Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

El sol se cuela por la ventana y puedo sentir su calor y toda la luz que irradia, acariciándome la nariz. En un movimiento instintivo la arrugo, me remuevo en esta cómoda cama que no es la mía, y giro hacia el lado contrario al que me encontraba acostada.
No estoy profundamente dormida, pero tampoco completamente despierta. He pasado las pocas horas que me mantuve de ojos cerrados así: en el limbo; en la fina línea que separa el mundo de los sueños con un desvelo anunciado.

El delicado toque de sus dedos en mi hombro desnudo, sumado a su perfume Polo me obligan a abrir los ojos. Parpadeo y lo primero que veo es a él.

Mi burbuja de ensueño nuevamente bailotea por los aires. Es hermoso verlo en la mañana, el sol forma un halo de luz a su alrededor y eso le da un aire principesco, un aire de actor de cine, un aire que solamente aporta sensualidad a su presencia.

—Eres tan bella —susurra, mirándome con intensidad, acostado a mi lado y apoyado en un codo—. Ya no sé de qué forma te amo más, si cuándo sonríes, cuándo me besas, cuándo hablas o cuándo duermes.

Inspiro profundamente, relamo mis labios y esbozo una enorme sonrisa.

Rashid tiene el cabello mojado, y desprende aroma a gel de ducha, loción y perfume caro. Viste unos simples pantalones de chándal color blanco y una camiseta Nike, en negro.
Debo admitir que con traje, con ropa deportiva o sin absolutamente ninguna prenda, éste hombre; mi hombre, es un deleite, es un delirio, es hermoso.

—Preferiría que me ames estando despierta. Cuándo duermo soy un desastre. De seguro hasta dejo de ser tu linda gitana y me convierto en el monstruo del Lago Ness —respondo con ronquera, frotándome los ojos y disimuladamente, cerciorándome de que mi aliento no huela a rayos.

No es que mi aliento sean orquídeas, menta y perfección pero tampoco huele a un basural; así que contenta me enderezo en la cama y tras darme el visto bueno de tirármele encima y besarlo hasta el cansancio sin correr al baño antes, le observo.

Estiro la sábana de seda para tapar mi cuerpo desnudo, y también mi mano derecha para acariciar su barbilla.

—Cuando duermes eres condenadamente irresistible —contradice—.Tu boca se entre abre, y tu pelo se esparce por toda la almohada. Tu piel contrasta con las sábanas y la manera en que te acomodas en la cama te hace ver de lo más sexy, pequeñita.

Percibo cómo el calor incendia mis mejillas y acepto con gusto su ofrecimiento. Ha extendido el brazo que se hallaba acodado sobre el colchón, invitándome a acurrucarme a su lado.

—¿Te he dicho que tu manera de hablar me encanta? Me haces sentir la mujer más deseada de todas, ¿lo sabías?

—¿Te he dicho que eres la mujer más deseable de todas? —ronronea, apretándome contra su cuerpo, inclinándose hacia adelante y acercando su boca a la mía.

—Sí —afirmo—, muchas veces.

Besa fugazmente mis labios y siento el sabor del café en mi lengua, la suavidad de su piel y el perfume embriagador que usa.

—Pasé la mejor noche de mi vida, señorita Leombardi —murmura, separándose y guiñándome el ojo.

El calor va en aumento y sólo me limito a sonreír. Yo también pasé la mejor noche de mi vida.

—Estoy totalmente de acuerdo con usted, señor Ghazaleh.

—Hasta te preparé el desayuno —insinúa, alzando una ceja.

Imito su mueca y divertida, bufo.

—¿Por qué sera entonces que no lo veo por acá? ¿Acaso eres de los hombres que odian comer en la cama? —esbozo un gesto que desborda fingida ofensa y levanto el mentón hacia el lado contrario a él—. Tengo hambre, quiero desayunar, y no trajiste el desayuno a la cama. Qué decepción.

—Soy selectivo con la carta del día —contesta presuntuoso—. El café con tostadas prefiero comerlo en la cocina o en el living —larga una carcajada demasiado sexy, y me toma por la cintura de tal forma que desnuda quedo a horcajadas de su fisonomía—. En mi cama sin embargo, me gusta que el menú seas tú; mi manjar de cabellos negros y ojos verdes. Ahora, si viene algún otro pequeño aperitivo con el cuál acompañar el plato principal, pues bienvenido sea.

Cada vez más acalorada por sus comentarios, apoyo mis manos en su pecho mientras las suyas se hincan en mi cadera. Mi piel contrasta con su ropa y mi cuerpo disfruta de su musculatura ejercitada y firme.

—Tenga cuidado con los empachos —susurro acercando mi cara a la suya, angulosa y definida.

—No te preocupes por eso, gitana —dice por lo bajo, regalándome una media sonrisa muy sexy—. Podrías estar desnuda sobre mí todo el tiempo que gustes, que me va a encantar, te lo aseguro.

—¡Qué pervertido! —me quejo, conteniendo la risa y esa timidez que sólo Rashid sabe despertar. 

Bueno, a decir verdad el arabillo es el único que sabe despertar emociones que desconocía en mí. Sabe volverme osada, apasionada y cariñosa; sabe despertar mis celos; y sabe cómo aumentar mi timidez de un instante a otro.

—¿Yo pervertido? —pregunta, simulando confusión y apretándome contra su masculinidad, cúando nota que trato de escapar hacia la ducha—. Si mal no recuerdo, y eso que la memoria no suele fallarme, anoche poco te importó la perversión —me sujeta con fuerza y se endereza en la cama. Conmigo en su regazo y sus brazos apresándome, besa mis hombros, asciende por mi cuello, se detiene en mi mentón y levanta la cabeza para fulminarme con la mirada—. Te gustó; me atrevería a decir que te gustó muchísimo lo que hicimos en la ducha, bajo el agua caliente o allá afuera, en la terraza. ¿Será que lo recuerdas? ¿Recuerdas cómo me pedías más? —continúa con el recorrido de deliciosos besos y al llegar a mi boca, sentencia—. Si te acuerdas, entonces aclárame esta duda: ¿quién es el pervertido aquí?



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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