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Stu se levantó temprano y se sentó a desayunar el balcón de su cuarto de hotel, con Florencia y las colinas desplegándose ante él bajo el sol matinal todavía bajo. Al otro lado de la mesa redonda de vidrio y hierro forjado, cubierta por un primoroso mantel blanco; al otro lado del jarroncito de porcelana con flores frescas, el jugo, el café, los platos; al otro lado como un comensal más, estaba la computadora, acomodada de tal manera que C pudiera ver el paisaje y él pudiera verla a ella. Cuando C llamara.
El sol subió mientras Stu desayunaba sin prisa, en completo silencio. A las ocho C todavía no se había conectado, pero él sabía que para las costumbres argentinas, su sábado a la noche recién comenzaba. Desde que se conocieran, C había pasado con él todos los sábados a la noche, con excepción de los cumpleaños de los demás integrantes de la banda o sus novias. Tocaban en vivo los viernes porque les resultaba más barato. De modo que C se había ausentado sólo un par de sábados en cuatro o cinco meses. Incluso ahora, durante la gira europea, porque la diferencia horaria se había invertido y ahora las noches de ella eran la mañana siguiente de él.
C jamás se enteraba de que antes de hablar con ella Stu pasaba noches y noches sobre el escenario, y después de hablar con ella repartía su tiempo viajando, probando sonido, dando entrevistas. Stu se esforzaba por no permitir que nada de eso acotara o interrumpiera el espacio de comunicación que le gustaba disfrutar con ella.
Era bueno saber que a pesar de su mentado fanatismo por Slot Coin, C no se parecía en nada a lo que normalmente se considera un fan. Se había enterado de la gira europea de la banda porque sus amigos coiners europeos alborotaban los foros en los que ella participaba, compartiendo fotos de sus entradas para los conciertos y contando los días hasta que SC llegara a sus ciudades. Pero jamás se le había ocurrido procurarse una guía de la gira, que era tan complicado como entrar a la página oficial de la banda. ¿Qué le importaba cuándo tocaría Slot Coin en Venecia, si ella estaba en Buenos Aires?
Y tampoco se le había ocurrido relacionar el itinerario de la banda con el de su amigo virtual. Lo cual hacía que Stu se sintiera bastante culpable. Mientras se mantuviera alejado de la vida pública, como él decía, sólo se había limitado a no decirle a C su apellido y su profesión. Todo lo demás era estrictamente cierto.
Pero de pronto, sin querer, la censura expandía cada vez más sus límites, porque no sólo no le decía qué hacía durante sus días en Europa, sino que hasta había tenido que recurrir a una o dos mentiras para ocultarlo. Y eso era mucho más lejos de lo que él jamás había pensado llegar. Sobre todo porque C le creía que él estaba conociendo Europa con Ray y Ashley.
Eso era lo peor, y empezaba a sentirse francamente mal al respecto.
Y sabía que sentirse así era lo correcto.
Hasta Ray se lo había hecho notar, por si él no se bastaba solo para enojarse consigo mismo.
—Le faltas de respeto —había dicho su amigo—. No merece que la trates así.
—Lo sé —había gruñido Stu.
—Deberías abrir el juego o dejarla tranquila. Creo que se lo ha ganado.
—Lo sé.
—¿Sí? ¿Y qué harás al respecto?
Eso ya sonaba más al Ray de siempre, antes de la temporada en Hawai: insistente como un moscardón.
—No lo sé.
—Pues deberías hacer algo, ¿no crees?
Claro que tenía que hallar la forma de allanar la cuestión, ser completamente sincero con ella, darle la oportunidad de decidir qué quería hacer con todo eso. O sencillamente dejarla en paz.
Pero Ray no sabía nada de esa noche en el hotel, cuando Stu regresara a San Francisco.
Y C no le había dicho a Ray que leyera el capítulo del zorro en El Principito.
—El problema es que… creo… me parece que se está enamorando de mí —dijo, desviando la vista.
—¡Hasta que te enteras, pendejo!
Stu enfrentó a Finnegan ceñudo, y el guitarrista optó por reírse de él en vez de darle un puñetazo por imbécil.
—¡Claro que está de cabeza por su amigo virtual invisible! ¡Y tú te has pasado meses fomentándolo! ¡Por eso te digo que te sinceres con ella y la dejes tranquila! —exclamó—. Porque saber quién eres en realidad la hará feliz.
—¿Qué?
—C será la mujer más feliz del mundo al saber que está en contacto tan estrecho con… ¿cómo es que te llama, su futuro marido? Imagínate su emoción al darse cuenta de quién se ha hecho amiga, a quién ayudó y respaldó. Y entonces olvidará todo lo demás, porque estará más que satisfecha con ser tu amiga virtual. Se sentirá honrada y toda esa mierda que suele decir.
—¿Tú crees?
—¡Lo sé, pendejo! ¿Por qué tienes que encarar todo de la forma más difícil?
Stu respiró hondo y alzó las cejas, concediéndole a Finnegan que tal vez tuviera razón.
Su amigo se fue meneando la cabeza. Sabía que lo mejor era dejarlo darle vueltas al asunto solo, y le dio oportunidad de hacerlo.