Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CINCUENTA

Observo fijamente sus ojos oscuros buscando algún vestigio de broma, mas es en vano. Mi arabillo está completamente serio y ello significa una sola cosa: ¡me lo está diciendo en serio!

No sé porqué pero... Confieso que no me esperaba ésto. Podría haber imaginado lo que fuere viniendo de él, pero no ésto. Acaba de pedirme que vivamos juntos; como en Riad, sólo que ahora juntos y... ¡Como dos personas normales!

Disimuladamente miro mis manos y me contengo de llorar; no de la emoción sino de la vergüenza; me están sudando las palmas.

Mis nervios se dispararon debido a una simple pregunta adornada de palabras bonitas y no es que suela sucederme a menudo, pero cuándo me pongo muy nerviosa mi mente se bloquea, se paraliza.

—¿Vas a decir algo? —pregunta cauteloso, alargando las sílabas, temiendo de que mi contestación sea un no.

Pestañeo, centro mis ojos en los brillantes suyos y sin previo aviso estallo en carcajadas; carcajadas que a Rashid le desorientan y a mí me dan ganas de abofetearme.

—¿Estás nervioso?

Sus facciones hablan por sí solas y no, es obvio que no lo está. Se le nota en su semblante seguro, determinado, plenamente convencido. 
La que está muerta de la inquietud soy yo, y cuando eso pasa tiendo a reírme como una tonta, como una foca, como una retrasada. 
Es una respuesta por instinto, me río como si no existiera un mañana.

—No seas mala conmigo —un suave pellizco va a parar debajo de mis costillas y ello intencionalmente, aumenta mis carcajadas—. Tampoco te burles de mí —añade, haciendo un mohín condenadamente tierno—. Entenderé tus razones si dices que no estás de acuerdo con lo que te propongo.

Evito rodar los ojos y con mis manos acaricio su nuca. 
A veces éste hombre de seguridad avasallante, carácter imponente y aura amedrentadora puede ser el adolescente más inseguro de la faz de la Tierra.

Qué increíble... Y qué adorable mi arabillo.

—Rashid —susurro.

—No te cohíbas —me interrumpe frustrado, imaginando la respuesta que ni siquiera llegué a darle—. Tal vez fue muy apresurado. Tal vez necesitamos más tiempo y...

Dejo de tocarle y llevo mi dedo índice a su boca, cortando sus palabras en un simple, pero claro gesto.

—En ciertas ocasiones deberías aprender a callarte y esperar a que el resto diga lo que quiere decir.

Automáticamente me escucha, en su rostro se dibuja una mueca de enojo. 
Su humor cambia en cuestión de segundos y ahora el mal genio brota por cada poro de su piel.

—Que es un rotundo no —se auto convence—. Soy un tarado.

Sin que se percate esbozo una sonrisa, acerco mi cara a su oreja y en un murmullo contesto —Sí.

Más rápido que un relámpago se aleja de mí y me mira con perplejidad; una perplejidad que me hace estallar en risas.

—¿Me acabas de decir tarado? —pregunta.

Llevo las dos manos a mi abdomen y ya no consigo controlarlo; me río sin parar, como una completa desquiciada.

—¡Te acabo de decir, sí, tonto! —lleno mis pulmones de aire y cuando por fin logro autocontrolarme, alzo el mentón—. Solamente dije sí.

—Sí... —reflexiona, frunciendo el ceño.

Conmovida por su contrariedad me inclino hacia adelante y besos sus dos pómulos.

—Sí —repito—. Mi respuesta es un sí. Sí quiero vivir contigo.

Todavía, y sin dar crédito a lo que le he dicho, abre sus ojos como dos enormes platos. —¿En serio?

—En serio —reafirmo—; aunque si de establecer condiciones se trata, yo quiero imponer las mías —simulo estar pensando, y enarco una ceja cuando varias ideas se me vienen a la cabeza—. Aparte de elegir un sitio bonito, con vistas a un lindo atardecer, sin bullicio de gente y con mucho espacio verde, quiero que llenemos las alacenas de chocolate, galletas, bombones, pasteles y helados. En todo momento, ya sea en discusiones, que no estés presente o que vea una película deprimente, debe haber chocolate para acompañar mi día.

—¿Por qué la primer razón debe ser una discusión? —me mira con reprobación y por mi parte, le imito.

—¿Qué te hace creer que no las habrán? Viviremos peleando, es un hecho. Supuse que ya lo tenías asumido, como dijiste que las peleas le daban el toque divertido a la relación...

—Sí bueno; recuerdo lo que dije, pero...

—Nada —corto, en lo que abandono su regazo—; le pondremos diversión a la convivencia.

Sus iris reflejan la sonrisa que él trata de reprimir y se pone de pie. —Eres terriblemente malvada.

—Concuerdo contigo; lo soy —me encojo de hombros y agarrando la pequeña muda de ropa que dejé apartada, me dirijo al baño—. Serán solo cinco minutos —informo, al notar su curiosidad puesta en mí—, me voy a cambiar de ropa y luego iremos a comer. Tengo un apetito brutal —apenas proceso las últimas palabras freno en seco y le observo de reojo—. Hambre de comida —recalco, adivinando los sucios y degenerados pensamientos que su sonrisa maliciosa delatan—. Tengo hambre de comida, no de cositas raras.

—Las cositas raras te encantaron hace un rato —contraataca con arrogancia.

Le echo la lengua y me encierro en el baño. No me toma muchos minutos, sólo hago mis necesidades, me lavo y me cambio de ropa. Ésta es mi forma de sentirme limpia; limpia después de haberme comportado como una cerda pervertida.

—¡Guau! —silba al verme salir.

El regalo un guiño, de paso guardo el celular en el bolsillo de mis short y abro la puerta del cuarto.

—¿Vamos? —le invito.

—¿Y qué hay con mi ropa? —pregunta, señalándose de arriba hacia abajo.

Mi yo interior se relame los labios y a los cuatro vientos grita: "¡No hay ropa, vas a desayunar desnudo! ¡Te vamos a comer, te vamos a devorar!

—Bruna no está en casa —insinúo, con coquetería—; no prives a esta pobre mujer de ver tus... —mis ojos se detienen en su abdomen ligeramente marcado y cien millones de diabluras pasan por mi cerebro calenturiento—... De ver tus ravioli.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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