Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

Dudando se paraliza en el lugar y es mi otra mano, la que extiendo en su dirección como una invitación a continuar, lo que finalmente le convence de entrar.

Cruza el umbral y de inmediato su cuerpo se sostiene contra la pared.

—Estás muy borracho —susurro acercándome aún más a él y pasando su brazo izquierdo por mis hombros.

—No... M-me siento borracho —balbucea.

—Pues lo estás —ratifico—. Vamos.

—¿A dónde?

Sujeto con fuerza su cadera y lentamente atravesamos la salita.

—A mi cuarto —murmuro—. Te vas a duchar y luego vas a dormir.

—¡No quiero!

Mis pasos cortos y los suyos torpes se detienen abruptamente cuándo Bruna se interpone en nuestro camino.

—¡Pero miren quién está aquí —exclama, cruzándose de brazos y sonriendo maliciosa—, el ebrio número uno!

Le lanzo una mirada cargada de advertencia y en un ademán muy claro le dejo entrever que debe correrse.

—Pero... Si —Rashid hace una pausa y carcajea—. Es la chillona... Histérica.

Me contengo de reír ante la cara que ha puesto Bruna, quién pasó de la gracia a la molestia en cuestión de segundos, e ignorando sus evidentes ansias por destilar veneno, seguimos caminando.

La verdad es que ésto es difícil; es muy difícil. 
Jamás imaginé que un día cualquiera acabaría llevando al amor de mi vida casi a rastras y completamente ebrio a mi habitación. 
Cargar con su cuerpo o ayudarle a mantenerse de pie es complicado y agotador, pero por alguna extraña razón siento que me encanta hacerlo. Por un extraño y también simple motivo, ser la que lo contiene, cuida y protege me gusta muchísimo. Lo haría cien millones de veces más sin dudarlo.

Con sacrificio llegamos al umbral de mi dormitorio y estiro la mano para abrir la puerta.

—Me gusta el olor de tu pelo —susurra hundiendo su nariz en mi cabello, al tiempo que busco el interruptor de la luz, contiguo al marco—. Me... Gusta tu pelo.

Me estremezco con su cosquilla y río por lo bajo. —Vamos.

—También... M-me gustan tus ojos —replica con ronquera.

Agarro su mano y pasamos a la habitación apenas el lugar queda totalmente iluminado.

—A mí me encantan los tuyos —musito, siendo plenamente consciente de que es probable que a la mañana ni siquiera recuerde lo que dijo.

Sus dedos libres de los míos van apoyándose en lo primero que encuentran: pared, mobiliario y... el florero con plantas artificiales, quien se estrella contra el piso produciendo un ruido estruendoso y dejando un caótico desastre de porcelana cubriendo el rincón.

Inhalo profundo y cuidando de no pisar los restos de lo que fue un precioso jarrón, entramos al baño.

—Cuando t-te asustas... Te ves her-hermosa —se recarga en el lavabo y suspira aliviado.

Le regalo una tenue sonrisa, abro el grifo de la ducha y espero a que el agua se caliente. 
Muchas veces me he dado baños helados para sobrellevar alguna que otra borrachera, pero en éste preciso instante no puedo ni quiero exponer a mi arabillo a congelarse bajo el chorro.

—Levanta los brazos —exclamo, aproximándome a él.

—¿Por qué? —frunce el ceño.

Evito hacer algún gesto que refleje la ternura que me provoca verlo, y con mi dedo índice señalo su atuendo. Hoy a la tarde vestía un traje y ahora trae puesto una camiseta, jeans y tenis.  

—Tengo que sacártela —contesto, tocando la tela color negra.

—No puedo.

—Sí puedes.

—M-me voy a caer —se queja—. Es... Estoy mareado.

Trago saliva y me rasco sutilmente la nuca. 
No consigo evitarlo, sus palabras me enternecen.

—No te vas a caer —concilio—, estoy para cuidar de que eso no pase.

Su mirada se torna desconfiada y me analiza con sus brillantes ojos oscuros.

—¿Segura?

—Te lo juro —con dificultad levanta los brazos y empiezo a subirle la camiseta—. Eso es, ahora extiéndelos hacia adelante —con delicadeza, retiro la sudadera y la aviento al piso. Mi corazón late desbocado cuando aprecio su torso, todos sus tatuajes, su piel trigueña, sus pectorales y la fina línea de vello que empieza en su pecho y termina bastante más abajo de la hebilla de su cinturón—. Ven conmigo —con su brazo rodeo mis hombros y lo dirijo a la ducha. Corro la cortina y de inmediato se mete bajo el agua; sin esperar que le ayude a desvestirse por completo.  

Tal vez el baño lo despabile un poco y me resulte más sencillo sacarle la ropa empapada.

—¿Te sientes mejor? —murmuro, apreciando su fisonomía ligeramente encorvada, sus manos apoyadas en los azulejos, su quietud y su cabeza gacha.

—Estoy... Estoy muy mareado.

Alarmada me le acerco y sujeto su codo, su voz ya no se oye tan gangosa pero los mareos me preocupan.

—¿Qué bebiste?

Sus omóplatos suben y bajan en un lento compás, se endereza, alza la barbilla y me observa.

—Whisky.

—¿Sólo Whisky?



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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