Al Otro Lado - Aol 1

19. Sol de Medianoche

—Se fue.

—¿Quién? Oh, ¿te refieres a ese imbécil? Bien, era hora.

‘Ese imbécil’ era como llamabas a Martín. Largué una risita a través del nudo que cerraba mi garganta. No eras el único de mis amigos que usaba esa clase de adjetivos para referirse a él. Pero esa noche yo no estaba para chistes, o para que me sacudieran el dedo por seguir enganchada con él. Esa noche luchaba por aprehender que había salido de mi vida para siempre, y se me estaba haciendo muy cuesta arriba.

—¿Qué ocurrió?

Respiré hondo y traté de contártelo de la manera más objetiva que podía.

—Estuvo faltando a los ensayos las últimas dos semanas, dando excusas tontas.

—Sí, recuerdo que me lo comentaste. Y que estabas segura de que finalmente se había decidido a presionar hasta hacerte reaccionar. Pero esto no es de ahora, ya lleva, ¿cuánto? ¿Dos meses, provocándote?

Asentí sonriendo de costado. Siempre recordabas todo lo que te contaba sobre las cosas que realmente me importaban.

—Sí. Y hace dos semanas mostró los dientes. Esta noche llegó tarde y dijo que sólo se podía quedar una hora porque ‘estaba ocupado’. Así que ensayamos un poco, y luego conversamos sobre la fecha de nuestra próxima presentación, porque ya hace un mes que no tocamos en vivo. Él dijo que estaba de acuerdo con tocar en tres semanas y se fue. Los chicos estaban sorprendidos de mi actitud, porque suelo ser muy quisquillosa con la puntualidad y la constancia. Yo misma estaba sorprendida. Nunca antes me había resultado tan fácil tratarlo como si entre él y yo no hubiera pasado nada. Creo que eso terminó de darle en el hígado. Eso y que en su ausencia hubiéramos comenzado a hacer arreglos para tres canciones nuevas y nuestro primer cover. Bien, pues, Martín se fue, y nos escribió veinte minutos después para decirnos que no vendría a ensayar el próximo miércoles, y tampoco tenía otro día de la semana libre para reunirse con nosotros.

«Tú sabes que a la hora de la diplomacia suelo recurrir a Jero, el bajista, que sabe ser educado y conciliador. De modo que con Jero a mi lado, ayudándome a redactar mis respuestas para que no fueran agresivas, y la aprobación de Beto, el baterista, le sugerí a Martín que se fijara qué quería hacer, porque tenemos estas cuatro canciones por terminar y acordamos tocar en vivo dentro de tres semanas. Y él… Oh, olvídalo, te estoy aburriendo.

—¿Cómo? Vamos, sabes que no. Continúa.

—Gracias —murmuré con los ojos llenos de lágrimas porque este hombre cariñoso y atento estaba tan lejos, mientras que este otro hombre soberbio e hiriente estaba demasiado cerca.

—¿Quieres que vayamos al deck?

—Sí, por favor, me encantaría. Dame un momento para encender la computadora.

Terminé la llamada en mi teléfono y pocos después llenabas la pantalla de mi computadora en la noche porteña con una tarde de antología en la isla.

—Ahora sigue contándome —dijiste, en un tono serio que irónicamente señalaba que estabas de suficiente buen humor como para escuchar una historia tan ridícula.

—No, no, olvídalo. Es un melodrama adolescente: me dijo, le dije, me dijo, le dije.

—C.

Logré sonreír, porque habías hecho sonar mi inicial como una advertencia. —Okay, okay. En resumidas cuentas, le planteamos lo que habíamos estado hablando entre nosotros tres durante sus ausencias: que estaba buscando un pretexto para dejar la banda. Y él respondió que era yo quien lo quería echar de la banda porque mezclaba asuntos personales con la música, ya que nadie deja de dirigirle la palabra a otra persona sin motivo, y yo estaba siendo inmadura al hacerlo, y…

—Pero tú nunca dejaste de hablarle cuando dejaron de ser amantes.

Sonaba tan serio, ser amantes. —No, no lo hice.

Resoplaste molesto. —Continúa, ¿qué más dijo ese pendejo?

—No importa. Siguió escribiéndome un buen rato y yo tenía que morderme los dedos para no ponerme sarcástica al responderle.

—¿Por qué no? Se lo merecía.

—Para que los chicos vieran que era él quien llevaba todo al plano personal, y quedar yo como la buena de la película. ¡Condenada guerra de orgullo!

—Ni que lo digas.

—Cuando me fui de la casa de Jero, donde ensayamos los miércoles, Martín continuó escribiéndome pero sólo a mí, mensajes que Jero y Beto no recibían. Entonces me acusó de haberlo dejado yo a él, y que nunca me había dignado a explicarle por qué ya no quería acostarme con él.

—¿No me contaste que fue él quien dejo de buscarte a ti?

—Sí, eso fue lo que ocurrió.

—Además de imbécil, fabulador. Vamos, continúa, ¿qué le respondiste?

—Intenté recordarle cómo sucedió todo. En el call center estaban reduciendo personal, de modo que todos íbamos a trabajar cada día sin saber si aún tendríamos empleo al final de la jornada. Y para peor, Nahuel se contagió un virus en la escuela y estuvo en reposo dos semanas. Cuando Martín me preguntó por qué no podía verlo, le expliqué mi situación y no insistió, pero cuando volvimos a encontrarnos, manifestó que ‘necesitaba más espacio’ y que no quería que ‘lo nuestro se convirtiera en responsabilidades y compromiso’.




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