Al final del destino

Capítulo 25

*Emma*

Había despertado, me sentía algo mejor después de tanto llorar, no me había percatado de que estábamos llegando a un lugar familiar.

 

—     ¿Dónde estamos? —me incorporé abriendo un poco más los ojos.

—     En los Hamptons, pasaremos aquí unos días —me quede pasmada por un momento.

—     Espera… no puedo, los niños, la empresa, Tamy —sujeta mi mano.

—     Emma, tranquila —me mira por un segundo—. Todo está solucionado ¿Vale? Los niños vienen aquí mañana igual que los demás.

Me quedé pensando.

—     ¿A quién te refieres con los demás?

—     Pues… James, Tamara, tu ex y su mujer… todos —dice serio.

—     Pero…

—     Mis padres van a organizar una fiesta y tenían muchas ganas de que vinierais, ver a los niños y eso.

—     ¿Y a los niños también incluye a Lara? —no preguntaba por mal, la verdad es que esa niña era un cielo y se parecía tanto a Max que no he tenido oportunidad de conocerla mucho.

—     Sí y Loren también —suspiro.

—     Ya veo.

—     Emma… sé que no tengo derecho de pedirte ningún favor, pero intenta llevarte bien con ella —aprieta la mandíbula—. Aunque sea estos días.

—     Yo… —me mira—. Lo intentaré.

—     Gracias, significa mucho para mí.

 

Nos quedamos en silencio, no sabía muy bien por qué quería que me llevara bien con esa mujer siendo un ser despreciable. Pero me entraba la duda de el por qué ya no estaban juntos.

 

—     ¿Qué pasó entre vosotros? —dijo mi boca sin mi consentimiento.

—     ¿Por qué lo preguntas?

—     Simplemente, curiosidad —contesté mirando por la ventanilla.

—     Para serte sincero pasó lo que tenía que pasar. Se dio cuenta de que nunca podría llegarla a amar, solo estuve a su lado porque es la madre de mi hija, pero nada más —tengo un nudo en la garganta.

—     Es bastante cruel.

—     Bueno, ella sabía desde un principio que yo amaba a otra persona y que no podía olvidarme de ella —me mira con amargura—. Pero nunca dejo de intentarlo hasta que se rindió.

 

Me siento algo mal y triste, siento pena por Loren, aunque en el fondo ella sabía perfectamente que no la quería. No entiendo los motivos que tenía Loren para querer estar junto a Max, pero es hacerse daño a una misma de la peor manera.

Durante los minutos que quedaban para llegar a la casa de sus padres nos mantuvimos en silencio, era obvio que no tenía ganas de hablar con Max tras esa pequeña revelación. Me moría de ganas por llegar y tomarme una taza de té caliente mientras miro el fuego de la chimenea. Mi deseo no tardó en hacerse realidad y en cuando entramos con el coche a la zona de garaje fuimos caminando por la gran capa de nieve que nos rodeaba.

Hacía mucho tiempo que no venía a esta casa, tan hogareña y reconfortante, parecía estar como en casa. Escuché unos tacones bajar las escaleras, los reconocía, era la madre de Max y por ende mi aún suegra.

 

—     Oh cielito —Max pensó que iba dirigido a él, pero no, era a mí a quien hablaba—. Como me alegro de que hayáis llegado ya —me abraza con cariño.

Me mira de arriba abajo observando mi aspecto.

—     Pobrecilla, no tienes buen aspecto, ¿Estás comiendo bien? —hablaba sin parar—. No te preocupes, estos días vas a comer de maravilla.

 

Me coge del brazo arrastrándome a la sala de estar mientras me contaba lo mucho que me echaba de menos y echaba de menos a los niños, giré mi cabeza hacia atrás dándome cuenta de que Max estaba sorprendido por la indiferencia que le estaba dando su madre, sonreí un poco al verle algo molesto.

 

—     Espero que tengáis hambre porque ya casi vamos a comer.

—     Mucha —decimos ambos a la vez.

—     Bien —dice sonriente al vernos tan compenetrados.

—     Entonces iros a poneros cómodos y en un rato os mandaré a avisar.

—     Eso sería fantástico —digo con entusiasmo porque tenía muchas ganas de ponerme algo calentito. Pero me doy cuenta de que no me he traído nada de ropa, todo ha sido tan inesperado…

—     Tranquila, hice que trajeran algunas de tus cosas —miro a Max confundida, como si hubiera leído mis pensamientos.

—     ¿Cuándo?

—     Hace m… —iba a hablar Vivian, pero Max la miró y se calló.

Ahora lo entendía, también mando parte de mi ropa aquí por si alguna vez volvía.

—     Bien, pues… en ese caso voy a cambiarme.

—     Claro, cielo —sonríe.




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