traje era tan austero que gritaba al mundo su cargo, entró al despacho del señor Bellamy con un sobre que llevaba la inscripción de “Urgente” y como procedía de una firma no menos importante, la mujer se apresuró a entregarlo.
John Bellamy abrió el sobre una vez que la secretaria se retiró, pero después que leyó su contenido, se llevó la mano a la sien. Aquella semana comenzaba mal, porque tener que localizar a un individuo que se esforzaba en ser invisible, ya era malo, pero tener encima que hablar con él, era mucho peor.
Podía recordar a la perfección, la primera vez que había tenido que entrevistarse con aquel personaje. Cuando lo conoció en realidad no le había prestado mayor atención, ya que aún era un jovencito, pero cuando llegó el momento de tratarlo, llegó a desear no haberlo conocido. Y no precisamente por su carácter, que no era mucho peor que el de muchos otros sujetos que hubiese conocido a lo largo de su carrera, sino lo que implicó para su vida.
El día que Jason Prewet Campbell, nuevo Duque de Somerled, se presentó en su oficina, la vida de Bellamy cambió por completo. Para empezar, y aunque no se hacía esperar a un Duque, él se presentó un poco antes de lo pautado, pero se negó a esperar, y para asombro del abogado, su secretaria acostumbrada desde hacía años a lidiar con los más recalcitrantes miembros de la nobleza, incluido el anterior Duque, no pudo ponerle freno.
Si bien era cierto que los mayores ingresos de la firma, los producían sujetos como aquel, también tenían otros clientes y era a uno de aquellos otros, a los que atendía Bellamy en ese momento. Sin embargo, tuvo que darse la mayor de las prisas en despachar el asunto y estar disponible para el señor Duque.
Nada más mirar el atuendo del chico le produjo malestar a Bellamy. Iba vestido con un jean negro, una camisa blanca abierta hasta casi la mitad, una chaqueta de cuero y botas altas, tal parecía que acabase de salir de un concierto de Rock o se estuviese bajando de una Harley, y para rematar el enloquecedor conjunto, llevaba el cabello de un largo indecente. Aquel atuendo era casi un insulto en aquella oficina donde predominaba la austeridad de los trajes de diseño, y definitivamente solo los “niños” como aquel, podían darse el lujo de mostrar tanto desprecio por el buen gusto en el vestir.
No obstante, todo lo anterior, se le dispensó el trato que correspondía a alguien de su importancia, y Bellamy se llevó una sorpresa al comprobar que, a pesar de su insultante atuendo, el chico mostraba unos modales impecables y más que dignos del título del que era poseedor. Los problemas se presentaron después.
En cierta forma eso no le extrañaba a Bellamy, ninguno de aquellos chicos habría sido capaz de interpretar correctamente un Balance de Comprobación o un Estado de Ganancias y Pérdidas, ni ningún otro informe Financiero. De manera que enviárselos era un trámite del todo inútil, pero que seguían cumpliendo en apego a las leyes, aunque ellos estuviesen en su yate o en algún casino de Montecarlo gastando el dinero que otros se encargaban de ganar para ellos.
Después que Bellamy lo leyó, lo miró con incredulidad. Realmente aquel era el ser más extraño. O bien le importaba muy poco lo que sucediera con sus bienes, o era en exceso confiado, porque le estaba dando un poder absoluto e ilimitado, para actuar en su nombre.
Bellamy lo miraba boquiabierto, pero no atinó a decir nada, sino que siguió prestando atención.