Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

Pero antes de que lo sepa, y antes de empezar de nuevo... Me urge hacerle sufrir un poquitín más; tan sólo un poquitín más, porque al fin y al cabo ésto de ponerle la cuestión difícil duró menos que un suspiro.

Como en las caricaturas que solía ver, interiormente sonrío con malicia y de manera diabólica froto mis manos.

—Bueno... ¡ya lo pensé! —informo desinteresadamente, tocándole el pecho para que me suelte.

La acción le pilla desprevenido y puedo apostar, observando su semblante, que no se esperaba ésta actitud; una actitud frívola, pedante y bien odiosa... ¡Como a mí me encanta!

—Lo... ¿Pensaste? —repite, con cierto temor en la voz.

Ruedo los ojos en tanto me alejo varios centímetros. Levanto mi mano a la altura del rostro y... ¡Caramba, ésto de comerme la pintura de las uñas sí que es un problema, mis dedos parecen los de una niña de seis años!

«¡Okey, okey! A no desconcentrarse. Lo solucionaré con acetona, esmalte rosa y barniz»

«Bruna es la experta, ella lo arreglará. Retomemos lo importante: la misión provocar sufrimiento»

—Sí —resoplo, haciendo ademanes al aire, dando media vuelta y dirigiéndome a la puerta principal, en tanto lo miro por encima de mi hombro—. Rashid... Deberíamos darnos un tiempo.

La piel de su rostro palidece automáticamente me escucha; abre la boca, sus brazos se pegan a los lados de su torso y cierra las manos en puños.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?

Inhalo hondo y le regalo una mueca de auténtica perra destroza corazones; esa que parece indicar, que su presencia únicamente molesta.

—Eres muy intenso —digo a secas, agarrando el pomo y abriendo la puerta—. Será mejor que te vayas a tu casa, al hotel, o donde sea que te estés alojando —contengo las ganas de correr y tirármele encima tras ver su cara de desamparo y confusión, y puntualizo—. Llévate la camiseta, no quiero rendirle explicaciones a Bruna si llega y la ve en el rincón.

—¿De qué va mierda ésto? —pregunta furioso y desconcertado—. Hasta hace cinco segundos estaba abrazándote; estabas escuchándome; estábamos a punto de empezar de cero.

Chasqueo la lengua, levanto las dos cejas y percibiendo cómo mi frente se arruga, de manera arrogante lo miro de arriba hacia abajo.

—Hasta hace cinco segundos soñaba con tener un Mustang... Y ahora sueño con que te vayas —miento—. ¡Cuánto cambian las cosas en cinco segundos!

—Nicci —advierte aproximándose a paso lento y pesado; a un paso resonante y tan amedrentador como el de una bestia.

Viéndolo detenidamente se parece a una, con su pecho al desnudo, sus decenas de tatuajes, su cuerpo de infarto y esa cara que destella enojo, confusión y sensualidad.

—Lo siento muchísimo —me disculpo, parpadeando varias veces, puesto que él me desconcentra, me tienta a querer sacarle toda la ropa y contemplarlo desnudo.

—¿Lo sientes muchísimo? —cuestiona con su voz gruesa, vibrante y ofendida—. No sé si te traes un juego entre manos para volverme loco... Pero no me gusta. De verdad no me gusta.

—A mí tampoco me gusta, qué dilema.

—Si es una broma —dice, intentando agarrar mis manos—, termínala ya.

Evito reparar en sus ojos para que "señor controlador y todo lo sé" no se percate de mi actuación, y cabizbaja jadeo.

—Somos... Muy diferentes —balbuceo conteniendo la risa—. A ti no te gusta el chocolate, y yo lo amo. Eres árabe, y yo italiana. Tu cabello es negro, y el mío...  También. Si tenemos hijos en un futuro... No serán rubios; y los quiero rubios.

Impidiéndole que me toque, me limito a girar el pomo y entornar la puerta.

—¡Estás hablando puras estupideces! —exclama ofuscado.

—No —resuelvo—; no son estupideces...

—¡No puedo creer que después de lo que te he dicho, menciones ésta tontería! —ruge con verdadera furia, girando sobre sus talones, caminando a donde se encuentra la camiseta y agarrándola de un violento manotazo.

De reojo noto que se encamina a la salida y trago saliva. ¡A la mierda mi venganza, se enojó en serio!

«Con que así se siente meter la pata hasta el fondo e implorar por un milagro para solucionar el problema»

Me interpongo entre el umbral de madera y su cuerpo semidesnudo, y le regalo una sonrisita avergonzada.

—Soy la peor del mundo haciendo bromas pesadas.

Inhala y exhala, e ignorándome se mueve de un lado hacia otro con el propósito de abandonar la casa.

—Déjame salir —espeta.

—Era una pequeño chiste vengativo —me justifico con cierto infantilismo—. Rashid, estaba bromeando.

—Me voy a ir; ya lo aclararás en otro momento.

Enarco una ceja y no lo puedo controlar, la ironía se escapa por mi garganta.

—¿En otro momento dentro de cinco meses?

—¡Nicci, tú lo empezaste!



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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