A mi alrededor escucho voces, jadeos asombrados y murmullos. Siento cómo todos hablan al mismo tiempo. Mi padre, mi madre, Adolfo, hasta Rashid. Los oigo en la lejanía, en un eco distante mientras miro un punto fijo al frente de mí; a la nada, la verdad, no sé a dónde. Y en mi cabeza se repite con claridad y mucha fuerza la última frase pronunciada por el hombre que más amo.
«Hacerme su esposa»
Respiro con dificultad y de esa manera, lo observo. Su rostro permanece inquieto, expectante, inclusive con cierto temor de haberla cagado hasta el fondo.
Pestañeo, y deslizo la mirada por la cara de mi madre. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, como instándome a dar respuesta a la oración que me ha dejado muda.
Sí, lo presiento al reparar en mi padre y en mi padrastro, que me analizan con la misma curiosidad que Gala.
Mis latidos aumentan.
Mierda.
Es que siquiera me lo ha propuesto formalmente. Algo así como, ¿nos casamos? ¿Quieres casarte conmigo? ¿Te gustaría ser mi esposa?
No. Por supuesto que no, y no debería asombrarme. Rashid Ghazaleh es un hombre realmente extraordinario. Nunca, nada, viniendo de él será clásico o traidicional. El magnate sobresale de ese tipo de cosas.
Entonces...
¿Debería tomar su frase como una propuesta?
Trago saliva y vuelvo a mirar al arabillo.
¿Realmente es lo que quiero ahora mismo?
—¿Nicci?
Parpadeo. Es mamá.
—¿Qué? —balbuceo, con la presión extra de tres pares de ojos fulminándome de la cabeza a los pies.
Sus dulces facciones transmutan a un gesto recriminatorio y el que se dispone a hablar es mi padre.
Ésto es terriblemente incómodo para mí.
—Es un asunto serio —carraspea rascándose la barba—. Hay un hombre aguardando por una contestación tuya. Un compromiso.
«Un compromiso»
Nosotros ya tenemos un compromiso. Somos el uno para el otro de una forma tan arrolladora que... Los anillos, una iglesia, un acta de matrimonio, sobrarían.
¿No?
Mis sienes empiezan a punzarme y pasa. Sucede sin más; sin proponérmelo. Esbozo una sonrisa, una gran sonrisa y... Comienzo a reír. La cara de Rashid se descompone entre confusión y ofensa pero no puedo parar. Me siento una perra de mierda pero no puedo parar de reír.
Mis ojos se empañan cuando una carcajada le sigue a otra, y otra a otra, hasta que mi panza empieza a doler.
Todos están observándome como si me hubiese vuelto loca.
No enloquecí.
Soy una idiota, sí; pero no enloquecí.
Sólo es que...
¡Carajo!
Casarme con él es lo que más quiero en ésta puta vida. Lo quiero solamente mío para siempre. Quiero llevar una alianza con su nombre grabado. Quiero tener en mi vientre a sus hijos, y a los míos; a los nuestros. Quiero engordar, envecejer, pelear, reír, amar, llorar, a su lado.
Diablos, diablos, diablos.
¡Quiero ser su esposa! Pero no me esperaba que él también lo deseara así. Me tomó desprevenida que lo dijera frente a mi familia. Me llenó de ansiedad, de nervios, de ganas de comérmelo a besos y resulta que ahora, aún siendo consciente de que estoy dando la impresión equivocada, no consigo parar la risa.
De pronto Rashid, con entereza, frialdad e indiferencia se aleja de nosotros y eso, abruptamente corta mi carcajada.
—¿Sabes algo? —pregunta y su voz ofendida, me eriza la piel—. Ya no importa.
Su comentario es como una fuerte cachetada en mi mejilla, y duele. Me duele, y me lo merezco. Sin embargo él sabe que cuando estoy nerviosa no logro contenerme. Es por instinto, no es mi intención.
Su carácter explosivo, susceptible y con cierta tendencia a enojarse, o malinterpretar mis acciones antes de que yo las pueda explicar, nos lleva directamente al choque. A lo que bien podría acabar en una discusión.
—Rashid —digo, poniéndome seria rápidamente.
—Está bien —me da la espalda y cuando pronuncio la primer sílaba de su nombre, voltea, de su bolsillo saca el celular y haciéndome un ademán de silencio, me lo enseña—. Si me disculpan un momento, debo hacer una llamada.
—Usa la cocina si necesitas privacidad —se apresura a intervenir mi madre, pero el arabillo niega con la cabeza y se dirige a la puerta principal.
—Si no es molestia, prefiero hablar afuera —es lo último que dice antes de salir.
Inhalo profundo. Como siempre, aquí he venido yo a cagarla de nuevo.
Se enojó y tiene razón. Este es un momento difícil para él y al final, en vez de ser su compañera, lo dejé en ridículo, con una contestación pendiente y su inseguridad bailoteando por los aires.
—Eres muy torpe —me reprende mamá, clavándome un imaginario cuchillo de culpa en el pecho—. Era una situación importante para él, para nosotros y para ti. Y fuiste tan imadura de reírte en su cara, en vez de tomarte la cuestión, con la seriedad que merece.
—No lo hice a propósito —me defiendo, en un siseo molesto—. No planifiqué burlarme de sus palabras. Amo a Rashid, amo lo que ha dicho, y me encantaría el día de mañana ser su esposa. Sólo me sorprendió. Y las sorpresas me ponen nerviosa.