Un rayo de luz daba directamente a mi cara, intentaba taparme con la manta para no levantarme de la cama, pero después recordé lo que había pasado hace pocas horas, me quité la manta y miré el reloj que había en la mesa, era las diez de la mañana y yo aún seguía en la cama. Mire a mí alrededor dándome cuenta de que no estaba en mi cuarto, si no en la de Max, del que por cierto no estaba. Fui hacia el baño para ver si estaba ahí pero no, así que supuse que se había ido a alguna parte. Chico madrugador pensé. Me puse el pijama que llevaba puesto anoche y antes de salir por la puerta para ir corriendo a mi cuarto alguien abre de sopetón dándome en el pie, y joder que si abrió con ganas que me caí al suelo del dolor.
— Perdona ¿Te he hecho daño? —dice Max con una bandeja en la mano dejándola en la cómoda.
— No… que va… solo estoy aquí en el suelo para apreciarlo —dije molesta y adolorida.
— De todas formas ¿Qué hacías ahí parada en la puerta? —intenta no reírse en mi cara, se sienta a mi altura—. Haber déjame ver eso —dice indicando mi pie.
— Yo… bueno… iba a —básicamente me iba a ir a mi cuarto para no morirme de vergüenza.
— ¿Te ibas a escapar? —sonríe.
— No… —dije con corte.
— Solo es un pequeño golpe, no te va a salir sangre ni nada por el estilo —se levanta tendiéndome la mano.
Miro lo que había traído en sus manos, la bandeja tenía comida, tortitas, huevo con beicon, zumo y té.
— ¿Para mí? —pregunté.
— Era —se cruza de brazos—. Pero como te marchabas ya a tu cuarto ahora me lo tendré que comer yo —dice fingiendo estar decepcionado.
— ¿Qué? Ni hablar —cogí la bandeja y me senté en una mesa que tenía al otro lado de la habitación. Él sonríe contento.
— ¿No te ibas? —se burla de mí.
— Ya no —le saco la lengua mientras cogía una tortita.
Cuando terminé de desayunar Max me tendió una servilleta y luego se levantó de la mesa.
— Están a punto de llegar los demás, deberías de irte a preparar —y ya empezamos de nuevo, otra vez serio.
— ¿Ahora me echas? —me levanto, quería coger la bandeja, pero roza mi mano.
— No te estoy echando —se ríe—. Pero deberías de prepararte, será un día largo y tranquila, luego vendrán a recogerlo —le miró y siento un cosquilleo.
— Claro…
No dijimos mucho más, salí de su cuarto para meterme en el mío, me quité la ropa dejándola en el cesto de la ropa sucia. Me metí en la ducha bajo el agua caliente que recorría mi piel, la misma piel que había sentido cosas maravillosas a manos de un hombre que la hacía poner la piel de gallina y no en el mal sentido. No dejaba de pensar en lo que había pasado no por un segundo. Terminé la ducha y fui directa al armario. Me puse unas medias con un vestido blanco de pelillo y unas botas altas, un outfit normal pero bonito. Salí del cuarto para bajar a la sala y encontrarme con mis suegros.
— Buenos días querida —me saluda mi suegra con un abrazo.
— Buenos días —conteste amable.
— Ven siéntate, ¿Qué tal os lo pasasteis anoche? —cuando hizo esa pregunta yo solo podía pensar en lo que pasó en el cuarto de Max.
— Bien, bien —tragué saliva.
— Nos alegramos tanto —mis suegros se miran entre ellos cómo si fueran cómplices de algo.
— Espero que hayas descansado —me dice mi suegro.
— Cuando vengan los demás comeremos y las chicas nos iremos a buscar vestidos para la fiesta —mierda se me había olvidado que había una fiesta mañana.
— Claro cierto, pero no iremos muy lejos ¿No? Tamy…
— Tranquila, cielo, no esta tan lejos, a quince minutos e iremos con el SUV para que vayamos con comodidad.
— Genial.
Tres horas más tarde mi familia ya estaba entrando por la puerta, fui corriendo a recibirles.
— ¡Mami! —Daniel vino corriendo a abrazarme con tanta fuerza que casi podría romperse los huesos.
— Cariño —casi lloro de emoción, era tan bonito. Enseguida Tara también que estaba en brazos de Eva se abalanzó sobre mí—. Mis niños —besé a cada uno.
— Daniel estaba emocionado por llegar —contesta Liam.
— No ha parado en todo el viaje y eso que no hemos tardado tanto —Eva se quitaba el abrigo.
— Puedo imaginármelo.
— Venid aquí —abrace a Tamy y a Eva con cariño y con cuidado para no hacerle daño a la accidentada.
— Hola —dijo James mirándome.
— Hola —contesté. Los demás se fueron con mis suegros a la sala y yo me quede con mi hermano, ahí parados, callados.