Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO SIETE

Las risas estallan. No logro reprimirlas, surgen a borbotones y por inercia.

¡Qué ridiculez más grande!

¡Qué pobre diablo más perturbado!

¿En serio es capaz de creerse semejante idiotez?

A la vista está, que sí.

—Ya te lo dije, Nicci. —Espeta conteniendo la rabia que sé, le provoca mi actitud. —Búrlate, insúltame o riéte cuánto gustes. A fin de cuentas tu vida, está literalmente en mis manos, y yo decido qué hacer con ella.

Inmediatamente escucharle esa oración llena de maldad, las risadas cesan.

—Eres un asco de persona. —Siseo venenosa. —Un déspota. Un infeliz.

—¡Anda! —Incita de espaldas a mí, cruzando el marco de la habitación, —Dime qué más soy. Algo que no sepa, claro está.

—Te aborrezco., y nunca va a cambiar. Nunca.

Se encoge de hombros, aumentando mi enojo. Cierro los puños, e incorporándome con fiereza en la cama, plantándome de pies contra el piso frío observo su cuerpo imponente, alejarse.

—No te imaginas cuánto pienso disfrutar el momento en que te tragues una a una tus palabras mordaces. —Dicta sin mirarme, ya desapareciendo del alcance de mi vista. —La reina de la soberbia y el narcisimo, terminará arrastrándose por mí. Eso te lo puedo jurar, aljamal., como que me llamo Rashid Ghazaleh.

Hinco las uñas en mi piel, importándome muy poco si llego a lastimarme. Necesito de alguna forma quitar de mi sistema toda la furia, para no acabar envenenándome con mi propia ponzoña.

—¡Ojalá te pudras en el infierno, cretino de mierda! —Grito rindiéndome ante el impulso, cegada por la ira, y despertando sus carcajadas fuertes que me ocasionan arcadas.

—¡Al infierno, o a dónde sea que vaya, tú vendrás conmigo, cariño! —Exclama, —Que tengas dulces sueños. Mañana te esperará una jornada ajetreada, es bueno que lo sepas.

—Desgraciado. —Murmuro mientras doy algunos pasos hacia el ventanal. —Cretino. ¡Ay! —Chillo frustrada, irritada, molesta.

Al parecer la temperatura varía muchísimo, en cuánto al calor húmedo de Níger refiere, puesto que deslizo una de las láminas de vidrio, para respirar el aire nocturno y debo cerrarla sin llegar a completar la acción.

La ventisca gélida que impacta en mi piel, me obliga a retroceder y friccionar ambos brazos, buscando así recuperar la temperatura corporal adecuada.

Indudablemente, como no podía faltar en el hogar de un trastornado sujeto adinerado, el aire acondicionado ambienta a la perfección el cuarto y mi cuerpo lo agradece.

Bufo en tanto comienzo a pasearme por el dormitorio. Rodeando la cama de un extremo al otro, y repitiendo el proceso unas cuántas veces más.

Debo elaborar una estrategia con la cuál salir de éste lugar. Poner en funcionamiento mi cerebro y actuar con inteligencia, no con el temperamento, puesto que siendo escabrosamente pesimista y, honesta, realmente mis posibilidades de huida son nulas. De éste país, no conozco nada. No tengo un puto centavo. Y ningún documento.

Si quiero escapar, será sabiendo las consecuencias devastadoras que semejante decisión acarrearán. Asumiendo el hecho de que la desesperación le ganó la partida a la astucia, y no conseguí soportarlo.

—¡No, Nicci! —me reprendo, —¡No seas más idiota de lo ya fuiste! Resistir. De eso se trata. Resistir hasta el instante que sea necesario.

Inhalo hondo y maquinando un plan bastante precario, camino hacia el umbral de la recámara.

Esbozo muecas de dolor al notar que mis piernas afligen. Que están adornadas de horribles hematomas en los muslos, las rodillas y los tobillos.

Gracias a la camiseta masculina, perteneciente seguramente al captor insensible, consigo ver las secuelas que una noche caótica dejó en mi fisonomía: moretones violetas y azulados., un considerable bulto a la altura de las costillas., y marcas cubiertas por vendas. Vendas en las muñecas, en el codo derecho., también una que palpo a través de la algodonada tela, a la altura de mi cadera.

No caí en cuenta sino hasta ahora, de que me propinaron la paliza de mi vida. Que en el afán de ayudar a Bruna y, de escapar de esas criminales mujeres el día de la puja, fue mi anatomía la que se llevó la peor parte.

Niego rápidamente e ignoro el sentimiento de autocompasión que me embarga.
No quiero lástima de nadie, ni siquiera la mía. Lo que ocurrió, en cierto modo resultó mi responsabilidad, y ahora tengo que hacerle frente.

Iniciar por lo básico si es que algún día, el que menos se espere el tal Rashid, pretendo correr despavorida y esconderme.

Esconderme lejos de él y rezar para que jamás me encuentre.

Relamo los labios, y sosteniéndome del marco, asomo la cabeza en dirección al amplio corredor, de dimensiones considerables.

Las luces están apagadas y únicamente vislumbro oscuridad.

Tal parece el rey del infierno sueña con los angelitos, y la plebe sometida, siguiendo sus órdenes, le imitan.

Me paro erguida, y sin hacer el menor ruido posible, recorro el pasillo., primero a paso cauteloso, después, al momento en que mi campo de visión se adapta a la penumbra, con mayor decisión y rapidez.



#1089 en Novela romántica
#388 en Chick lit

En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.