<<¡No le creas!>> es lo que ruega a gritos mi subconsciente.
Cierro mis manos, hasta formar dos puños. Desearía que ésta sensación horrible, la de querer oírle y al mismo tiempo huir lejos de su presencia, se apaciguara al tiempo que mis uñas se hunden en mis palmas.
—Nicci —exclama en un lamento—, sé que estás dudando; sé que quieres escucharme; sé que estás herida y confundida; que me detestas y estás enojada porque mi actitud no ha sido la mejor, pero tambien sé que me amas como yo te amo: de una manera casi dependiente; que en el fondo no te importa el tiempo que haya pasado, ni las cosas que hayan sucedido, te mueres por oírme, por abrazarme, y por estar conmigo.
<<Te enreda>> advierte mi vocecita interior <<No se lo pongas tan fácil.>>
—No —digo ignorándolo y obedeciendo a mi yo orgullosa—. Vete con ella. Vete con Marina y déjame en paz.
Inmediatamente muerdo mis labios tras pronunciar lo último. Lo que menos deseo es que me deje en paz, pero le miento descaradamente porque su forma de envolverme es como el veneno: imperceptible y letal.
Yo quiero a Rashid conmigo; pero sólo conmigo; no con ella, no a medias, no con tantas dudas y desconfianza.
Lo quiero para mí, pero también quiero verlo luchar, para ganarse la oportunidad. Quiero que me busque hoy, mañana y pasado de ser necesario.
Mi subconsciente tiene razón, estuve sola cinco meses. Cinco meses conveciéndome que me había olvidado, y ahora me encuentro a pocos metros de distancia suyo vacilando, temiendo de creer en lo que me dice, temiendo la historia que se esconde detrás de él y esa mujer, y temiendo pasar nuevamente por lo mismo.
—¡Marina ha sido el peor error de mi vida! —se excusa con desespero, puesto que ya da por sentado que ésta noche no cederé—. ¡Es un jodido error, tienes que confiar en mí!
—¡Entonces sí es verdad! —gruño dándole la espalda—. Me duele que sea verdad. Que de una forma u otra se relacionan, que pretendes hablar de detalles, y de un pasado en común que me lastimará —me encojo de hombros—. Honestamente no me interesa. Si tanto afán tienes porque confíe en ti, deberás ganarte la oportunidad. No pienses que vendrás así porque así reclamándome como tuya; que justificarás tus acciones, y que yo caeré. Ya no soy tu cautiva y, tampoco una mujer presa del alcohol que no puede tomar sus propias decisiones. Si me quieres de regreso, tendrás que ganarte ese derecho.
Inspiro profundamente. Quizá me esté comportando como una inmadura, o una adolescente caprichosa y soberbia. Quizá sea cierto y admito mi actitud, pero el hecho no me inquieta o me remuerde la conciencia. Si Rashid pretende estar a mi lado y como él dice, volvió para quedarse, entonces que lo demuestre pero no con excusas o confesiones, sino con acciones. Acciones que confirmen que no es lo que pienso acerca de Marina, y el extraño vínculo que según un detallado informe televisivo, mantienen desde hace años.
Inhalo hondo y empiezo a reanudar mis pasos. Los pies, la cabeza, hasta la palma de mis manos me duelen.
Camino con lentitud debido al cansancio, pero trato apresurarme al escuchar que corren detrás mío. Algo que es en vano, ya que me congelo en el lugar cuándo sus dedos apresan mi antebrazo, haciéndome frenar en seco y jadear del susto.
—¡Estás diciendo una gran estupidez! —ruge, sujetándome con fuerza y, obligándome a dar la vuelta para que le observe—. ¡Te di tu espacio, maldición! ¡Soy un idiota, un arrastrado! Siempre, como un súbdito sin razonamiento propio voy siguiéndote, ¿y me dices ésto? ¿Me dices que debo ganarme la oportunidad?
Levanto mi mentón, y sin dejarme amedrentar por su repentina manera de hablar, tan hostil y sombría, afirmo con la cabeza.
—Es lo justo. Yo te rogué por una oportunidad en Arabia, ¿o se te olvida? Te di de mí todo lo que tenía y te supliqué quedarme contigo, escapar, o hacer lo que fuera para no acabar separados. Sin embargo, ¿tú qué hiciste? —inmediatamente se calla y traga saliva—. Me metiste en un avión, me dejaste en un aeropuerto y como el cobarde que siempre has sido, preferiste espiarme desde las sombras, tener una doble vida y engañar al mundo, a que enfrentarlos a todos y jugártela por mí. No te victimices más; llegó tu turno ahora.
—Quise darte tu espacio...
—Ese es tu gran error, y tu gran defecto —corto, moviendo con frenesí mi brazo para zafar de sus dedos—: querer solucionar las cosas a tu manera.
—¡Te amo, Nicci! —exclama resignado, y pasándose las manos por el cabello.
—Pero no es suficiente —espeto, caminando marcha atrás—. Nunca será suficiente tu amor si me ocultas, si mientes, y te mientes a ti mismo. El que me ames no cambia nada entre nosotros.
Rashid no responde a lo último y doy definitivamente por concluido nuestro encuentro. Tolerando la incomodidad en mis pies apresuro el andar en dirección al bar. Con la cabeza gacha y cuidando de no tropezar, termino chocando con el torso de alguien.