¿Si él cumple mis expectativas?
Retiro el plato con mi mano libre de su caricia delicada, muy suave, demasiado estremecedora y enfoco mis orbes en las suyas. Las observo de tal manera que me siento parte de ellas; como si cayera en lo profundo de sus iris color azabache; de un negro tan brillante que me embelesa.
No quiero mentir; ni mentirme a mí misma.
Sería demasiado cruel el engañarle.
—¿Entonces, gitana? —pregunta interrumpiendo una respuesta que me cuesta gesticular; pues entiendo que después de mi monosílabo otro será el trato entre nosotros. Lo intuyo—. Es simple pero difícil, ¿verdad? —sus dedos dejan de tocarme los nudillos y soltando un suspiro de resignación se recarga en la silla—. Muy contradictorio, porque estoy bastante perturbado; y permitirle a un tipo perturbado entrar al corazón no inspira confianza.
Deslizo mi lengua por la comisura de los labios y fugazmente admiro la noche estrellada.
Hay que dar la cara. A fin de cuentas, ¿qué tan malo puede ser?
—Sí —espeto con claridad, reparando nuevamente en el rostro confundido de Rashid.
—Sí... ¿Qué? —insiste enarcando una ceja.
—¡Que sí! —ruedo los ojos y sonrío—, que cumples con las expectativas. Al menos el hombre que tengo delante, el que se ha comportado como un auténtico caballero conmigo; porque el otro —bufo—, el que me sacó de Agadez, ¡vaya que era un gran capullo!
En sus facciones se desata un torbellino de emociones a modo de gestual contestación. No sé si le tomó por sorpresa mi afirmativa, si en definitiva esperaba la respuesta opuesta o por el contrario, se cree que bromeo.
—¿En serio? —dice con ronquera, apenas audible—. ¿Me hablas en serio? —repite, y confirmo la última teoría: se cree que bromeo.
—Te lo estoy diciendo en serio —destaco afirmando con la cabeza—. Negarlo sería mentir, y no quiero seguir engañándome.
—¡Guau! —exclama, pasándose las manos por el cabello—. Aljamal; no me lo esperaba.
Inhalo hondo y agrego —Sin embargo hay algo que debes saber.
—Adelante —alienta.
—Desconozco si al resto de las mujeres habrá de sucederle —musito avergonzada—, pero a mí lo que más me gusta de ti —el rubor tiñe mis mejillas y percibiendo la enorme satisfacción que se apodera de su rostro, sentencio— es que me des mi espacio, que me respetes, y que no intentes propasarte. Ante todo, Rashid, lo que me gusta de ti es la virtud que tienes de hacerme sentir una princesa.
—Nicci, siempre te trataré como lo que realmente eres; una dama, una reina, una diosa. En tanto dure ésto —recalca señalándonos a ambos—, te voy a tratar de la manera en que cualquier hombre debería tratar a una mujer: no como el centro de su mundo, sino como el mundo completo.
—En tanto dure ésto —reitero pensativa—. Lo dices insinuando que mi estadía en ésta casa tendrá fecha de vencimiento. Y no me agrada cómo suena.
—¿Cómo suena? —indaga a medida que su semblante se ensombrece. Que la amargura empieza a teñir su mueca de felicidad.
—Como un plan realmente cruel —confieso sin razonarlo demasiado—. Como si pretendieras mostrarme de lo que me perdí años atrás, cuándo ni siquiera quise despegar los labios del vaso de tequila. Ese, "en tanto dure ésto" —enfatizo—, suena a que buscas que sienta mucho por ti, para después romperme el corazón.
—Tal vez estás siendo un poco extremista —se burla, disfrazando una desazón que conmigo es difícil de ocultar—. Si no me amas hoy, mañana o en un futuro, será imposible romper tu corazón el día que te vayas de aquí. Porque déjame aclararte que sí ocurrirá —mis ojos se abren con sorpresa y es su expresión triste, la que hace que en mi garganta se forme un nudo lleno de aprehensión—. Sí te vas a ir, habibi. Cuándo la terapia culmine lo primero que verás al despertar se resumirá a una maleta y a mí, dispuesto a devolverte a tu antigua pero también nueva rutina.
—¿Y si en ese preciso segundo decido que no quiero irme? —le desafío.
—Un trato es un trato. Yo soy hombre de palabra. —anuncia con dureza.
—¡Conmigo no pactaste nada! —refunfuño molesta. Molesta y defraudada porque todas éstas atenciones, éstas actitudes, cada detalle suyo, tienen como propósito el hacerme sufrir. Sí, ayudarme y en demasía, pero también provocarme sufrimiento.
Puesto que si a dos meses de que mi partida se avecine una ligera sensación de vacío o dolor se apodera de mi pecho, no quiero imaginarme el instante exacto dónde deba despedirme de él.
—Contigo no —dicta sereno, encogiéndose de hombros y acercándose la fuente con el suculento postre de chocolate—. Lo pacté con otros —recita cogiendo la cuchilla filosa—. Mejor cambiemos de tema; pregunta lo que desees, ¡claro!, que no involucre lo que únicamente te motiva a confundirte y ponerte rebelde —corta una tajada y la sirve en uno de los platillos que se encuentran a un costado de la torta hecha en su totalidad de chocolate—. ¿Pastel? —cuestiona tendiéndome la porción—, ¿o prefieres repetir el cordero?