—¡Maldita mentirosa!
Finnegan se detuvo en el deck, un pie a punto de cruzar el ventanal. Entonces vio a Stu en un sillón de la sala, de frente a él, inclinado hacia la computadora sobre la mesa ratona, los lentes puestos, cerveza y cigarrillo en mano. Le hablaba a la pantalla. Y le sonreía. Bebió un trago apresurado antes de tipear algo con velocidad insospechada.
—Surfea eso —murmuró con otra risita. Alzó la vista hacia Finnegan, le dirigió un cabeceo de saludo y sus ojos saltaron de regreso a la pantalla.
Norton apareció con una bolsa de basura en una mano y un tazón de café en la otra. Dejó la bolsa junto al sillón, casi sobre el pie de Stu. Sin apartar su atención de la computadora, Stu vació el cenicero en la bolsa, y descartó la botella y la caja de cigarrillos vacías.
—Hola, Ray —saludó Norton, yendo con su café al encuentro del recién llegado.
—Flynn… —replicó Finnegan entrando, incapaz de dejar de mirar a Stu.
Estaba limpio y despierto a pesar de que faltaban un par de horas para el almuerzo, y evidentemente sin más alcohol en el organismo que lo que hubiera bebido esa mañana, lo cual era muchísimo más sobrio de lo que jamás hubiera esperado hallarlo. La casa se veía inesperadamente ordenada y ventilada, salvo los objetos de uso cotidiano que suelen quedar fuera de su lugar por el uso espontáneo.
Todo aquello se debía a la iniciativa de Norton, por supuesto. Que Stu estuviera tan mejorado y que la casa no pareciera recién emergida de un huracán. Pero Stu lo había permitido. De modo que donde había creído que los mensajes tranquilizadores del baterista ocultaban a un demente refugiado en una zona de desastre, hallaba a un hombre herido pero que se dejaba cuidar, permitiendo que su instinto de conservación le mostrara un posible camino para comenzar a salir del pozo.
Mientras Finnegan aún observaba a Stu, Norton tomó su bolso y lo dejó sobre el sofá.
—¿Está…?
—Chateando, sí.
—Chateando. ¿Con…?
—Con la fan argentina.
—Oh… ¿Otra vez?
—Cada día, por un par de horas, en general al mediodía. Hay siete horas de diferencia entre Buenos Aires y Oahu, de modo que hablan la hora de la cena de ella.
¿¡Un par de horas por día, todos los días!? Sin contar todos los interrogantes obvios, a Finnegan lo sorprendía que Stu se mostrara tan sociable con nadie que no perteneciera a su círculo íntimo, especialmente en su situación.
Norton le indicó que lo siguiera a la cocina y recogió al pasar la bolsa donde Stu ya había arrojado la basura que acumulara a su alrededor.
—Es la novedad —dijo Norton, invitando a Finnegan a sentarse. Tenía agua caliente esperando, y siguió hablando mientras le preparaba un té de hierbas—. Esa mujer —agregó, advirtiendo la incomprensión de Finnegan—. Todo lo demás sigue igual: casa, amigos, actividades. La última novedad fue Jen dejándolo y llevándose a las niñas. No fue una buena novedad. Y ahora descubrió esto, y como también es novedad, lo distrajo un poco de la ausencia de Jen y las niñas.
Finnegan agradeció el té y lo probó, coincidiendo con lo que Norton decía. Era mucho más complejo que eso, pero los dos lo sabían, de modo que no precisaban ahondar en detalles.
—¿Tienes alguna idea de qué hablan tanto tiempo todos los días?
—Ella hace la mayor parte, vaya sorpresa. Él lanza preguntas o conceptos, y ella los convierte en conversaciones. Parece una mujer agradable, inteligente. Una vez intentó hacerse la dura, pero Stu ya no se lo permite.
—Vaya sorpresa —repitió Finnegan por lo bajo, tornando a mirar hacia la sala.
Hablaron de la calamidad que había encontrado Norton al llegar una semana atrás, intercambiaron opiniones sobre la situación y lo que convenía hacer.
En ese momento Stu se asomó a pedirles fuego. Norton le arrojó el encendedor, que él atrapó el aire sin inconvenientes, sus reflejos intactos. Le dirigió una sonrisa fugaz a Finnegan y regresó a la sala.
Norton sonrió al ver la incomprensión que reflejaba la expresión de Finnegan y lo instó a ir tras Stu a la sala.
—Ve a verlo por ti mismo, Stu no te lo impedirá. Ayer me tocó presenciar un bonito debate sobre religión.
—¿Hablan de religión?
—Entre otras cosas, sí. Ayer le cerró la boca a Stu cuando lo acusó de no ser ateo sino un niño malcriado.
—¿Cómo?
—Ella dice que la humanidad en general espera que Dios se comporte como un padre, que debería dedicarse tiempo completo a reparar los desastres que seguimos provocando, negándonos sistemáticamente a responsabilizarnos por nuestro comportamiento —Hizo una pausa para reír meneando la cabeza al recordarlo—. Creo que discutían la letra de Flood.
—¿Hablan de nuestras canciones? ¿Acaso ella sabe…?
—No, Stu no se lo ha dicho, y me parece que es lo correcto. Eso mantiene el terreno llano entre ellos, y es lo que él necesita en este momento.