Al Mejor Postor Libro 1

CAPITULO SESENTA

Camino rápido y salgo del café. No me importa la lluvia, el agua helada mojándome los pies, o el intenso frío.

Mi corazón late a mil. Mis piernas tiemblan como gelatina en cada zancada que doy. Se me reseca la garganta y me arde el pecho cuando me paro frente a él.

Estoy agitada, congelada, pero sobre todo asustada.

Sus ojos destellando enojo y su cara tan inexpresiva pero a la vez sombría me amedrentan.

—¡Nicci, nena! —esa es la voz de Renzo. La puta voz de Renzo que eriza los vellos de mi piel.

Me siguió. Es tan idiota que no hizo caso a mi advertencia. Me siguió.

Cierro los ojos por un momento, trago saliva y los abro.

Ahi está su cara, implacable. Allí están sus hermosos ojos negros, que ya no me miran a mí, sino por encima de mi hombro.

—Rashid —susurro atemorizada—... Escúchame.

—Quítate— masculla a secas y con tanta frialdad que por un instante me paraliza. 

—Por favor, te lo ruego —agarro sus antebrazos con fuerza. Quiero impedir que haga algo de lo que pueda arrepentirse luego—. Hablemos, lejos de aquí —sujeto la tela de su gabardina y tiro de ella hacia mí. Necesito que reaccione, que su mirada conecte con la mía.

Aunque Renzo se nos esté acercando, aunque esté furioso conmigo, aunque desee dejarse dominar por el odio y el revanchismo, necesito contenerlo.

—¡Dije que te quites de adelante! —me grita, sin mirarme.

La lluvia cae cada vez con mayor fuerza, no logro verlo con claridad. La manga de su gabardina se escapa de mis dedos y él se escabulle de mí.

Está muy claro lo que quiere y con quién lo quiere.

—¿¡Nena!? —la voz de Renzo se oye perfectamente.

Inspiro profundo y volteo. Se encuentra cerca de donde estamos nosotros, sin comprender lo que ello significa.

—¿Qué mierda le dijiste? —pregunta Rashid, en una amenaza más que interrogante. Enfrentándolo. Luciendo como un toro embravecido—. ¡Te hice una pregunta! —ruge con furia, tomándolo del anorak que trae puesto—. ¿Qué mierda le dijiste? 

Algunas personas curiosas se asoman a la ventana del café para ser espectadores de lo que sucede o peor aún, de lo que sucederá. Mientras que por mi parte, mordiéndome los labios y rezando porque el problema no empeore, me aproximo a Rashid. A su espalda ancha y encorvada; como una bestia que está a punto de destrozar a su presa.

—Amigo, es mi ex novia. Tranquilo que sólo estábamos hablando.

La risa siniestra del arabillo me pone los pelos de punta. Me estremece.

Doy un paso más hacia él con cuidado. La acera está mojada y resbalosa. Lo hago hasta pararme a su lado. Quiero que entre en razón; quiero tocarlo para que de una vez me mire, aunque es probable que falle en el intento.

—¡Basta, vamos a casa! —le grito.

—¡Te dije que no te metas en ésto! —espeta, focalizando todo su enojo en Renzo—. Ella no es nada tuyo, hijo de puta —lo zarandea de adelante hacia atrás. Lo enfrenta de una forma casi animal, acercando su cara a la de él. En verdad da miedo—. Nicci es mía. Es sólo mía —tapo mi boca con la mano y también mis jadeos cuando el puño cerrado de Rashid se estrella en la cara de su rival. Un golpe certero y fuerte que lo tira de culo al piso—. ¡Espero que te quede claro —gruñe inclinándose, acorralándolo y dándole un puñetazo tras otro. Golpes igual de fuertes que el primero. Golpes que lo hacen sangrar y que con el agua de la lluvia transforman a Renzo en el protagonista de una escena de horror—. Ella es mi mujer. Ahora la amo, la disfruto y la contengo yo —desesperada me agacho, toco su espalda, sus hombros, sus brazos con el propósito de que pare, y lo hace. Deja de golpearlo para volver a agarrarlo del anorak manchado de sangre—. Perdiste tu oportunidad cuándo te encamaste con otra. Cuando te cogiste a otra y no te importó tener a la mujer más maravillosa del mundo a tus pies. Te la perdiste y ahora es mía. 

Mis ojos se llenan de lágrimas. Habla con tanto veneno en la voz que es difícil reconocer al arabillo dulce y tierno que tanto amo.

—Rashid —exclamo, al borde del llanto—. Por favor...

Ladea la cabeza a un costado. Se queda callado unos segundos, mientras Renzo lucha por zafarse de él. Al cabo de unos minutos lo suelta y se levanta. Me tiende una mano a mí apenas lo hace. Sus ojos destellando rabia no admiten contradictoria alguna, así que acepto el gesto y de un tirón me pongo de pie.

—Escúchame bien, cabrón de mierda —vuelve a acercársele pero no se agacha, sólo le apunta con el dedo—. Espero que entiendas que como mi mujer, la voy a defender de la persona que sea —sujeta firmemente mi mano y antes de dar la vuelta, con el ruido de la lluvia distorsionando su voz, sentencia—. La próxima vez piensa dos veces antes de merodear a su alrededor, porque vuelves a joder y no lo dudo; te mato a puñetazos.

Tira de mis dedos y nos alejamos de Renzo.

No miro atrás. No lo hago porque no me interesa. Le aclaré lo que podía pasar si no me dejaba en paz, y prefirió hacer caso omiso.

—Rashid —digo, cuándo me obliga a rodear el coche y detenerme delante de la portezuela del acompañante—. Necesito que me escuches.

Él suspira profundo, y busca algo en el bolsillo de su gabardina.

—Estoy harto de ésto. Harto de sentirme un reverendo imbécil. Pero pronto las cosas van a cambiar —abre la puerta—. Entra al auto— me ordena y sin rechistar obedezco. Está enojado y en su justa razón. No puedo objetar nada. Absolutamente nada.

Trago saliva varias veces; un nudo de angustia se formó en mi garganta.

En siencio observo cómo se acomoda en el asiento del conductor, se pone el cinturón y enciende el coche. Quiero hablar, pero me callo cuando voltea hacia mí y me entrega mi teléfono. El teléfono que creí perdido, o en manos de Melany. El celular que él dijo no haber visto. El mismo que apenas prendo la pantalla me muestra aún con poca batería, decenas de mensajes y llamadas perdidas. La gran mayoría de Renzo, el número desconocido que lleva su nombre en cada texto que me ha enviado—. La próxima, ten más cuidado dónde lo dejas.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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