Al Mejor Postor Libro 1

CAPITULO CINCUENTA Y OCHO

Mi corazón da un vuelco.

—No puede ser posible —murmuro.

No es que me afecte de buena manera lo que me ha dicho, sino que por el contrario, la aparición de Renzo significan malas noticias y las malas noticias, problemas.

—¿Estás insinuando que miento, o que estoy loca e invento cosas? —se tensa, regalándome una mueca muy hostil—. Ese capullo golpeó la puerta de nuestra casa y con todo el descaro del mundo, me dijo que necesitaba hablar contigo.

Inhalo profundo, y exhalo. Mojo con la punta de la lengua mis labios, y haciendo un ademán con la mano en son de calma, me paro cerca de ella.

—Jamás insinuaría semejante cosa —la tranquilizo—. Sólo me cuesta entender porqué después de tanto tiempo vuelve a buscarme —me alejo apenas unos pasos—. Qué quiere de mí.

—Lo mismo que quieren todos los putos hombres, joder la vida —se molesta—. Quiere joderte porque es un tipo despreciable y egoísta.

Sacudo la cabeza, y niego una y otra vez.

—La verdad no sé porqué lo pregunto. No me interesa. No quiero a Renzo cerca —espeto.

Bruna enarca una ceja.

—Pues de alguna manera se lo vas a tener que dejar en claro, porque estaba que insistía en hablar contigo. Hasta mencionó que te llamó un par de veces y que no le atendiste.

—¿Me llamó? —sorprendida, frunzo el ceño—. ¿Cómo consiguió mi número?

Rápidamente, en mi mente se dibuja una cara. Su cara.

Si muy casualmente olvidé mi celular en donde mis padres, y Melany llegase a estar relacionada con esta mierda, ¡al diablo! No voy a tenerle compasión. Se llevará la puta paliza que se merece desde hace tiempo.

—Estoy segura de que te vio visitando a tu familia —opina rubiales con desdén—. Como el cabrón que es, te vio feliz y entonces la envidia le caló hondo.

—No lo sé. No creo que sea tan así. Renzo es un cobarde. Ese arrebato fue motivado por algo. O por alguien.

—¿Y qué significaría?

—Que justo hoy que visito a mi familia, mi ex aparece en la puerta de mi casa diciendo que me está buscando. Qué raro. Encima misteriosamente obtiene mi número de teléfono. El mismo teléfono que olvidé en la casa de mi madre.

—Tal vez tu teléfono lo perdiste en la calle —comenta, pensativa.

—No, no —niego varias veces—. Por supuesto que no.

—Entonces no te estoy siguiendo.

—¡Que no es casualidad, Bruna! —digo con vehemencia—. Melany está metida en esto. Lo vi en su cara. Aún tiene ganas de seguir jodiéndome la existencia —inquieta, rasco mi mejilla—. Ella se lo dio a Renzo.

—¿Tu teléfono? —asiento, y su confusión ahora es puro asco—. ¡Qué puta manía tienen! ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Siete u ocho meses? ¿Qué necesidad de hacer esto?

—¡Es porque estoy bien! —mascullo con enojo. Con mucho enojo. Ya ni sé lo que estoy diciendo.

—Mira que Melany es una bruta envidiosa, pero Renzo... Renzo es un malparido. Ese bastardo quiere verte sola. Lo huelo —se toca la nariz—. Lo percibo aquí.

Respiro profundo, con cierta dificultad. Comenzó a dolerme la cabeza y también el cuerpo. No me estoy sintiendo bien.

—Es un estúpido mujeriego que piensa que puede tener a la mujer que se le antoja —me toco la frente, y con frenesí masajeo mis sienes.

—Habría que cortarle la verga —reflexiona con liviandad—. Libraríamos al mundo de un gran problema —dentro del mal humor que nos envuelve, me regala una linda sonrisa. Sonrisa a la que le sigue seriedad, y un ceño fruncido—. ¿Estás bien?

—Me duele la cabeza —me quejo.

—Venga, si te duele la cabeza no vas a ir a la farmacia sólo por una píldora de emergencia —me toma de la mano, y tirando de ella me lleva hasta su cuarto—. Siempre tengo una guardada en mi botiquín.

—¿En serio? —pregunto con interés. 

No es que sea una perra, pero conozco bien el tema de Bruna, los anticonceptivos, las secuelas del secuestro y los embarazos. Me llama la atención sobre manera el detalle.

—¡Pues claro! —dice, elevando la voz—. Ya sé que estoy seca —recalca en un tono de burla. Ese tono que también conozco y que usa para disimular todo aquello de lo que le incomoda hablar—. Pero me gusta estar preparada. Imagínate si a Dios se le ocurre castigarme y termino embarazada de Alexander.

—No digas esas cosas —le recrimino.

—Yo soy consciente de mis jodidos dramas reproductivos, pero como estoy tan cagada por la mala suerte, debo prevenirme. Nunca, pero nunca en la vida querría tener un hijo con Alexander.

—¡Bruna!

—Soy sincera contigo, Nicci. No me sermonees —entramos a su dormitorio, y la veo sacar un blíster de su mesita de noche—. Tómala y reza porque te venga la regla.

Retiro la pastilla y así, sin agua, me la trago.

—Debería llegar. Estoy... En mis fechas.

—Claro —ironiza—. Peeroo, como han estado cogiendo como conejos y seguro, sin condón, ahora estás asustada porque sabes que fuiste medio estúpida —resopla—. Solemos ser medio estúpidas todo el tiempo. Despreocúpate.

Me siento en el borde de su cama, aprieto con fuerza el orillo del colchón y suspiro—. No quiero quedar embarazada.

Bruna silba, y de su armario comienza a sacar ropa. Creo que va a ordenarla.

—Vaya, vaya —canturrea—. ¿Acaso no te gustaría ser mamá?

—Sí —afirmo sin dudar—. Sólo que... No ahora. Imaginarme embarazada por un descuido y no saber cómo podría llegar a reaccionar Rashid, me da un poco de miedo. 

Con la mirada me señala el blíster y sonríe—. Tranquila. Dentro de un par de dias andarás histérica pidiendo a gritos el chocolate y unos tampones. Ya verás.

Miro la marca de la pastilla de emergencia, y permanezco así unos instantes, observando las letras azules en un fondo de aluminio. Pensando en nuestra relación, en nuestro futuro, y en... Los hijos.

Rashid fue claro conmigo; quiere ser padre. A su debido momento, pero lo quiere.
Sin embargo, ¿dirá lo mismo si las cosas alocadamente se apresuran?



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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