Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO SEIS

Rechino los dientes apenas le oigo gesticular aquello.

Una oración que carga altanería, cinismo, autoridad y absoluta soberbia.

Detengo la vista en el ventanal y observando un punto fijo en aquel cristal, lo ignoro.

No quiero reparar en sus ojos, reflejarme en ellos y multiplicar el desdén que le profeso.

Mientras menos contacto tenga con ese tipo, mejor.

Mientras más tiempo obtenga para pensar qué demonios hacer, mejor también.

—Rashid... —Escucho murmurar a Meredith, obedeciendo la orden del individuo cuya voz se mantiene en un tono sereno. Uno que no demuestra ninguna emoción. Si está furioso, o eufórico, pues difícil es saberlo al oírle hablar. —Tú no eres así. —Musita de forma tal que la frase escape del alcance de mi entendimiento.

¡Error de Meredith! Una de las pocas virtudes con las que me bendijo la madre naturaleza, es el agudo sentido del oído que poseo.

—Limítate a acatar lo que te ordeno. —Reprende y mi odio aumenta. Crece a pasos agigantados. —No vengas a decirme lo que tengo que hacer o no. —¡Menudo cabrón, déspota y acomplejado criminal! —Por cierto. —recalca finalmente bajo el silencio de su empleada. —: en el jardín hay rosas que podar. Llegaron hoy y quiero que las plantes como es debido. El clima árido las estropeará si no reciben el mantenimiento adecuado.

Los pasos de la amable mujer, (esa que se empecinó en defenderlo, y que ahora recibió una pequeña dosis de humillación), se alejan y comprendo que ha abandonado el dormitorio.

Inspiro hondo ante su presencia. Aún no lo miro. Me da asco su actitud pedante, y entonces hago como si no existiera.

Sigo ojeando fijamente el cristal, y me percato del labrado que tiene la lámina. Una lámina de vidrio tallada, realmente divina.

Puedo percibir, como en el dichoso avión, su descarado y autoritario escrutinio, pero no me dejo avasallar.

Será mi comprador.

Seré su cautiva, de su jodida pertenencia, estaré secuestrada, lo que sea, pero definitivamente no pienso dejarme avasallar.

No importa lo que venga luego. Ya lo perdí todo, y a mi hermosa Roma traigo asumido que no volveré, así que... ¡Qué más da hacerle frente a un individuo tan despreciable como él!

—Mírame. —me ordena, de igual forma que con Meredith.

Reprimo una sonrisa, e ignorando esa palabra estiro la mano hacia la mesilla de luz, donde el vaso con frío zumo de limón reposa.

Lo sitúo en mis labios y le doy un trago largo.

Mi paladar lo agradece. La sensación refrescante que desciende por mi garganta es magnífica.

Su sabor también es agradable, el leve picor del jengibre, sumado a la dulzura de la miel, y la acidez del limón lo transforman en una mezcla interesante para las papilas gustativas.

Sin razonarlo dos veces, vacío todo el contenido de un sorbo. Suspiro satisfecha y coloco el cristal nuevamente encima del pequeño buró.

—¿Estás sorda? —Indaga con gelidez. —¿O acaso el trauma vivido no te permite escuchar?

Muerdo los labios rabiosa al procesar su frase llena de sorna, de ironía y estrujo las sábanas descargando ira.

—En realidad. —mascullo. —No se me da la bendita gana de responderte. Creo que era un detalle que no venía en el papel de indicaciones de tu nueva compra, ¿verdad? El de contestarte cuándo a ti se te antoje.

—¡Vaya! —Se ríe sarcástico, —¡Y eso que pensé que tu lengua se había quedado en el avión horas atrás!

—Cuánto te odio. —Susurro sin ser escuchada.

—A ver cómo te explico ésto, de una forma que entiendas. —Dice acercándose. El sonido de unos mocasines chocando contra el piso lo aseveran. —No estás en condiciones siquiera, de comportarte con rebeldía. ¿No traes idea de lo que atravesaste? ¿De que te traficaron como la peor cosa de éste mundo? Porque... No te creas la historia de una subasta, cariño. —objeta con malicia, —eso es un decorativo a la cruel realidad que te tocó vivir: te traficaron. Como trafican a tantas. A muchísimas, de las cuáles la mayoría, no viven para contarlo.

Inmediatamente el recuerdo de mi sueño, hace eco en mi mente: "Ellas no vivieron para contarlo. Usa la astucia."

—¿Y debo agradecer el heroico acto de recalcarme que... Podría haber muerto? —Siseo venenosa, cediendo al deseo de mirarle, y no por obediencia, sino para que él note, el gigantesco desdén que su solo matiz vocal me genera. —Puesto que si te sirve de respuesta, desde que entraron a la casa de mi mejor amiga, la golpearon delante mío y me tomaron peor que un costal de papas, ya me siento muerta. Una muerta en vida.

Su andar se torna ágil y la figura masculina acaba interponiéndose entre mis retinas y el anochecer.

Un pantalón de caída recta, negro, un cinturón color crudo, y una camisa bien acomodada de tono beige es lo que ahora observo.

Me quedo rígida. Mi cuerpo se tensa rápidamente. Demasiada cercanía y no lo soporto.

No quiero a éste sujeto cerca mío.

—Mírame. —Vuelve a ordenar, doblemente siniestro.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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