Sus manos acarician con suavidad cada hebra de mi cabello; escucho sus latidos brincando con agitación y son sus brazos los que me envuelven, me aprietan con tanto afán que me siento segura.
—Ya no llores —pide por lo bajo—, sólo fue un mal sueño.
Niego y descuidadamente rozo mi nariz en su torso desnudo —No fue un mal sueño —digo entre hipidos—. Tampoco una pesadilla. Fue la escena completa de esa noche.
—¿De qué escena me estás hablando, Nicci? —pregunta con evidente confusión.
—¡La de ellos! —sollozo—. ¡La de la noche que me atormentó durante muchísimos sueños!
Sumergidos en la oscuridad del cuarto, Rashid me separa de su cuerpo y deslizando sus dedos por mi frente vuelve a cuestionar —¿Quiénes son ellos?
—Mi hermanastra y mi ex novio —mascullo con veneno, mordiéndome los labios y conteniendo ese llanto cargado de angustia, de decepción al revivir en el mundo de Morfeo la traición que terminó de derrumbarme.
Un silencio tenso nos invade y únicamente el sonido de nuestras respiraciones envuelve el ambiente.
Intento apaciguar el malestar que me produce la repetición de aquello que nunca conseguí olvidar, y entonces como un bálsamo para las heridas, sus manos acunan mi cara. Sus grandes, suaves y tibias manos sotienen mi mentón, y con caricias circulares limpian poco a poco mis lágrimas y, metafóricamente, también el amargor de una infidelidad.
—Algún día, a ese hijo de puta le daré su merecida paliza —concilia con ronquera—. Le voy a romper la cara de muñeco de tortas, para que entienda que fue un cabrón que perdió a la mujer más hermosa del mundo —percibo que comienza a acercarse, y sin reparar en distancias prudenciales se acomoda en la cama—. Algunos, nos morimos de amor por una dama y otros, los cobardes, los cagones, los malparidos, gozan de la infidelidad. No valoran lo que tienen.
La saliva pasa por mi garganta lentamente al notar que estira las sábanas junto a los edredones y se acuesta a mi lado.
—Ya no vale la pena. —murmuro cohibida, ligeramente inquieta por lo que está sucediendo.
—¿Crees que no vale la pena? —tironeando suavemente la tela de mi pijamas, me obliga a imitar su posición y así acostarme muy cerca de él—. Para mí valdrá la pena romperle todos los dientes —asevera con molestia—. Porque mientras yo me moría por cuidarte; por estar contigo aunque el hecho incluyeran tus insultos, indiferencia, o tu burbuja aislada del mundo exterior; él se encamaba con otra. Más allá de ser tu familia o no, se revolcaba con otra, le importaba una mierda que necesitaras cariño, comprensión, y seguridad.
Recargo mi cabeza en la almohada y observo sus facciones. La penumbra inunda la habitación y a pesar de la escasa visión, sé que está mirándome.
No distingo lo que expresará su rostro, ni siquiera soy capaz de afirmar si sus ojos brillan de enojo; sólo consigo reparar en su figura desnuda de la cadera para arriba, en que la ropa de cama nos cubre a ambos, y en que la silueta de su palma sosteniéndole la quijada, descansa gracias a que apoya el codo en uno de los cojines.
—Pero no lo culpo por haberse aburrido de esperar algo imposible —musito estrujando las sábanas con nerviosismo—. Simplemente lo odio porque tuvo sexo con mi hermanastra, en mi recámara —mis orbes de nuevo se cristalizan al recordarlo—. ¡Pf, y Melany! —inhalo hondo y acostumbrándome a la oscuridad mi mirada choca con sus orbes—. Es desgraciada y egoísta, pero la quería. La conocí así, y así se ganó mi afecto —largo una risotada agregando—. ¡Sin embargo te confieso que ese golpe jamás me lo esperé!
—Tu hermanastra lo único que deseaba era ocupar tu lugar, en cualquier ámbito —el brazo que oficiaba de soporte a su mentón cae de lleno en mi almohada, y adoptando la misma posición que yo se acuesta sobre un costado —La envidia es un mal destructivo, habibi.
Humedezco mis labios e inquieta me animo a curiosear —Siempre supiste que ellos me engañaban, ¿cierto?
Evitando alargar el instante de la repuesta, sus cuerdas vocales graves y severas pronuncian un claro y rápido "sí".
—¿Empezó con mi noviazgo con Renzo? —me aventuro a preguntar, asumiendo que si su contestación es un rotundo no, me sentará como una puñalada en el pecho.
—Yo no puedo, ni voy a mentirte —dice—. Me encantaría disfrazarte las verdades crueles para que no sufras, pero eso significaría prohibirte crecer, madurar y entender que las personas a veces se comportan peor que una mierda —suspira y después de algunos segundos, concluye—. Desde el momento que ese estúpido te empezó a coquetear, jugó a dos puntas. Te tonteaba a ti y se comía a tu hermanastra.
Esbozo una mueca de asco. Ésto sí que es humillante; comprender que se han burlado de mí, frente a mis narices y sin un ápice de contemplación o respeto, es realmente muy humillante.
—¡Vaya! —me limito a rechistar.
—Cariño... —susurra jugueteando con los mechones rebeldes que se escapan de mi desarreglado moño—, pronto el tormento que te persigue será simplemente una mala experiencia del pasado. Te reirás de los dos cuándo veas que como ley de la vida, les acabarán pagando con la misma moneda. Tarde o temprano, sucede.