Al terminar de comer con González nos marchamos a casa, quería estar con mis hijos lo más que pudiera, no podía dejar de pensar que igual mañana sería la última vez que los vea y se me parte el alma. Antes de entrar por el edificio James me para un segundo para hablar.
— Emma.
— ¿Sí?
— Quizás mañana sea el fin de todo, quiero que sepas que te quiero —se me encoge el corazón—. Siempre serás mi hermana pequeña y pase lo que pase siempre te protegeré.
— James… lo dices cómo si fuera la ultima vez que nos vamos a ver.
— Puede que sea así —le miro seriamente—. Mañana cuando me enfrente a Vitale no sé qué pasará, quizás acabe como papá.
— No digas eso —le abrazo con todas mis fuerzas.
— Quiero que me prometas una cosa —dice misterioso.
— ¿El qué?
— Me tienes que prometer que te quedarás en casa con los demás —¿Qué?
— ¿Qué estás diciendo?
— No quiero que vengas —me mira fijamente—. No puedo permitir que mueras tu también.
— No piensas morir y yo tampoco.
— Emma prométemelo —repite.
— No puedo, James, no voy a dejar que hagas esto tu solo.
— Entonces no me vas a dejar otra opción —fruncí el ceño.
— ¿Qué piensas hacer? ¿Encerrarme? —se quedó callado, obviamente eso era lo que iba a hacer—. No James, no puedes hacerme eso.
— Lo siento mucho.
Veo que nuestros hombres llegan hasta el coche, abren la puerta y me cogen, intento resistirme.
— James, por favor no lo hagas —grite mientras me metían en el edificio.
No podía creer que mi propio hermano me hiciera esto, entiendo su posición, pero encerrarme en casa no va a solucionar nada, buscaría la manera de escaparme, no iba a dejarlo solo. Al llegar a casa nuestros hombres me soltaron, les golpee, yo era la jefa de mi casa, yo daba aquí las ordenes y nos las estaban cumpliendo.
— ¿Emma? ¿Qué sucede? —Megan se acerca.
— Nada, parece ser que vamos a estar encerradas aquí —su cara de espanto me hizo gracia—. Tranquila será por poco tiempo.
— ¿Qué vamos a hacer ahora?
— Tú nada, déjamelo a mí —lo niños corren al verme—. Al menos no me ha quitado el teléfono.
— ¿Qué piensas hacer?
— Lo que mejor se me da hacer.
*Maxwell*
No dejo de pensar en Emma, aunque me hubiera hecho daño no puedo dejar de amarla, ella es la razón de mi existencia, no puedo ni quiero olvidarla, pero sé que tengo que darle una lección. La forma en la que tengo de no seguir pensando es haciendo ejercicio, me di cuenta que beber y emborracharme hasta perder la conciencia no era bueno, así que llevo toda la mañana haciendo ejercicio. Mi abuela ha intentado hablar conmigo, quiere que entre en razón y vuelva a Nueva York, pero no me veo preparado para hacerlo, necesitaba volver a mis raíces para no olvidar quien soy en realidad, un mafioso asesino, antes no me importaba nada ni nadie y hacía lo que me daba la gana y tengo que volver a serlo. En el fondo me gustaría dejar toda esta mierda toxica, pero es imposible dejarlo. A la hora de comer me fui al jardín para despejarme, necesitaba tomar aire fresco para espabilarme, tenía una reunión por la tarde con algunos socios y no podía estar entre las nubes.
— Por fin has salido de ese gimnasio —dice nonna llamando mi atención.
— No tengo otra cosa que hacer —digo volviendo a mirar el periódico.
— Eso no lo creo —la voz de mi padre a mi espalda me sorprendió.
— ¿Papá? ¿Qué haces aquí?
— Eso me pregunto yo, Maxwell —dice él.
— Yo estoy en mi casa tranquilamente y tú deberías de estar con mamá —veo que se sienta en una de las sillas.
— Maxwell, no he venido aquí por puro gusto —dice disgustado.
— ¿Y entonces?
— Tu madre ha intentado hablar contigo, pero parece que no tienes el teléfono.
— Lo destruí, ahora voy por libre.
— ¿Y te parece normal? Estamos preocupados por ti.
— No tenéis por qué.
— ¡Basta ya! —grita estrellando en la mesa.
— ¿Esa es tu manera de llamar la atención? —me levanto de la silla con la intención de marcharme.
— Tienes que volver —dice deteniéndome.
— ¿Por qué? Ya no tengo nada que hacer allí.
— Sí y mucho —sonaba preocupado—. Emma está en peligro, todos lo están —me giro para mirarle.