Al final del destino

Capítulo 33

Había sido una pesadilla, James no estaba pasando por el mejor momento de su vida, la culpabilidad, el resentimiento y la ira le estaba consumiendo. Los niños que apenas tenían siete y ocho años, empezaban a preguntar dónde se habían llevado a su mamá y yo lo único que podía contestar es que estaba en un lugar dónde la estaban cuidando, se me partía el corazón. Max y yo nos quedamos con los niños en la suite del hotel mientras James se estaba encargando de todo, llamar a los familiares de Chiara, dónde se hará el funeral y demás. Aún no le había preguntado a Max lo que había sucedido en el muelle con la mercancía, pero solo mirar los golpes y la herida de su brazo me hacía pensar que no había salido como esperaban. Los niños se habían quedado dormidos en la gran cama de sábanas blancas, todo estaba tranquilo; salí de la habitación y cogí una botella de agua de la pequeña nevera de la sala. Me senté en el sofá, llevaba veinticuatro horas sin dormir, me sentía exhausta y sentía que en algún momento me explotaría la cabeza.

 

—     Pensé… por un momento… que eras tú a quién le había sucedido algo malo —Max, que se encontraba a mi lado comenzó a hablar—. Pensé “ya está, ese hijo de puta lo ha conseguido, la ha matado”

—     ¿Si hubiera sido así? —pregunté curiosa.

—     Le hubiera buscado hasta el mismísimo infierno para matarle —me mira a los ojos, su mano pasó a acariciar mi mejilla.

—     Eso suena imposible —contesté pensando en cómo Vitale se ha conseguido ocultar.

—     No eres consciente de lo que puedo llegar a hacer por ti princesa ¾sonríe levemente—. Voy a hacer todo lo posible para acabar con todo esto y créeme que no lo hago para que me perdones y quiera que vuelvas a estar conmigo. Lo hago para que puedas ser feliz, aunque eso signifique no formar parte.

 

Eso era doloroso, en sus ojos… podía verlo, podía ver como estaba roto por dentro, como yo le había hecho daño. Era todo de él, sus palabras, su mirada, quería llorar, pero la mujer fría que hay dentro de mí oprimió las lágrimas no dejándolas salir.

 

—     ¿Qué te ha pasado? —dije mirando el vendaje de su brazo para cambiar de tema.

—     Algo que no me esperaba —chasquea la lengua—. Pero como dice James, mala hierba nunca muere tan fácil.

—     Que positivo —contesto alzando una ceja.

—     Dime una cosa —dice antes de que pudiera levantarme del sofá—. ¿Qué hubieras hecho si te hubieras enterado de que he muerto? —me levanté dándole la espalda.

—     Entonces… hubiera sido yo la que no descansaría hasta matar a Vitale de la peor manera posible. Lenta y dolorosamente.

 

No sabía en qué momento me había convertido en una persona tan fría, con sed de venganza. A veces pienso que es de herencia, que se traspasa de generación en generación y que igual solo tenía esa parte de mí dormida en alguna parte de mi subconsciente.

Al poco rato los niños habían despertado, estaban muertos de hambre así que llamamos al servicio de habitaciones para que trajeran un poco de todo. Algo que me parecía tierno, era ver a los niños con camisetas que les llegaban a los pies, lo cierto, es que nos deshicimos de toda su ropa en cuanto llegamos al hotel. Ordené a uno de nuestros hombres que trajeran ropa adecuada para los niños por si nos teníamos que marchar en cualquier momento. James llegó unas pocas horas más tarde, con el rostro caído y el cuerpo hecho trizas.

 

—     ¿Qué ha pasado? —pregunté acercándome a él para abrazarle, pero él enseguida me apartó.

—     Ya todo está arreglado —dice con la mirada perdida—. Nos marchamos ya, coged vuestras cosas.

—     Pero…

—     ¡Pero nada joder! Haz caso a lo que te dicen por una puta vez —su manera de gritarme… la ira en sus ojos.

—     ¡James! ¡No la vuelvas a gritar o te juro! —Max se abalanza sobre él.

—     ¿O si no, qué? —le reta con la mirada.

—     Max, para —sujeté su brazo para alejarle de él.

—     Esta te la guardo —contesta a James.

 

Yo me alejo, voy corriendo a la habitación para preparar a los niños antes de que nos marchemos. Esta vez no pude aguantar mis lágrimas.

 

—     Tía Emma ¿Por qué lloras? —me pregunta el mayor, Sam.

—     Por nada cielo, es solo… que la tía está muy triste —contesto al rubio mientras le pongo el pantalón al pequeño Tom.

—     No quiero que estés triste, mira, te he hecho un dibujo —se va a la mesilla cogiendo una hoja—. Ves, aquí estáis todos —era cierto, todos los miembros de la familia estábamos pintados, pero no pude evitar fijarme en cómo había pintado un angelito en la parte superior izquierda.

—     ¿Y quién es este? —le señalé el ángel.

—     Es mami, la he visto antes en mi sueño, tenía unas alas muy bonitas —dice algo triste—. Ahora está en el cielo cuidando de nosotros, pero no está sola, está con Guido.

—     ¿Quién es Guido? —lloré aún más.




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