Al Otro Lado - Aol 1

16. Bis

“Lamento lo de ayer. Me tomó todo tan por sorpresa que no sabía cómo reaccionar, ni qué hacer al respecto. Imagino que cuanto podía hacer era mostrarme bizarra y tonta. Intentar alejarte, con la esperanza de que me dieras la espalda y yo dejaría de sentir este vínculo tan extraño entre nosotros. Como sea, ya sucedió. Para que no extrañes mis devaneos, te diré que no creo que las cosas sucedan siempre al azar, de modo que lo que me toca es aprender a lidiar con esto, me guste o no. Ya sabes dónde encontrarme, pásate cuando quieras.”

Resultó una suerte que Cecilia le dejara ese mensaje, porque Stu estaba ocupado leyéndolo cuando sonó su teléfono. Atendió sin dejar de leer, y le tomó varios segundos reaccionar al reconocer la voz de Jen.

—Hola, Stu, soy yo.

Se quedó helado, incapaz de articular palabra. Sólo atinó a alzar los ojos llenos de lágrimas hacia Finnegan, que se acercó alarmado.

—Me dijo Ashley que sigues en la Isla.

Una vez más fue incapaz de responder.

—¿Cuándo regresas a San Francisco? Las niñas quieren verte.

—Yo… No lo sé —balbuceó.

Se incorporó con gesto brusco y salió al deck. Finnegan contuvo su impulso de seguirlo.

—¿Puedo…? —Sentía el nudo cerrándole la garganta—. ¿Puedo saludarlas?

—Lo siento, no quise llamarte delante de ellas.

—Oh…

—Si no puedes venir, puedo llevarlas a pasar contigo el próximo fin de semana.

Stu desvió la vista hacia el mar, como si desde allí pudiera ver la costa de San Francisco.

—Puedo ir por ellas.

—Eso sería de gran ayuda. Ven a buscarlas el viernes, y yo iré a recogerlas el Domingo, si estás de acuerdo.

Cerró los ojos obligándose a deglutir.

—Sí, por supuesto.

—Bien, avísame a qué hora llegas y te las llevaré al aeropuerto.

Se dio cuenta de que Jen ya daba por finalizada la conversación.

—Aguarda, Jen, ¿cómo…? ¿Cómo estás?

Ahora fue ella la que calló por un largo momento.

—Estoy bien, Stu, gracias por preguntar. Adiós ahora.

El silencio al otro lado de la línea pareció erigir muros de hielo a su alrededor, en pleno mediodía. Lo confinaban, lo asfixiaban, congelaban el aire en su pecho. Dolían. ¡Por Dios, cómo dolían! Se obligó a apartar el teléfono de su oído y se pasó una mano por la cara con lentitud. Hizo una inspiración tentativa. Sintió el vértigo del mareo, un abismo que se abría a sus pies. No había forma de evitar la caída. Pisara donde pisara, lo único que lo esperaba era el vacío.

Finnegan lo encontró doblado sobre sí mismo en el sofá de la sala. Se inclinó hacia él, apoyando una mano en su espalda curvada, pero Stu no se dio por aludido. Le dejó una cerveza sobre la mesa ratona y salió a tocar la guitarra al deck.

Más tarde Stu no recordaría qué había hecho. Emborracharse, eso seguro. Y llorar, por supuesto. Encerrado en su recámara mientras una mañana hermosa y brillante transcurría allá afuera, indiferente a su dolor.

Hasta que Finnegan se hartó de saberlo solazándose en su miseria y entró sin preámbulos, le sujetó un brazo y lo arrastró fuera de la habitación.

Stu intentó detenerse ante el ventanal abierto de la sala, protegiéndose los ojos del brillo del cielo y el mar.




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