—¡Dame otro!— Digo como puedo al barman.
La música suena tan fuerte que no sólo mis oídos están al borde de la explosión, y el corazón por salírseme de la cavidad torácica, sino que estoy a punto de perder la voz por completo.
El empleado de uno de los locales bailables más concurridos en Roma me observa como si fuese una potencial chica ebria que no sabe hilvanar una oración coherente.
—¿Qué?— Grita en igualado tono, frunciendo el ceño. —¡Bomboncito, háblame más alto!
Sonrío coqueta ante el galanteo del atractivo rubio.
Al parecer, si recurro a unas cuántas sonrisas más, tal vez gane chupitos gratis por cuenta de la barra.
Acomodo el provocador vestido negro, ajustado, corto, sexy que Bruna ha insistido llevase puesto, y acerco el rostro al del chico.
—Quiero —susurro contra el lóbulo de su oreja—, otro tequila sunset.
Me separo un poco para observarle. Esbozo una mueca radiante, y afirmo evidentemente, que aún, tras mi nefasta historia de amor, del desenlace brutal al noviazgo que llevaba un año: todavía mantengo el encanto intacto.
¡Bingo!
Puesto que el empleado cierra los puños sobre el buró, consecuencia de la excitación que le produce escucharme.
—Puedo darte cientos de tequilas Sunset, cariño.— Dice fulminándome con sus ojos almendrados., sirviendo en un shot, tequila y jugo de naranja.
Sonrío complacida, enredo entre mis dedos el trago, y enarco una ceja —¿Ah sí?, ¿correrías los riesgos?
Asiente rápidamente a modo de respuesta, y yo relamo los labios satisfecha. Adoro el coqueteo, y amo explotar mis atributos.
Confirmar que literalmente no tengo nada para envidiarle a la desgraciada de mi hermanastra. Esa mujerzuela por la que habría dado la vida, que adoré como una hermana, y la misma con la que mi ex novio, me engañó durante un año, en mi casa y en mi propia cama.
No obstante si me lo preguntan, tampoco la odio, simplemente no siento nada por ella, o por Renzo.
Con él, jamás llegamos a intimar, y en cierto modo lo agradezco. Pasábamos buenos ratos y era divertido, pero su fama de hombre mujeriego, siempre me frenó para dar el siguiente paso en la relación: el perder mi virginidad.
—¡Nicci!— Vocifera Bruna tocándome el hombro, irrumpiendo mis pensamientos —¡Pídeme un chupito de caña!
Parpadeo y la miro sorprendida —¿En serio?, ¿qué quieres?, ¿quemarte la garganta?
Achina las vidriosas retinas celestiales y lanza maldiciones —¡Me vale un cuerno!, el estúpido con el que bailaba simplemente se fue con otra.— Resopla y añade, —¡Son unos malditos!
Niego varias veces. Mi adorada siciliana que estalla en carcajadas, está absolutamente ebria, y no puedo más que imitarle. A fin de cuentas, ¡Yo también estoy tan borracha como una cuba!
Vuelco la atención al guapetón de la barra que nos observa burlesco y exijo, después de vaciar el shot recién servido, que nos prepare dos más de caña con granadina.
—La casa invita lindura.— Dice una vez hacemos fondo mortalmente blanco, —Baila con cuidado, —puntualiza sonriente, —bellezas como tú, son el objetivo de todos los imbéciles.
Largo una risita fuerte, y con los sentidos obnubilados por la divina sensación de desinhibición que otorga el alcohol, le lanzo un beso al aire con la fiel promesa de volver por él, en un rato.
Caminamos entre la multitud que invade la disco, personas apretadas entre sí moviéndose al son de una pista electrónica muy escuchada de David Guetta.
Los altos tacones ya no los siento, no sé si los pies duelen o es que el licor colándose por mis venas me aporta soltura para trasladarme por el antro.
Nos situamos finalmente en el medio de la pista y comenzamos a mover nuestros cuerpos.
Siempre adoré salir con rubiales, beber hasta las ideas y bailar.
¡Cuánto amo bailar! ¡Es liberarme de los males diarios que me aquejan! Es sentirme sexy, admirada, el foco de la atención masculina.
—¡Me encanta!— Chilla Bruna mordiéndose el labio inferior, producto del éxtasis que le provoca la repetición del famoso Dj.
Alzo las manos en asentimiento a la loca voz, y dejándome llevar, me muevo al compás, contoneándome de un lado hacia otro cierro los ojos y el mundo se detiene.
<<Somos la música y yo.>>
<<La música, unas viriles manos apresándome y yo.>>
Un desconocido que aún no voltee a ver, aprovecha al máximo la cercanía manejando mi fisonomía a total gusto y antojo.
—Debería ser un crimen que semejante señorita se mueva así.— Susurra el extraño al oído haciéndome estremecer.
<<No es italiano. Dista del matiz europeo, la labia alargada lo evidencia: norteamericano.>>
Doy media vuelta y enlazo las manos a su cuello. Es alto, me gana varios centímetros aún portando tacones kilométricos. En nada se asemeja al tipo de hombres que me gustan, pero no es despreciable en lo absoluto. Tiene cierto atractivo extranjero: misterioso y enigmático, que logra atrapar, encandilar y orillarme a esbozar sonrisitas mientras sigo moviéndome al ritmo de la música.