Al otro lado de la acera

Capítulo 1: Más allá de la ventana.

Era domingo por la tarde. El sol descendía suavemente sobre los árboles, y los pájaros entonaban sus cantos habituales. En este apacible escenario se encontraba Emma, una niña de diez años cuyo cabello rubio caía en suaves ondas hasta los hombros, enmarcando unos ojos centelleantes que brillaban detrás de sus gafas de montura fina. Su rostro, iluminado por la curiosidad y la chispa de la inteligencia, reflejaba una mezcla encantadora de inocencia y sagacidad. Su esbelta figura denotaba la vitalidad propia de su edad, y sus manos, siempre inquietas, parecían destinadas a explorar el fascinante mundo que la rodeaba. Esta pequeña exploradora, con su pasión por la lectura y un insaciable deseo de aprender, absorbía información como una esponja. Nutría así una imaginación desbordante que la transportaba a mundos lejanos con solo abrir un libro. El refugio de Emma era su habitación, decorada con estantes repletos de historias que alimentaban su mente creativa. En este espacio, la magia de las letras se mezclaba con la calidez del entorno, creando un rincón donde su creatividad florecía y se expandía.

Con cada palabra leída y cada descubrimiento, sus ojos brillaban con la luz del conocimiento y la emoción de desentrañar nuevos misterios. Sentada en el rincón junto a la ventana de su habitación, se sumergía en su mundo de literatura, mientras la suave brisa jugueteaba con las cortinas y las páginas de su libro bailaban al compás del viento. Podía perderse durante horas entre las líneas de historias cautivadoras y mundos imaginativos. A menudo, el bullicio del vecindario desaparecía en las aventuras relatadas en las hojas. Ni siquiera los sonidos que llegaban desde la calle podían distraerla de las emociones y los universos que se desplegaban ante su mirada.

Ese entorno tranquilo, con la luz natural filtrándose delicadamente y el murmullo distante de la vida cotidiana, le permitía sumergirse en relatos que la transportaban a mundos lejanos. A veces, se preguntaba cómo sería vivir esas mismas hazañas en persona, pero nunca había imaginado que su deseo de explorar más allá de las páginas de sus libros se haría realidad antes de lo que ella imaginaba.

Su atención fue captada por algo inusual: una pequeña mariposa blanca se posó con delicadeza en la punta de su nariz, aleteando suavemente. Este tierno gesto fue suficiente para desviar la atención de Emma y devolverla a la existencia que se extendía más allá de las páginas. Este momento no duró más que unos escasos segundos. Pronto, el insecto volvió a alzar el vuelo y se perdió en el cielo azul, dejando a la niña con una sonrisa en los labios y una chispa de interés en sus ojos. Se quedó por un momento observando el firmamento, como si esperara capturar un último destello de las alas blancas que se desvanecían en la distancia.

Finalmente, su visión descendió con intención de volver a las páginas del libro, pero algo detuvo su mirada: una casa en la acera de enfrente. Hasta ese momento, había pasado desapercibida para Emma, a pesar de su peculiar arquitectura, que resaltaba entre las demás del vecindario. El domicilio se alzaba imponente entre las demás, rompiendo la monotonía de las construcciones vecinas. Sus muros de piedra, desgastados por el tiempo, contaban historias de décadas pasadas. Las tejas envejecidas se aferraban al techo inclinado, como si desafiaran el paso de los años. Ventanas enmarcadas en madera gastada apenas dejaban entrever destellos del interior.

Con su encanto antiguo y discreto, la casa había permanecido inadvertida para ella hasta que algo finalmente atrajo su atención, desvelando un misterio en medio de la tranquilidad del barrio. Después de este momento de asombro, Emma abandonó por un rato su lectura y se dispuso a tomar su abrigo para salir a la calle. Bajó las escaleras y, cuando le faltaban escasos metros para llegar a la entrada, alguien la detuvo en seco. Era Minerva, su madre, se acercó con paso firme y seguro, mostrando una expresión de inquisitividad e interés en su rostro. Irradiaba una elegancia atemporal, con sus cabellos castaños recogidos en un moño impecable y un vestido de corte clásico que recordaba a épocas pasadas. Sus ojos verdes, llenos de sabiduría y experiencia, revelaban la profundidad de su personalidad, así como su inteligencia y su bondad.

—¿Te marchas a algún lado? —preguntó Minerva con curiosidad, su mirada fija en su hija.

—Sí, solo quiero dar un paseo. —respondió Emma, ocupada atando los cordones de sus zapatillas.

—¿Llevas algo de abrigo? —insistió Minerva, mostrando su preocupación por el frío exterior.

—Sí. —contestó la niña, levantando la chaqueta que tenía en la mano para tranquilizar a su madre.

—Por cierto, ¿viste a la señora Rodríguez? Me preguntó por ti ayer. —inquirió Minerva, girando levemente el cuerpo hacia su hija

—No, no la he visto últimamente. Iré a saludarla. Oye, ¿qué sabes sobre esa casa al otro lado de la calle? —preguntó Emma con un tono sutil, pero directo.

—¿Qué casa? —añadió su madre, fingiendo desconocimiento.

—Vamos, mamá, sabes muy bien a qué casa me refiero. La que está vacía desde hace años. —contestó, mezclando curiosidad y emoción en sus palabras.

—Ah, esa casa... Es una construcción peculiar, ¿verdad? ¿Te llamó la atención? —continuó Minerva—. Sabes, antes de mudarnos, vivía allí un matrimonio de ancianos que lamentablemente falleció hace tiempo. Desde entonces, la casa ha estado vacía, sin que nadie más se mudara. Si te interesa, tal vez podamos averiguar más sobre ella. —insinuó su madre.

—¿De verdad? Sería genial, gracias. —respondió Emma, entusiasmada por la idea.

—No hay problema, cariño. —dijo mostrándose receptiva.

—Es que me parece intrigante. Me gustaría saber qué hay dentro, qué secretos esconde... —confesó Emma, mirando por la ventana hacia la vivienda misteriosa.

—Pero no creo que sea buena idea que te acerques a esa casa, Emma. Podría ser peligrosa, o ilegal, o ambas cosas. Además, no creo que tu padre esté de acuerdo con que te metas en líos. —advirtió Minerva.




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