Al Mejor Postor Libro 1

CAPITULO CINCUENTA Y SIETE

—Con justa razón tienes el mundo a tus pies, mi árabe bello —le susurro al oído, mientras acaricio su pecho semidesnudo—. Eres un ardiente conquistador con esas palabras tan lindas que dices, ¿lo sabías?

Con la punta de mi nariz le hago cosquillas en la mejilla. Se ríe, y besando su cachete, rasposo por la incipente barba que se asoma, me separo un poco.

Pese a que su presencia es mi refugio, mi contención, el sitio donde más segura y amada me siento, las responsabilidades me llaman. Debo irme.

—Lo que tengo, lo tengo —dice con un dejo de arrogancia, poniendo un mechón de mi cabello, detrás de mi oreja—. Soy un seductor nato, habibi.

—Lo que tienes de seductor también lo tienes de engreído.

Alza una ceja, y con presunción me enseña una de sus típicas sonrisas baja calzones.

—Pero te gusta —me provoca.

—Mucho —replico, removiéndome para ponerme de pie. Algo difícil porque él no está dispuesto a dejarme ir—. Rashid —advierto, cuando sus manos me aprisionan contra su cuerpo.

—¿Por qué no te quedas?

—¿En tu oficina? ¿Estás loco? —niego y pellizco sus antebrazos para que me suelte—. Necesito ir a casa, arreglarme de la mejor forma posible y presentarme en esa clínica para dar la noticia —ruedo los ojos—. La buena noticia.

—Eres la propietaria —dice, con calma, sin rendirse, creyendo que podrá convencerme—. Puedes ir mañana, pasado, o la semana que viene. Eres tu propio jefe; nadie te reprenderá. Si te quedas, me doy una ducha, me cambio, reorganizo la junta ejecutiva que tengo para mañana, y vamos a almorzar a algún sitio bonito.

—¿Tienes baño con ducha en el despacho? —pregunto, fingiendo mostrar interés en ese detalle.

—Claro —responde—. He pasado días enteros aquí, con mucho trabajo y sin dormir. Siempre viene bien una ducha de agua fría para despabilarse y seguir. Incluso guardo un par de trajes, camisas, calcetines, hasta... —hace silencio un instante y luego frunce el ceño—. ¡No se porqué acabamos hablando de mi baño!

Aprovechando su momento de dudas y reflexión, me levanto y como puedo comienzo a recoger mi ropa. Primero el pantalón, que me lo pongo bajo su molesta mirada.

—Vamos a almorzar —refunfuña como el nene caprichoso que en el fondo de su ser, es.

—No —agarro mi sostén y sin ningún pudor, me lo coloco delante de sus narices—. Quiero ir a mi trabajo, explicarle a mis compañeras lo que sucede, y ser responsable. Quiero enfrentar mis objetivos desde hoy mismo.

—¿Y por qué no ir mañana? Puedes presentarte con uno de mis abogados, y tus asistentes —acomoda su masculinidad en los jeans que usa, e irritado por no lograr persuadirme, insiste—. Busqué personas especializadas en los distintos puntos dentro de la estética integral, que te ayudarán a...

—Genial —intervengo con una sonrisa, mientras me acomodo la remera, y ágilmente el calzado—. Entonces llámalos ahora, reúnelos y diles que en una hora los espero en Maracaibo Sun, para presentarlos ante sus colegas.

—Nicci

—No voy a hacer a un lado mis obligaciones por placer. Lo sabes bien —respiro profundo, me acerco a él y me inclino—. No me vas a controlar, arabillo —abotono su camisa. Él gruñe.

—¡Quiero almorzar contigo, mujer!

—En otra ocasión —me enderezo, y estiro el orillo de mi camiseta—. Llama a tus superhéores. Quiero dar la mejor impresión de todas cuando mis compañeras me vean entrar.

Olvidándose de su enojo momentáneo me sonríe, gira en la silla y coge el teléfono inalámbrico del escritorio.

—En tu faceta de jefa te oyes muy sexy —presiona un par de botones y aguarda—. Hola —dice, tajante—. Contacte a Miguel, el abogado de Maracaibo Sun. Es urgente. Que se comunique directo conmigo —unos segundos después corta y voltea hacia mí—. ¿Dijiste en una hora? —asiento—. En una hora estarán allá. Procura ser puntual —me entrega una carpeta—. Son los contratos. Nuestro negocio y nuestra casa. Además, ahí está toda la información de las personas que contraté para ti —agarro el borde de la carpeta color negro, pero Rashid se niega a dármela—. Vamos... Salgamos a cenar esta noche.

Muerdo mi labio inferior.

Diablos. 

—Hoy no —digo con suavidad—. Tengo mucho que hablar con Bruna. 

—Pueden hablar mañana.

—También podemos salir a cenar mañana.

Su ceño se frunce y me contengo de reír a carcajadas.

—Tú ganas —se encoge de hombros—. Al menos dime que me atenderás el teléfono si te llamo a la noche.

Pellizco cuidadosamente su mejilla, y me apodero de la carpeta.

—Claro que sí. Iré a la cama temprano.

—Podrías ir a la cama... Conmigo —provoca en un último intento por convecerme de algo—. ¿Por qué no vienes a mi cama?

—Cuando nos mudemos juntos —le guiño el ojo—. No te impacientes.

—Cuando nos mudemos juntos me las voy a cobrar.

Retrocedo lentamente hacia la puerta.

—Cuando nos mudemos juntos me llevarás a la clínica todas las mañanas, y me recogerás de la clínica todas las tardes.

Recuperando la sonrisa socarrona y atrevida, niega—. Cuando nos mudemos juntos, aprenderás a conducir, manejarás tu propio coche y llegarás a tu negocio como toda una empresaria empoderada e independiente.

—Qué agradable noticia, señor Rashid —digo con asombro y embeleso.

—Soy un sujeto agradable —frunce la nariz, y sin más remedio asiento con la cabeza. Tiene razón. Es mi sujeto agradable—. Por cierto... ¿No quieres que te lleve a casa?

—No es necesario. Tomaré un taxi en la avenida.

—Puedo pedir uno desde acá —hace una mueca de cachorrito desamparado. Como suplicando que acepte al menos ésto—. No quiero que esperes quién sabe cuánto por un jodido taxi, cuando yo puedo llamar y en menos de un minuto, uno te estará esperando en el estacionamiento.

—Bueno —inspiro profundo—. Hazlo —cierra su mano en un puño y sin disimulo, festeja frente a mis ojos su pequeño triunfo personal—. Eres un niño caprichoso, ¿te das cuenta?



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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