Norton abrió el video y lo detuvo a los pocos segundos.
Stu frunció el ceño. —¿Qué ocurre?
—¿En verdad quieres ver esto?
Las cejas de Stu invirtieron su trazo para formar un arco interrogante. “¿Por qué no?”
—Está tan oscuro que no se le ven las caras. ¿Y escuchas la calidad de sonido?
—Sí, ambiente.
—Y su guitarra está desafinada, ¡suena como pisarle la cola al gato!
Stu sostuvo la mirada horrorizada de Norton sin inmutarse.
—¿Cuánto hace que no ves uno de nuestros primeros videos, grabados con mi Súper Ocho cuando tocábamos en lo de Harry? —Descartó las objeciones con un movimiento de la mano—. Vamos, reprodúcelo de una vez, que esto no es American Idol.
Norton suspiró ruidosamente su desacuerdo y dejó correr el video.
—Al menos está subtitulado —gruñó.
—Ya cállate.
A fin de cuentas les acabó gustando. A pesar de la guitarra desafinada y el baterista que perdía el ritmo cada cinco compases. Era una canción que podía llegar a sonar muy bien, y la banda se comportaba como un buen equipo.
Ella tenía un registro grave, más propio de hombre que de mujer, pero la melodía cubría sus falencias. A Stu le dio la impresión de que decía lo suyo sin rodeos, en un inglés neutro y prolijo. Tal como ella anticipara, no era una canción alegre. Y si no hubiera sabido que ella ignoraba con quién estaba hablando, y la situación que él estaba atravesando, hasta habría sospechado que se la había recomendado a propósito.
Él se había acodado en la mesa, el mentón apoyado en la mano y un dedo cruzando sus labios, en un gesto pensativo característico suyo. Sus ojos no se movieron de la pantalla cuando terminó el video, no hizo gesto alguno ni comentarios. Simplemente permaneció así, inmóvil, cavilando sobre esta desconocida que desde la noche anterior lo mantenía distraído de la catástrofe de su vida. Sin maniobras raras, sin segundas intenciones, sin siquiera saberlo.
Norton advirtió su expresión abstraída y ni siquiera sugirió pasar al video siguiente. Siguió comiendo en completo silencio.
Un minuto entero después, Stu regresó a su perfil de Facebook. Ella no había agregado nada en el chat, de modo que escribió, “Vi End of the World. Felicitaciones, es una muy buena canción. Y tú te ves bien en el escenario.”
Ella tardó un momento en responder. “Creo que es un buen momento para que dejes el whisky, Stewart.”
“¿Por qué? Me gustó la canción y te manejas bien sobre el escenario. Eso es todo.”
“Gracias de corazón. Es mi favorita.”
“¿Tú escribiste la letra?”
“Letra y música.”
“Oh, buen trabajo. Ahora me debes una respuesta.”
“Dios mío, es cierto. El problema es que no puedo ofrecerte una breve. Y la completa te matará de tedio.
“Vamos, es una pregunta bien sencilla.”
“Bien, bien, lo haré lo más corto posible. Pero debes prometerme que me interrumpirás cuando quieras. ¿De acuerdo?”
“De acuerdo.”
Stu terminó su cerveza y se incorporó sin prisa.
Norton lo observó traer otras dos a la mesa y alcanzarle una mientras ella escribía. De regreso en su silla, apartó definitivamente la comida, prendió un cigarrillo y acomodó mejor la computadora. Fue un movimiento sutil, pero que dejó la pantalla fuera del campo visual de Norton. El otro comprendió. Levantó los platos de ambos y permaneció de espaldas a la mesa, muy ocupado lavando vajilla y ollas.
“Me tomó veinte años que me gustara Slot Coin. Y cuando finalmente ocurrió, fue en un momento tan adecuado que resultó casi apabullante. Me he pasado la vida escribiendo, de modo que presto especial atención a las letras de las canciones. Y cuando descubrí las letras de este hombre, mi cabeza sencillamente explotó. No puedo siquiera intentar explicar el efecto que tiene en mí su poesía porque queda más allá de las palabras, a un nivel instintivo, en las entrañas. A veces no puedo creer lo que logra con palabras. Esa forma sintética y a la vez profunda de describir situaciones y personas, al mencionar sólo lo que realmente importa. La forma en la que cuenta historias sin contarlas realmente, pintándolas con emociones tan complejas. Es como si me echara a puntapiés de mi zona de confort y me dejara sola bajo la lluvia, balbuceando estupideces… tal como estoy haciendo ahora, ¿ves? Es como si me retorciera las tripas con sus manos desnudas. Pulsa mis cuerdas más íntimas como si yo fuera una de sus malditas guitarras.
«Como narradora, me gusta jugar a descubrir las historias detrás de todo. Pero con él a veces me resulta imposible adivinarlas. Y eso me frustra y me sorprende al mismo tiempo, porque aun así me emociona tanto. Halla eco en mi interior, me hace sentir que comprendo a qué se refiere, como si hablara de cosas que yo he vivenciado también. Hoy día es el artista que más respeto y admiro.