Al Otro Lado - Aol 1

14. Alba

Stu despertó sobresaltado. Y dolorido. Seguía hecho un ovillo en el sofá, su espalda y todas sus articulaciones quejándose por la posición. Miró por el ventanal. Afuera un atisbo de claridad comenzaba a revelar el mar y la playa. Se frotó la cara con energía, luchando por terminar de reaccionar. Entonces recordó. Se incorporó de un salto, sin advertir que dejaba caer la botella vacía, y se apresuró hacia su dormitorio. La casa estaba en silencio. Seguramente sus amigos aún dormían a pierna suelta. Se cambió tan rápido como pudo y salió a la playa, la tabla bajo el brazo.

Se detuvo agitado en la orilla y observó el mar. Sí, la marea estaba por cambiar, y el viento en su cara le decía que esa mañana habría buenas olas.

Una melodía sencilla, desconocida, iba y venía por su cabeza todavía embotada. Tornó a mirar a su derecha, hacia el sur, y frunció el ceño, persiguiendo la cancioncilla.

Hasta que recordó. Era una canción de Cecilia. Una de las varias que había tocado para él la noche anterior. Después de hacerlo llorar y maldecir y enfurecerse y volver a derrumbarse, sin dejar de decirle cosas que lo empujaran a seguir sacando todo lo que tenía dentro. Y cuando no le quedaron fuerzas ni lágrimas ni maldiciones, ella había tocado la guitarra para él. Una canción para que se aburriera y se durmiera, había dicho, porque ella pronto tendría que irse a trabajar. Pero él le había pedido que tocara otra, y otra más. Y seguramente había acabado por adormecerse así, reclinado hacia la computadora para escuchar mejor las melodías tranquilas, las palabras de esa voz de fumadora que sonaba más suave de lo que había esperado.

Sonrió mirando al sur, donde allá, detrás del horizonte, a miles y miles de kilómetros de distancia, ella había ido a trabajar sin dormir, y ya estaba por salir de su trabajo para encontrarse con él allí, en el amanecer sereno y rutilante del océano Pacífico. Asintió como si alzara una copa para brindar por ella y entró al mar.

Las olas parecían esperarlo. No tardó en alzarse la primera. La buscó y la corrió, la cruzó de punta a punta, emergió al otro lado sintiéndose renovado. Y al mirar hacia afuera vio la segunda. Braceó con brío, la alcanzó y la corrió, se sumergió en ella para reaparecer al otro lado. Sintió una tibieza reconfortante en su pecho mientras iba en busca de la tercera ola, y la siguiente, y la siguiente. Hasta que forzó su paso más allá de los primeros rastros de espuma y se sentó en la tabla a descansar.

Mientras se mecía a merced de la corriente, hundió la mano en el agua cristalina que destellaba en los primeros rayos del sol. Se demoró contemplando el brillo de la luz entre sus dedos, luego alzó la mano y la agitó hacia el sur.

—Ahí tienes, pendeja —murmuró con acento afectuoso.

En la orilla encontró a Finnegan y Norton saliendo del mar también, muy contentos con las olas que habían encontrado. Se demoraron en la playa hasta que el sol empezó a subir y el hambre los empujó de vuelta a la casa para desayunar.




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