Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Mi boca se abre tanto que creo llegará hasta el piso, y mis ojos; de seguro que mis ojos habrán de enseñar la inmensa confusión que me embarga.

Confusión y una guerra interior de voluntades.
Una, irremediablemente feliz y muriéndose por abrazarlo; mientras que la otra; la que acabó poseyéndome por completo cuándo decidí salir, se golpean fuerte.
Es como si ambas estuviesen en un ring y se destrozaran a puño cerrado para determinar una ganadora.

¿Acaso tuvo el descaro de llamarme "pequeña"?
¿De saltar como un novio celoso a marcar territorio frente a otro chico?
¿En verdad estoy viendo a Rashid, o será que me drogué con el aroma a marihuana en la pista y divago?

Trago saliva como puedo y observo al espejismo que tengo delante. ¡De seguro es eso! Aspiré el olor a marihuana y ahora viajo, deliro, invento a una persona que amo y detesto.

¡Parece tan real que juraría, tiene mi trago entre las manos!

Giro la cabeza a dónde se encuentra el barman y de nuevo inhalo hondo. Automáticamente descarto la teoría de drogas. El chico tiene su rostro completamente desencajado. Sus pupilas están dilatadas y su piel de ser trigueña pasó a pálida en cuestión de segundos.

Está asustado y lo entiendo, hasta yo me sobresalté con esa voz siniestra y posesiva. El autoritarismo y la advertencia lo espantó lo suficiente como para dejar a mi disposición la botella de tequila "Golden", dar la vuelta y alejarse lo más que pueda.

—¿Te comieron la lengua los ratones... Cariño? —ataca, con su característica soberbia y arrogancia —. Porqué no me cuentas —dice elevando el vaso a la altura de sus ojos—. ¿Cinco meses desperdiciándolo en ésto? ¿De verdad?

Enarco una ceja y es entonces que mi lucha de voluntades se define: por knock out, la vencedora es mi yo interior furiosa.

¡Qué increíble! Tiene la desfachatez de pararse a mi lado y comportarse como si nada ocurriera, como si el tiempo no hubiese transcurrido, como si no existiera un abismo gigantesco separándonos y encima, con el plus de sermonearme.

¡Me reta con ese sarcasmo teñido de petulancia, que se mantiene impregnado en cada partícula de su cuerpo! Con su típico matiz burlón y pedante que odio, y que también me gusta.

¡Pero que en éste preciso minuto, odio!

Resoplo y la indignación cede lugar a la histeria. A que carcajadas histéricas se apoderen de mis cuerdas vocales y ría como si me hubiese contado el chiste más divertido del mundo.

Pillándole desprevenido mi actitud, frunce el ceño. Me limpio una falsa lágrima del rostro y hago un ademán desinteresado en su dirección.

—Si me comieron la lengua los ratones, o desperdicio el tiempo en lo que se me dé la reventada gana es tema mío. No te incumbe.

—¡Sí que me incumbe! —masculla achinando la mirada.

Sobo por la nariz y cuándo consigo tranquilizarme, me encojo de hombros.

<<¡Hoy le toca pagar y no se me podía haber dado mejor, la oportunidad!>>

Inclino la cabeza a un costado y con el fin de provocarlo estiro mi mano al mostrador, agarro la botella de tequila y levantándola, a su salud y su relación que se puede meter en el trasero, cerrando mis ojos, tomo.

Contengo la respiración para no vomitar y trago bastante del tequila, hasta que un gruñido inunda mis tímpanos y sus dedos me sacan de un jalón la botella.

Toso varias veces en tanto deslizo mi índice por la comisura de los labios y me aplaudo en el subconsciente.

¡Lo hice! ¡Rompí la promesa y justo en su propia cara!

Rompí la promesa y me arrepiento al instante; no puedo parar de toser. Siento como si en mi garganta se desatara un incendio y mi esófago se quemara rápidamente.

—Pensé que habías madurado aunque sea un poco; pero sigues siendo una niña caprichosa —reta, ofreciéndome una rebanada de limón—. Chupálo, calmará la quemazón en tu garganta.

Observándolo de reojo y más enojada que al principio sostengo el bendito trozo de limón para hacer lo que me dice, chupar del cítrico ácido.

—Si maduré o no es tema mío —repito, en tanto esbozo una mueca de puro asco y coloco la cáscara en el platillo—. Mi inmadurez, mis caprichos o mi vida ya no son tu problema. Dejaron de serlo tiempo atrás.

Se cruza de brazos y su camisa arremangada me permite, con disimulo ver que se ha hecho más tatuajes. ¡Por Dios! Es al único hombre que conozco, que le hace lucir de infierno su cuerpo lleno de tatuajes.

—¡Es muy mi problema! —ruge tras analizarme detenidamente un par de minutos, y tomándome del brazo sin ninguna delicadeza—. ¡Nunca dejaste de ser mi maldito problema!

Me remuevo para zafar y el calor comienza a sofocarme. Después de ocho meses sin una gota de alcohol en mi sistema, la estupidez de restregarle en la cara que su esmero por cuidarme se fue al cesto de la basura, me está jugando terriblemente en contra.

El tequila, mi estómago vacío, las luces psicodélicas que tintinean en distintos colores, la música que me abruma, la gente que no para de bailar, el aroma nauseabundo a mi alrededor, y el hedor de la multitud, están empezando a descomponerme.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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