Mi respiración se agita y mis latidos se enloquecen, retumban en mi pecho con fuerza ensordeciendo incluso hasta mis tímpanos.
Con disimulo contengo la respiración y pego el teléfono a mi oreja. Espero que diga alguna otra palabra o al menos oírle suspirar pero no lo hace, apenas escuchó lo que prometí, cortó la llamada.
Una sensación de desasosiego me avasalla por dentro y rendida ante la intuición y los impulsos, sonriendo giro sobre mis talones.
Increíblemente y como siempre, Bruna tiene razón. Éste hombre tiene la virtud de persuadir, seducir y llevarme al lugar preciso en dónde yo le voy a creer.
—¿¡Qué te dije cobarde!? —carraspea la siciliana en el instante que me detengo a observarla—. ¡Te duró tan poco el enojo y todas tus taradeces que ahora me das pena!
Ruedo los ojos y voy avanzando en su dirección.
—Bastaaa— canturreo.
—Era obvio que esa molestia tuya no iba a durar cien años —levanta el índice al igual que su mentón—. El amor es la medicina del perdón.
Con curiosidad, diversión y asombro, pestañeo.
—No se qué me asusta más; que defiendas a Rashid, o escucharte explotar tu faceta filosófica.
—Me limito a decir lo que pienso —se encoge de hombros—. Soy mayor que tú, conozco de ésto más que tú Nicci, y te conozco lo suficiente para saber que siempre perdonarás a las personas que quieres, sin importar que te den o no, explicaciones.
Abandoné la idea de encerrarme en mi habitación y volví a acomodarme al lado de Bruna, en el sillón. Es imposible escapar de ella.
—¡Me convertí en una mujer bipolar! —resoplo—. Me vendrían bien un par de semanas de terapia.
Chasquea la lengua y suavemente me golpea el hombro con su puño cerrado.
—Todas somos bipolares en menor o mayor medida. Cada decisión, experiencia y día que atraviesas te ayuda a madurar y a seguir creciendo. Las dudas, los impulsos, el permitirse escuchar a los demás y razonar las cosas en frío son parte del proceso. Estás segura de lo que quieres —enfatiza—, pero el miedo a salir herida no te deja asumirlo.
Apoyo mis codos en los muslos y con las palmas de mis manos me froto las sienes.
—¿Qué hago entonces? —musito desorientada—. ¿Ir a buscarlo, quedarme acá sentada, marcharme a un motel, visitar Marte? Estoy perdida.
Se pega un poco más a mí y de reojo noto que me imita, también apoya sus codos en sus muslos.
—¿Qué hacer? —pregunta entre dientes—. Podrías escaparte... Pero con él. Vete lejos algunos días, tal vez semanas e incluso meses. Conócelo y que te conozca. Empieza de cero, que nada se quede en ascuas y sean una verdadera pareja de tórtolos. Desayunen en la cama, tengan sexo en una playa, caminen agarrados de la mano y critiquen el espantoso cabello de la vecina, en la casa de enfrente.
Trago saliva y arrugando mi ceño, suelto un soplido.
—Odio éste carácter tan inestable e inseguro qué tengo. Lo odio. Ya no sé qué demonios hacer.
Bruna larga una risotada fuerte y se levanta del sofá.
—¿Sabes qué creo?
Con la mirada recorro cada uno de sus movimientos y mi entrecejo se frunce más aún.
—¿Qué?
Se para en el medio del living comedor y pone sus brazos en jarra. La diversión en su rostro desapareció y ahora, únicamente vislumbro seriedad y convicción.
—Que es momento de dejar el orgullo de lado definitivamente.
Me lo ha dicho infinidad de veces en lo que va de la tarde y la noche, sin embargo algo en sus ojos insinúa que no es solamente a Rashid a lo que se está refiriendo.
—No te entiendo.
Se pasea por la sala caminando en línea recta de un lado a otro y cuándo se decide, frena abruptamente, para del bolsillo de sus jeans sacar el teléfono.
—Ten —ordena, al cabo de unos segundos—, comencemos por ésto.
Aclaro mi garganta y con suma inquietud analizo los dígitos marcados en su lista de contactos.
—¿Cómo es que lo tienes?
Esboza una mueca desinteresada.
—Digamos que siempre se preocupó por ti y me usó de intermediaria para saber cómo has estado —el marco de su celular golpea mi brazo con insistencia—. No le llames si no te sientes lista, pero por lo menos envíale un mensaje —hace una pausa, y me regala una de sus sonrisas tristes; de las que me estrujan el corazón—. A veces sueño con volver a hablarle a mi mamá, y el dolor quemándome el pecho me hace comprender que jamás sucederá. Ya no seas cruel y dile que estás bien o que la amas. No esperes a que sea tarde. No esperes a que el arrepentimiento te amargue la existencia.
Con mis nervios destrozados, mis latidos retumbando en mi torso y mi cerebro embotado, sin detenerme a procesar sus palabras acepto el celular.
Con dedos temblorosos a medida que voy escribiendo "Mamá, perdóname", agradezco el hecho de tener a Bruna formando parte de mi vida.
Sin esa faceta en su personalidad muy reflexiva y concreta, estaría perdida.
Sin rubiales, no sería capaz de reconocer que pedirle perdón a mi madre, me alivia por dentro.