Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

Inhalo tan profundo como mis pulmones lo permiten, y de reojo observo la reacción de Corina ante la actitud de una deslumbrante desconocida que ha venido a ningunearme.

El clima se ha vuelto tenso, lo percibo; lo palpo, toca mi piel, atraviesa mi dermis y perfora hasta mis entrañas.
Mi pesadilla, la dueña de mis inseguridades, la que plantó en mi interior la semilla de los celos, el despecho y la amargura, aún sin conocerla, invadió mi espacio entrando al local donde trabajo con el único propósito de enfrentarme. Es obvio.
Rashid me ha dicho que es dañina, nociva, y una mujer controladora que disfruta de tener a todo el mundo a sus pies. Indudablemente el magnate forma parte del mundo a dominar por Marina Fioremontti.

Aclaro mi garganta con disimulo, me enderezo en la silla giratoria y apago el ordenador. Estoy en mi lugar de trabajo y lo correcto es mantener la calma, o... En el caso más extremo, llamar a seguridad para que la retiren del local. No haré de ésto un circo, y menos en un sitio donde permanentemente están entrando y saliendo clientes, y mis colegas van y vienen.

—Mi nombre es Nicci Leombardi. No me llamo cautiva, ni pequeña —estiro el brazo y toco el hombro de Corina. Está absorta mirando el semblante de la fiera de ojos grises que destella despotismo, frialdad y cinismo—. ¿Es mucha molestia si te pido que cubras mi turno unos minutos? —retiro la silla, me pongo de pie y abandono el mostrador.

—No, claro que no —contesta pestañeando.

—Genial, te debo una —esbozo una sonrisa forzada y rodeando la mesada me paro frente a Marina.

Trato de poner cara de póker y no demostrar el asombro que me produce ver lo hermosa que es.

Su cabello rubio, casi ceniza, largo hasta la cintura y lleno de elaborados bucles posee un brillo encandilador.
Me saca unos cuantos centímetros de altura y los tacones que con disimulo ojeo le dan a su postura un toque estilizado, digno de reina.
Su ropa es lo que más llama mi atención. Prendas de diseñador; de Gucci, Louis Vuitton, Versace y Jimmy Choo me roban algunos imperceptibles suspiros, tiene un espectacular sentido de la moda.
Eso sin mencionar el rostro de porcelana que atraviesa mis iris.
Una piel blanquecina perfectamente maquillada, cejas tupidas y bien delineadas, ojos grises enmarcados en unas gruesas y largas pestañas, labios envidiables, facciones extraordinarias, y un aura distinguida muy parecida a la que desprende mi Rashid, es lo que engloba a la modelo más cotizada de Italia en éste último año.

En definitiva, es un durísimo golpe visual para mi ego, mi peinado, mi cara lavada, mi vestimenta y mis cien millones de defectos.

«No dejes que te cohíba. No dejes que te cohíba. No dejes que te cohíba» me repito interiormente, mientras me disfrazo de chica segura y en un ademán, le invito a pasar al hall de espera.
No habrá menos cantidad de personas que en la recepción de un spa, pero sí encontraré un espacio más personal para decirle por lo bajo que es una jodida perra arribista que arruinó la vida de mi hombre y la de su mejor amigo.

Convenciéndome de hacer alusión al tema, instintivamente esbozo una sonrisa maliciosa; una que evidentemente a ella le molesta muchísimo.

—Sígueme —indico—. No dispongo de tiempo, pero puedo hacer una excepción e invitarte a un café en el lobby de la clínica... Marina.

Su mueca frívola y cruel se ensancha, larga una risita cargada de tiranía que por fracciones de segundos me eriza la piel, y caminando delante mío con superioridad, acepta mi ofrecimiento.

Me da la sensación y estoy casi segura de que ha venido alguna que otra vez por aquí. Sabe perfectamente que subiendo una corta serie de escalones, se encuentra el hall de espera para los clientes.

—Qué bueno que sepas mi nombre, linda —dice con sorna, contoneándose mientras sube los peldaños y sus tacones resuenan—. Nos estamos ahorrando un paso muy aburrido.

Muerdo la cara interna de mi labio inferior, para no exteriorizar mi repulsión.
Es extremadamente desagradable oírle hablar, en serio. Cada palabra que sale de su boca denota la cizaña que la carcome por dentro.

Inhalo hondo, exhalo, y repito el procedimiento.

La voy a escuchar, me voy a defender y si lo que busca es joderme la existencia, pues puedo empujarla accidentalmente por la ventana, decir que sus largas piernas de flamenco flaquearon y terminó cayendo al pavimento... Cuatro metros abajo.

«¿Qué?»

No, no, no.

Ignoro mi absurdo pensamiento homicida y observo a mi alrededor cuando llego al lobby. Varios sillones, pufs, y mesas ratonas con revistas, floreros y velones aromáticos decoran la amplia sala. Al menos unas veinte clientas aguardan por ser atendidas en los diferentes bloc que tiene la clínica y todas ellas me sonríen con amabilidad apenas se percatan de mi presencia.

Mantengo un excelente vínculo con mis chicas integrales. Soy la agenda personal que las une al centro estético. Y no sólo una agenda o recepcionista, sino también el paño de lágrimas de Pandora cuándo Mercedes, la estilista, en vez de realizarle un balayage cobrizo, en su cabello formó un degradé de rosado; la fanática del corte de Cantabria, cuándo se animó a sacarse más de cuarenta centímetros de largo; y sin dudas, me considero la fan número uno de todas las mujeres que después de horas de tratamientos, decoloraciones o esmaltados, se van contentas de éste lugar.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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