El ritmo de vida durante la gira ofrecía una ruta conocida y segura en la que Stu podía refugiarse. Las dos primeras semanas lo habían dejado extenuado, después de su reclusión en Hawai sin más ejercicio que surfear cada dos o tres días, y con lo que había descuidado su garganta y su salud en general durante esa temporada funesta. Finalmente había terminado por adaptarse nuevamente a la agenda apretada y exigente que él mismo había ayudado a delinear. Y era una suerte, porque una vez inmerso en ella, apenas si tenía tiempo de pensar en nada, mucho menos entregarse a la nostalgia y la tristeza.
Así fue que cuando Jen lo llamó para decirle que había un posible comprador para la casa de San Francisco, Stu aguantó la punzada profunda de dolor en su pecho, se aclaró la garganta y logró que su voz no temblara al responder que lo dejaba a su criterio, que ella decidiera y le avisara. Él firmaría lo que hubiera que firmar cuando regresara a fines de junio. Apenas le dio oportunidad de aceptar sorprendida, antes de pedirle que le permitiera saludar a sus hijas.
El dolor de haber perdido a Jen lo acompañaba siempre, a toda hora, sobre todo en aquellos lugares que habían visitado juntos en más de una ocasión. Pero ya se había habituado tanto a sentirlo que no alcazaba para arrastrarlo a ninguna recaída.
Y esa noche de infarto en Alemania, en la que Finnegan estuviera a punto de delatarlos y O’Rilley se asomara a llamarlos sin golpear la puerta, descubrió que le dedicaba la mayor parte de su escaso tiempo libre a C.
El hombre de Ragolini había aceptado la objeción al contrato. Había mejorado un poco la oferta y había corregido lo de la exclusividad, aunque había agregado que esa cláusula podría ser modificada con posterioridad sin que afectara el resto de los términos generales del contrato.
Le habían cambiado el nombre a la banda, de NØR, que sólo los integrantes sabían era por no return, sin regreso, por MØRE, más en inglés, una palabra que cualquiera podía comprender sin necesidad de ritos iniciáticos.
También habían agregado un nuevo integrante, una chica para que se repartiera entre teclados y segunda guitarra e hiciera las segundas voces. Mientras la sometían a ensayos intensivos, se preparaban para grabar un simple con tres temas que pudieran utilizar para difusión. Lo siguiente sería un video.
Estimaban que para entonces la chica nueva estaría lista para tocar en vivo, y comenzarían a confirmar fechas para sus presentaciones.
Finnegan y Stu seguían de cerca todo ese proceso, sin que C encontrara nada extraño en su interés, ni cuestionara sus consejos o sugerencias.
El agente de Ragolini movía las cosas rápido, y pronto llegó el momento de decidir qué temas grabar. Entonces Stu le pidió a C que le mandara los posibles candidatos. Pasó la mitad del viaje de Francia a España con los auriculares clavados en la sien, escuchando una y otra vez los seis o siete candidatos. Después obligó a Finnegan a escucharlos todos al menos dos veces y darle su opinión. Que era distinta a la de Stu, por supuesto, salvo en una canción: End of the World. Como no lograban ponerse de acuerdo sobre las dos restantes, pero coincidían en que tenían que dar un veredicto unificado, intentaron zanjar la cuestión de las formas extravagantes, sin resultado. Hasta que decidieron rendirse a la falacia de la democracia y elegir una canción cada uno.
—End, Wicked y Hesitation.
—Ya veo —dijo C—. Los dos coinciden con End, Ray escogió Hesitation, que es su favorita, y tú elegiste Wicked porque ya hay una balada y no puedes escoger Lanes.
Finnegan rió de buena gana mientras Stu los declaraba culpables a ambos.
—¿Y qué les parece End, Run y Hesitation?
—¿Run? —repitió Stu, buscando el archivo.
—No te molestes en escucharla ahora porque lo que tienes ya no sirve. La hicimos de nuevo. Y ésas son las elegidas oficiales, así que serán las que grabemos, a menos que Marian diga otra cosa.
—¿Marian? —repitió Stu.
—Nuestro agente.
—Creí que era un hombre.
—Sí, su nombre es Mariano, yo lo llamo Marian.
—Oh.
—¿Y ustedes en que lío se han metido ahora?
—Hey, que somos un modelo ejemplar de conducta —protestó Finnegan.
—Llegamos a Madrid hace una hora —respondió Stu.
—¿Y están hablando conmigo? ¡Buen Dios! ¡No aprenden! ¡Cierren Skype y salgan, por favor!
—Pero…
—¡Vete! Ahora tenemos sólo cuatro horas de diferencia, así que podemos volver a hablar hoy mismo si quieres. ¿Sigues allí, Ray?
—¡Sí, capitán!
—Por favor, búscale algo de diversión a este hombre.
—Oigo y obedezco. Ya escuchaste a la dama, pendejo. Despídete y baja, me reuniré contigo en diez minutos. ¡Adiós, C!
—¡Adiós, Ray! ¡Salúdame a Ashley!