Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS

—Pe-perdón —trago saliva—. ¿Qué se supone que es esto?

Enarcando una ceja, lo miro con fiereza y sinceras ganas de matarlo.

—Son papeles impresos de computadora, habibi —responde sonriente y detestablemente victorioso, aproximándose a su silla. Un asiento giratorio, grande, muy fino a simple vista. Fabricado de un extraño material color plateado. 

Deseando por dentro sentirme confundida aprieto la mandíbula y alzo las hojas. Las sostengo con la mano y las revoloteo por el aire.

—¡No me digas! ¡Creí que eran caramelos! —ironizo—. Gracias por aclarármelo.

Rashid larga una fuerte carcajada y retrocede en su intención. No se sienta, sino que por el contrario, con los brazos extendidos se acerca a mí. Su mueca terriblemente atractiva, socarrona y fastidiosa no se borra de su cara ni por un segundo.

Está disfrutando de éste momento.

—Amo tu sarcasmo —aprieta suavemente mis hombros, y lo siguiente que percibo son sus labios en mi cuello.

—¡Ya, no hagas eso! —me remuevo y zafo de él. Aún continúa riéndose, mientras que yo rezo por no perder la paciencia—. Estás haciéndome una broma, ¿no? —de mi boca se escapa una risotada—. ¡Ja! ¡Seguro es una broma!

Su carcajada se corta y a centímetros de mi oreja chasquea la lengua.

—No. No es ninguna broma —dice tranquilamente; en un electrizante susurro—. No soy bueno para hacer bromas y rara vez me gusta recibirlas —la punta de sus dedos tocan mi espalda—. Así que ésto va muy en serio. Te lo prometo.

Respiro profundo. Mis hombros se levantan cuando lo hago.

Estoy enojándome muy en serio también.

—Te saliste con la tuya —rechazo su caricia y tomo distancia de él—. ¿Cuántas putas veces te he dicho que no quiero tu jodido dinero, ni tus malditos negocios?

Trata de ocultar su diversión bajo una máscara de serenidad y eso es lo que más me molesta.

Que le divierte la situación.

¡Le divierte!

—No te encabrones así —replica en tono conciliador.

—¿Yo? —me señalo—. ¿Yo, encabronarme? ¡Es que no respetas mis deseos, siquiera!

Sus cejas se fruncen al igual que su boca. Está a punto de estallar en risas.

Le voy a matar.

—¿Tus... Deseos?

Asiento, casi frenética.

—¡Exacto! Me diste tu palabra de que no insistirías más en eso.

—No lo recuerdo.

—¡Cretino! —espeto cada vez más y más enojada—. También prometiste que la casa la veríamos y, la elegiríamos juntos —largo un quejido—. ¿Por qué demonio eres tan... ¡Taan! —resoplo—. ¡Agh!

—Okey —dice con calma—. ¿Ya hiciste tu descargo?

—¡No! Apenas empiezo.

Relame los labios y simula toser.

—Antes de que enloquezcas completamente o me avientes algo por la cabeza —hace una breve pausa—; te voy a aclarar algunos detalles que dado tu carácter endemoniado, sumado a que no leíste los documentos, todavía no sabes.

Me cruzo de brazos y taconeo.

No quiero que se dé cuenta de cómo me siento en éste preciso instante. No quiero que me vea asumiendo el papel de una reverenda tonta.

—Te doy un minuto —advierto con indiferencia—; que corre desde ya.

En su cara, su sonrisa se reduce a un gesto seductor, desafiante y victorioso.
Acorta la lejanía que yo misma impuse y se para delante de mí. 

—Te lo explicaré de una forma simple. En cuanto a la clínica... Seremos socios. Es una propiedad a tu nombre, aunque con ciertas... Pautas a respetar. Por ejemplo, los ingresos. Las ganancias es otro terreno qué pisar —camina con seguridad hacia su enorme silla y toma asiento—. Eres terca, lo sé, y también sé que te di mi palabra sobre no insistir —eleva su dedo índice y lo mueve, negando—. No estoy insistiendo. Simplemente estoy proponiéndote un negocio.

—¿Un... Negocio?

Afirma.

—Despertaste mi interés comercial por rubros que pensé, serían inaccesibles para mí. La belleza integral es uno de ellos —achina la mirada, y me observa con burla—. Cuando regresé a Italia y vi el centro estético donde trabajabas, me pregunté, ¿por qué no transformar un buen lugar, en un lugar extraordinario? —hace un ademán que denota falso desinterés—. Yo cuento con dinero suficiente y los antiguos propietarios estaban dispuestos a venderlo. Ofertas del mercado, suelo decirle.

—Compraste el sitio dónde trabajo —espeto atónita—. ¡Compraste mi trabajo!

—En realidad hasta ahora es un bien mío, que he puesto a tu nombre. La situación cambia si firmas eso de ahí —señala el contrato que aún sostengo en la mano—. Si lo haces, será tuyo; aunque con algunas pequeñas claúsulas de las que hablaremos luego —este hombre me ha dejado enmudecida y lo sabe. Estoy anonadada y la satisfacción por ello desborda por cada poro de su piel—. Seamos socios, Nicci —enfatiza, apoyando ambos codos sobre el escritorio y entrelazando sus dedos—. No existe otra persona a la que le deposite mi absoluta confianza para un nuevo emprendimiento como a ti. Los dos vamos a ganar. Vamos a obtener lo que queremos. Yo simplemente necesito de tu asesoramiento dentro del rubro.

—¡Mi asesoramiento para atender el teléfono! —ironizo—. Soy una simple recepcionista.

—Eso no es cierto —dice, suspirando—. Has hecho mucho más y lo sé, no olvides que he sido y todavía soy, tu jefe —me regala un guiño—. Tomaste un curso intensivo que la clínica costeó especialmente para ti —hace silencio unos instantes—. Posees conocimiento y también técnica. Sólo te falta adquirir más experiencia, y eso es algo de rápida solución.

Rechino los dientes, y desvío la mirada de su rostro. Es un jodido hombre posesivo, astuto y manipulador.

—Te saliste con la tuya —es lo único que se me ocurre decirle.

Siento que no estoy entendiendo una absoluta mierda y que él se está burlando de mí.

¿Cómo puedo pasar de atender el teléfono a manejar un negocio? ¿¡En qué puta cabeza entra eso!? 



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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