*Tyler*
Nos montamos en esas barcas mientras ella miraba a nuestro alrededor, como asegurándose de que nadie nos escuchaba, ella suspira y se relaja.
— Lo siento —me mira algo cortada y cabreada.
— ¿Me piensas contar ahora qué pasa? —pregunto histérico.
— Sí…
— Bien, pues te escucho.
— Te parecerá una locura y si después de esto quieres dejar de verme o hablarme puedes hacerlo de todas formas, nos conocemos de hace menos de veinticuatro horas.
— Te sorprendería las cosas que he visto, tú cuéntame y ya veremos qué pasa, luego intento ser comprensivo.
— Vale… —respira profundo y luego suelta aire—. Mi padre es un capo muy importante, esos hombres que nos estaban siguiendo trabajan para él, son mis guardias.
Me quedé atónito, sabía que algo estaba pasando, pero no me imaginaba esto.
— Sé que es difícil de tragar, pero yo no soy como él.
— ¿Cuántos años tienes? —ella se sorprende por mi pregunta, como si le hubiera ofendido de cierto modo.
— Veinticuatro —me mira—. ¿Pensabas que era menor de edad? —me mira mal.
— No, pero era para asegurarme.
— Ya… ¿Entonces?, ¿Qué piensas? —pregunta mirándome a los ojos intentando buscar una respuesta.
— A ver… no puedo decir que me sorprenda, porque no es así —le miro para ver su reacción—. Conozco a personas relacionadas con ese mundo.
— ¿De verdad?
— Sí.
— ¿Entonces no te importa? —dice insistiendo sorprendida.
— En absoluto.
— Es un alivio porque vas a tener que conocerle.
— ¿Por qué? —pregunté con pánico.
— Tiene por costumbre conocer a todos mis amigos —me mira—. No se fía.
— ¿Entonces ahora somos amigos? —quería ver cómo reaccionaba.
— Solo si tú quieres.
— Claro que quiero.
— Me alegro.
A los pocos minutos volvemos a la orilla para dejar la barca y al salir y levantar la mirada me fijé que los dos hombres de antes estaban ahí parados esperando.
— Señorita Sofía, su padre quiere hablar con usted —dice el más alto con bigote.
— Lo sé —contesta sin ganas.
— Y a él también —la indica con la cabeza.
— Como no.
Fuimos caminando hasta la entrada del parque, aparcada una gran furgoneta negra, casi como si fueran a secuestrarnos. Trague saliva por un momento y después continuamos. El camino fu bastante largo, prácticamente estábamos saliendo de la ciudad.
— Oye… —habla Sofía casi susurrando.
— ¿Sí?
— Cuando lleguemos —hace una pausa—. No te asustes, ¿Vale?
— Eso no me tranquiliza.
Continuamos en silencio un rato más, al darme cuenta estábamos entrando por un gran camino de tierra hasta llegar a una gran casa, que digo casa, una gran mansión. Nada más llegar, unas grandes puertas de metal se abren de par en par, una gran fuente en el centro del camino. La decoración, el ambiente, todo parecía muy extravagante. Bajamos de la furgoneta y subimos las cortas escaleras de la entrada.
— Déjeme su móvil —dice el hombre del bigote.
Dudo en dárselo, pero Sofía me mira asintiendo y después cedo a darle el móvil.
Si por fuera todo era un lujo, por dentro era mucho más, me sorprendió tanto este lugar que tenía la boca abierta.
— Lo sé… es demasiado —dice como si estuviera contestando a mis pensamientos.
— No es como lo imaginaba.
— ¿Y qué esperabas? ¿Una granja?
— Sí, algo así —me mira casi fulminándome con la mirada.
— Muy típico de los gringos —voltea los ojos.
Los guardias nos llevaron hasta la puerta de lo que creo que es el despacho de su padre y no entendía por qué, pero estaba nervioso. Sofía abre la puerta de par en par y entramos, un hombre alto estaba dándonos la espalda.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué tanta insistencia? —Sofía comienza a hablar en español.
— Hija —la mira fijamente y luego me mira a mí—. ¿Cómo qué cuál es esa insistencia? —sus ojos eran de un color avellana, el pelo castaño con algunos mechones canosos.
— Estaba ocupada.
— ¿Ocupada con este gringo? ¿Estás loca? —por el tono de su voz parecía enfadado. —Sabes que tengo muchos enemigos, Dios no quiera que este gringo sea un espía de esos.
— Papi, él no es así. Es mi amigo.
— Eres bien, pinche estúpida Sofía —se lleva las manos al rostro—. Ni seguro lo conoces.
— Piensa lo que quieras, pero te aseguro que él no es así —ambos me miran por un segundo y se vuelven a mirar.
Yo no me había dado cuenta de lo nervioso que estaba, pero había un gran león a un lado de la ventana. Parecía tan real.
— ¿Y usted es? —ahora podía entenderle a la perfección. Mi miró de arriba abajo con mala cara.
— Tyler Phillips, señor —le ofrecí la mano, él dudó en darla, pero lo hizo.
— José Antonio González.
— Un placer señor.
— No puedo decir lo mismo —mira con disgusto a su hija.
Estaba incómodo y no sabía que más decir.
— ¿Por qué no le enseñas a tu amigo el jardín? Estoy seguro de que le va a gustar.
— Claro —dice sin rechistar.
Sofía me cogió del brazo llevándome por el gran pasillo con suelos de mármol.
— Ese león… —dije en voz baja.
— Sí, es de verdad —sonríe y seguimos caminando hacia el jardín de la parte de atrás de la casa.
Era increíblemente toda la decoración, todo tipo de flores y rosas, algunas estatuas y demás. Nos acercamos a la piscina, Sofía se quitó las sandalias y metió los pies en el agua. Yo hice lo mismo.