“SIEMPRE EXISTIRÁ EN EL MUNDO UNA PERSONA QUE ESPERA A OTRA. YA SEA EN EL MEDIO DEL DESIERTO O EN MEDIO DE UNA GRAN CIUDAD. Y CUÁNDO ESAS PERSONAS SE CRUZAN, Y SUS OJOS SE ENCUENTRAN, TODO EL PASADO Y TODO EL FUTURO PIERDEN COMPLETAMENTE SU IMPORTANCIA... SÓLO EXISTE ESE MOMENTO.”
PAULO COELHO.
Dos meses después...
Existen momentos en la vida que nos marcan.
Algunos nos quiebran o nos hacen tambalear. Otros nos llenan de fuerza; nos dan entereza. Y otros son tan opuestos que o nos alegran hasta las entrañas, o nos entristece hasta el alma.
Esos momentos recaen sobre nosotros con un único significado: enseñarnos el cierre de una etapa, para dar comienzo a un nuevo ciclo.
Es natural. Es aprendizaje. Y forma parte del efímero proceso biológico al que solemos llamar vida.
Vivimos tanto y en tan poco tiempo que apenas nos damos cuenta de cuántas etapas llegan a su fin y cuántos nuevos ciclos inician.
Lo asevero y con total certeza. Mi vida ha dado giros impredecibles, ha sorteado etapas que jamás imaginé sortear, ha cambiado tan radicalmente, que un año atrás ni hubiese pasado por mi cabeza estar donde estoy precisamente ahora: mirándome al espejo, vestida de novia.
Llevo mis manos al bordado de delicadas flores blancas que tiene en mi cintura, la suave tela tenuemente beige y admiro la simpleza del vestido. Mangas cortas y un escote recto; ceñido en el pecho, suelto en la caída y largo hasta mis pies. Exquisitamente delicado, soñado.
—¿Estás nerviosa? —Bruna se para a mi lado. La veo por el espejo.
Desde la mañana trae la mirada cristalizada; como si en cualquier instante fuese a largarse a llorar. La entiendo, no ha sido fácil. El pasado con piel de hombre se hizo presente hoy; justo hoy, que particularmente para ella es un día emotivo.
Volver a ver a Kerem, para Dichezzare fue un trago difícil de digerir.
—Lo estoy —confieso.
Estoy muy nerviosa, pero en una buena expresión de la palabra.
Hace dos meses Rashid me pidió matrimonio y dentro de un rato, estaremos casándonos en el jardín trasero de nuestra casa.
Será una ceremonia relativamente íntima, sí, pero ello no resta al hecho de que estoy terriblemente nerviosa.
Elegir nuestro hogar como el lugar perfecto para nuestra unión civil fue una idea de común acuerdo. Nos tomó más tiempo del estipulado efectuar el papeleo, solicitar un permiso municipal y presentar los trámites correpondientes para poder celebrar nuestra boda aquí.
La realidad es que un casamiento por iglesia era impensado. Yo jamás fui bautizada y él... Bueno; él tampoco. Los requisitos para hacerlo posible tomaban demasiado tiempo, eran muy engorrosos y exigían muchos permisos especiales que al final y al cabo ninguno de los dos estuvimos dispuestos a solicitar.
El caminar hacia un altar con vestido pomposo y jurar ante Dios mi amor y lealtad por Rashid, quedó automáticamente descartado cuando anunciamos nuestro compromiso.
Inspiro profundo y toco mi cabello. Quise llevarlo suelto, lleno de bucles, con tan sólo un aplique de margaritas blancas adornándolo.
—Te vas a casar —susurra rubiales derramando una lágrima—. Jamás imaginé que llegaría este día.
—Yo tampoco, pero aquí estamos —extiendo mis manos en su dirección y Bruna las aprieta con fuerza—. Gracias.
—¡Ay, por Dios! —solloza, limpiándose rápido los párpados—. Estuve repitiéndome todo el maldito día de ayer que no debía llorar. Mi rímel no es a prueba de agua —hace un mohín y me abraza—. Es increíble que me hayas elegido a mí para estar acá, acompañándote, y también para firmar ese papel de mierda.
Suspiro profundamente y observo con dulzura a mi amiga.
Elegí a Bruna como mi testigo en el acta matrimonial. La elegí a ella porque es en ella en quien más confío. Quien me apoyó y me ofreció de sí misma, de su vida y de su casa todo lo que tenía. Ha estado conmigo siempre, y esto es una simple manera de demostrarle el sitio que ocupa en mi corazón y cuánto la amo.
—Vamos Brunis —digo al cabo de unos minutos, caminando hacia la puerta de mi habitación—. No hagamos esperar al novio.
Abandonamos del cuarto, despacio bajamos las escaleras y tomamos la salida al patio trasero.
La decoración, efectivamente me encanta. Es sencilla, tal como queríamos. Con varias mesas adornadas con manteles blancos y centros de mesas con flores, organizada con una armonía de platos, copas y cubiertos, magistral. Luces dentro de grandes burbujas iluminan el jardín. Hay comida que servirá el servicio de mozos, música que programará un Dj, un espacio para bailar, un enorme pastel de bodas y lo más importante, las personas que quiero.
Sólo las personas que más quiero. Indeclinablemente tendré que tolerar oír el nombre de Melany, es la hija de mi padrastro. Pero no ocultaré mi absoluta satisfacción por haberla apartado de mi vida.
Mi subconsiente se ríe con malicia.
Ni mi absoluta satisfacción cuándo en la tarjeta de invitación a mi casamiento se grabaron los nombres "Mamá y Adolfo".
Sonriente al recordarlo, camino hacia el centro del jardín.
Un delegado, sentado frente a una mesa rectangular del mismo color que el resto de la decoración, espera por mí.
La ansiedad me invade, mientras me voy acercando a mi futuro marido.
Está muy guapo. Viste un traje de fina tela. Podría apostar que en sintonía con el color de mi vestido. Lleva una camisa negra, sin corbata y sin moño.
Luce hermoso. Se ha dejado crecer la barba y se ha cortado el cabello.
Cuando me paro a su lado, me toma de la mano—. Estás preciosa —me susurra.
Imito su tono de voz, un susurro—. Igual tú.
Robándose nuestra atención, el delegado da inicio al repertorio civil correspondiente. Transcurren unos minutos y pide a los testigos que por favor, se aproximen a la mesa para firmar el acta y la copia que nos será entregada a nosotros dos; los recién casados.