MARATÓN 2/3
#SESENTA Y DOS DÍAS DESPUÉS
Si en algún momento llegué a imaginar que los minutos transcurrían a la velocidad de la luz, éste es el instante en que me retracto de ese pensar. No sólo los minutos pasan por nuestros ojos en un parpadeo, las horas también, los días, ¡ni hablar de las semanas! Y hasta los meses... Vuelan.
La medida del tiempo suele ser bastante contradictoria. Algunos afirman que el tiempo corre con lentitud, y otros; como yo afirmamos que el tiempo a veces simplemente fluye, como fluye el mismo aire. No se deja agarrar, no se puede tocar, ni siquiera percibir, pero sabes que está ahí, envolviéndote de pies a cabeza.
Generalmente solemos decir que si no nos sentimos a gusto con lo que somos, con nuestro empleo, nuestro matrimonio, nuestros amigos, o nuestra familia, el reloj se vuelve pesado, y el calendario un martirio.
Que si aumentamos kilos y no conseguimos bajarlos; que si el salario no alcanza; que si reprobé la escuela; si perdí el autobús de camino a casa; o si la vida no es satisfactoria, entonces decimos que el tiempo es un peso sobre los hombros. Algo que no nos complace y de lo cuál debemos cargar a cuestas.
Sin embargo, en raras ocasiones mencionamos su contracara. Muy pocas veces decimos que el reloj transcurre en un abrir y cerrar de ojos, si es que el mundo nos sonríe.
Definitivamente, estoy convencida de que no todos hablan de lo rápido que las veincuatro horas se suceden, si estamos felices. Felices por un amor correspondido; por un desayuno digno de reyes; por un café en la tarde con un amigo; o por un beso de buenas noches.
Felices por vivir tranquilos, y ante todo, felices por haberse acostumbrado a esa tranquilidad.
Hoy, luego de tres meses y un giro de ciento ochenta grados a mi rutina, me toca expresar lo feliz que soy, lo plena, segura y radiante que me siento y lo asombrada que me tiene el reconocer que para mejor o peor, hice aquello de lo que Rashid me pidió una, dos e infinidad de veces, no hiciera: caer en la costumbre.
Ella me recibió de brazos abiertos, con calidez, comprensión y cariño y yo me lancé de lleno aún sabiendo que el daño sería catastrófico.
No conseguí evitarlo; al principio, los primeros días después de mi dada de alta, incluso luego de mis primeras sesiones con Janko, me negué. Me rehusé a aceptar que en algún instante ocurriría. Me empeciné en demostrarle a un hombre obstinado que estaba equivocado y terminé demostrándome a mí misma que la equivocada fui yo.
No obstante, la mezcla de sensaciones es compleja, paradójica e inclusive difícil de deglosar para entender.
La frase de Ivanović se repitió en mi cabeza desde el segundo en que la pronunció.
Un ejemplo burdo, tonto e infantil, se me grabó en el cerebro con intenciones de nunca borrarse.
Rashid es como el café. Es el vicio que me hace bien, pero no lo mejor para mí.
Rashid Ghazaleh es el sujeto que amo como nadie tiene idea. Es el que me ha motivado a despertar cada mañana con una sonrisa en la cara, y las mariposas en el estómago cada ocasión que me habla, me acaricia o me besa.
Aunque también, es el sujeto que me llevó a cambiar un vicio por otro.
Ésta fue una de las más acertadas conclusiones de Janko, quién sin rotularlo con el nombre del magnate, definió mi situación como inestabilidad emocional.
Yo por el contrario lo definí como un enamoramiento platónico. Uno similar al que envolvió a Rashid durante ocho años; a diferencia de que ahora, de vez en cuándo nuestras miradas se conectan, nuestras almas se enlazan, y nuestras pieles se tocan.
Viéndolo desde una perspectiva romántica, así idealicé todo éste tiempo lo que me pasa con él. Sin embargo, con frialdad, objetividad y un razonar parecido al de mi doctor, se le suele denominar también, intercambio de vicios.
Dejé rotundamente el alcohol para afianzarme de un hombre.
Me enamoré, sí, pero emocionalmente estoy imantada al árabe de corazón endemoniado, sonrisa encantadora y aura hipnótica.
¿Cómo llegué a semejante punto?
Podría decir que no lo sé, más estaría mintiendo y aprendí que mentir, no sirve de mucho.
Lo cierto es que los tipos como él una vez entran en tu vida, difícil es olvidarlos luego.
Caballerosos, atentos, dulces. Hombres que conforman la mezcla justa de aquello que a las mujeres les gusta.
No resultó difícil comprobarlo. Bastaron los días en que empecé a salir en su compañía para reconocerlo. Cualquier dama caería rendida ante los encantos del magnate.
Fue visitar los teatros, museos, y las calles de Riad para darme cuenta de que el arabillo a dónde sea que vaya, despierta embeleso.
Embeleso en el resto, amor inmenso en mí.
Un amor un tanto atípico, porque lo nuestro no ha trascendido a más. No ha pasado a más que besos, abrazos y conversaciones.
En ese aspecto Rashid se mantuvo implacable. No hubo forma de convencimiento, y yo tampoco quise seguir insistiendo. Él creyó que lo mejor era no cruzar la línea, y yo entendí que lo correcto era dejar de lavar el piso con mi dignidad y no volver a mencionar el tema.