Era una de las escenas más cotidianas en lo que iba del año, sólo que desde abril se habían invertido nuestros horarios, y eras vos quien se quedaba levantado después de cenar para charlar durante mi tarde, como antes hacía yo cuando estabas en Hawai o San Francisco.
Ahora estabas en Inglaterra, donde eran las diez de la noche a fines de una primavera lluviosa, mientras acá eran las seis de la tarde a fines de un otoño seco y ventoso. La noche anterior habías ido a algún evento hasta la madrugada y todavía estabas cansado, e incluso un poco disfónico.
Había tratado de mandarte a dormir, pero insististe en que antes te contara lo que llamábamos, muy divertidos, mi agenda de rockstar. Así que ahí estaba yo, limpiando el comedor con vos en la computadora sobre la mesa, charlándote de cómo el director Daniel Castillo había venido a filmar un ensayo, y de la sesión con su esposa fotógrafa, y la lista de fechas y objetivos con se nos había descolgado Mariano, y de las primeras charlas para el video de End.
—¡Fue increíble! Nos pasamos casi una hora simplemente tirando ideas, de lo más tradicional a lo más surrealista, de lo más técnico a lo más artístico—comenté entusiasmada—. Y Castillo dijo que quiere usar un par de mis ideas.
—¿Cómo cuáles?
—Nada importante, simplemente un par de tomas aisladas que yo tenía en mente para partes específicas de la letra.
—¿Cómo cuáles?
Yo estaba barriendo el comedor, y me detuve a girar hacia la computadora, que te mostraba recostado en un sofá. O sea, mostraba tus piernas, porque vos no dejabas ver ni tu oreja por error. Reí divertida.
—Oye, pendejo, la grabación que dejaste al irte a dormir ya comenzó a repetirse.
—No, te preguntaba qué ideas tuyas usarán, y para qué partes de la canción.
Fruncí el ceño. Sonabas tan cansado que parecía una maldad mantenerte despierto. Hasta te imaginaba hablando con los ojos cerrados, un brazo cruzándote la cara, luchando por no dormirte.
—Stu, estás agotado, ¿por qué no vas a dormir?
—Sólo estoy un poco afónico, eso es todo, y estoy descansando mientras conversamos —replicaste, obstinado—. ¿Cómo cuáles, pues?
Resoplé de forma que me escucharas.
Reíste por lo bajo. —Estoy bien, nena, créeme. Continúa.
Claro que no me iba a negar a ese tono cálido y afectuoso, menos si me llamabas ‘nena’. Y claro que lo sabías y por eso lo hacías. Así que respondí de la manera más sintética que pude, y nunca puedo mucho.
—¿Y qué se trae tu agente para el mes próximo? ¿Saldrán a tocar en vivo o qué?
—Sí, en la primera mitad de julio, creo. Las descargas del EP vienen bien, pero Marian quiere hacer más promoción tradicional. Y cuando el video esté listo, quiere lanzar una campaña más agresiva en internet antes de que salgamos a tocar. Quiere que la primera presentación ‘oficial’ sea en un teatro pequeño o un lugar así, y quiere regalar la mayoría de las entradas en sorteos de radio. Nunca había escuchado algo así.
—Pero es una buena estrategia. La gente participa en sorteos de radio todo el tiempo, sin que les importe qué ganan. Y si lo que ganan son entradas para un evento, lo más seguro es que vayan, simplemente porque es gratis, aunque nunca los hayan escuchado. Si elige bien las emisoras que hacen los sorteos, pueden reunir una audiencia interesante, de donde pueden salir seguidores.
—Eso es exactamente lo que dice Marian. Regreso enseguida. Duérmete una siesta pero no muy larga, porque todavía me queda una noticia.
—Muy bien.
Preparé lo que necesitaba para lavar el piso y volví al comedor.
—¿Sigues allí?
—Sí. Una última noticia, dijiste.
—Sí. Después de esa primera presentación, ¡comenzaremos a trabajar en el disco!
—¿Sí? ¡Felicitaciones, nena! ¡Eso es excelente!
Asentí como si pudieras verme, tu genuina alegría haciéndome sonreír enternecida porque sabía que no podías verme.
—¡Sí! ¡De sólo pensarlo me da vueltas la cabeza!
—De modo que tocarás a mediados de julio.
—Sí, el trece es la fecha más segura.
—Bien, intentaré llegar a tiempo.
Me tropecé con el balde al escucharte. Alcancé a evitar que se volcara a costa de tirar una silla y la guitarra acústica. Permanecí agachada, aferrando el balde, agitada. ¿Estaba loca o acababas de decir que tratarías de venir al recital?
—¿Estás bien? —te oí preguntar, preocupado—. ¿Qué sucedió?
Miré por sobre mi hombro, de pronto con miedo a enfrentar la computadora. Vi que te habías sentado y la pantalla mostraba una camiseta rara que me resultaba familiar. ¿A quién le había visto una camiseta igual?
—¿C? ¿Qué fue ese ruido? ¿Estás bien?
—E-estoy bien —conseguí articular.