Martín y Emma, cada uno llevando consigo una linterna, una libreta y un bolígrafo, caminaron juntos hacia la casa. Exploraron meticulosamente el exterior, rastreando cada pared en busca de la puerta oculta entre las enredaderas mencionadas por Almudena. Tras una búsqueda exhaustiva, finalmente dieron con ella, pero se encontraba firmemente cerrada con llave.
—Parece ser una cerradura antigua. —dijo Emma, mientras la examinaba.
—¿Recuerdas haber leído algo sobre como abrirla? —preguntó su voz mostraba un atisbo de frustración.
—El diario no mencionaba nada sobre eso. Almudena solo indicaba que la puerta se hallaba oculta bajo las enredaderas. —respondió, mientras miraba la cerradura.
—Parece que tendremos que idear otro plan. —murmuró Martín.
Con cautela, exploraron el área circundante, inspeccionando grietas en las paredes y buscando algún rastro que pudiera guiarlos hacia la llave, una vez más sin éxito. La presencia de obstáculos ya no sorprendía a los dos amigos. Habían aprendido a enfrentar los desafíos con resolución, sabiendo que cada barrera ocultaba algo valioso tras ella.
Después de un largo debate, decidieron volver a entrar en la casa y bajar al sótano. La travesía hasta llegar a él resultó tan desafiante como encontrar una aguja en un pajar, dado que las señales de acceso se encontraban prácticamente borradas por el paso del tiempo. Emma y Martín intercambiaron una mirada llena de decisión antes de descender por la escalera empinada que conducía a la oscuridad. A medida que sus linternas barajaban la penumbra, el aire se volvió más húmedo. Un olor a humedad y moho impregnaba cada rincón.
Martín hizo una pausa, captando un extraño murmullo— ¿Escuchas eso? —susurró, mientras avanzaban con precaución, siguiendo el sonido sutil que reverberaba en las paredes de piedra.
—Es solo tu imaginación Martín ¿cómo puedes ser tan cobarde? —dijo Emma entre risas, desafiante y juguetona.
Su amigo la miró con diversión—. Bueno, ya veremos quién es el cobarde cuando descubramos de qué se trata.
El camino parecía interminable a medida que se adentraban en aquel lugar desconocido. La escalera de madera crujía con cada paso mientras descendían hacia la oscuridad. En una esquina, entre cajas y trastos antiguos, vieron algo que llamó su atención: una puerta baja y estrecha, apenas visible en la penumbra.
—¡Mira! —exclamó el chico, señalando hacia donde se encontraba.
Emma se acercó con cautela y con un ligero empujón la puerta se abrió lentamente, revelando una habitación pequeña y polvorienta. Al entrar, encontraron estantes repletos de libros viejos; algunos, desgastados, mostraban signos de decadencia, mientras que otros lucían encuadernaciones meticulosamente conservadas. En medio de ellos, uno en particular destacaba por su empaste gastado y un símbolo grabado en la portada: una llave antigua.
—¡Este libro debe ser importante! —exclamó emocionada.
Justo cuando estaban a punto de abrirlo, un sonido proveniente del piso superior los hizo estremecer. Oyeron pasos que se acercaban poco a poco hacia el sótano. Preocupados, Emma y Martín se intercambiaron miradas, sintiendo cómo la tensión se apoderaba de ellos. La incertidumbre flotaba en el aire, dejándolos inquietos y con la pregunta latente de quién más podría estar en aquel lugar. La proximidad de los pasos aumentaba la sensación de intranquilidad, y el misterio inesperado les generaba una mezcla de nerviosismo y aprensión.
—¡Debemos irnos rápido! —susurró Martín.
Guardaron el libro en la bolsa y cuando estaban a punto de abandonar el sótano, se percataron de la presencia de alguien más en ese mismo espacio. Sin hacer ruido alguno, Martín y Emma se ocultaron tras la pequeña puerta. En cuestión de segundos, quedaron atónitos al reconocer a la señora Rodríguez. La perplejidad les invadió al intentar comprender qué motivo tenía ella para estar allí. Susurros entre ellos y gestos silenciosos fueron suficientes para compartir la misma pregunta: ¿Qué estaría haciendo la anciana en ese lugar?
Conteniendo la respiración, cruzaron miradas de confusión mientras observaban a su vecina moverse con decisión entre las penumbras. Ella parecía absorta en la búsqueda de algo específico, inspeccionando meticulosamente los rincones con una linterna en mano. Los dos amigos, manteniéndose ocultos en las sombras, se preguntaban si debían revelar su presencia o seguir contemplando en silencio. La curiosidad por descubrir el propósito de la anciana los mantenía inmóviles, sin atreverse a hacer el más mínimo ruido que pudiera delatar su posición.
Entre susurros, Martín propuso—. Tal vez deberíamos seguir observando antes de intervenir. No sabemos por qué está aquí.
Emma asintió con gesto de acuerdo, manteniendo la mirada fija en la figura de la señora Rodríguez. Desde la distancia podía ver como, lentamente, colocaba cuidadosamente algunas flores frescas en un pequeño altar improvisado, iluminado apenas por la tenue luz de su linterna. Con gestos delicados, las acomodó con mimo sobre la superficie junto a una carta sellada.
Mientras los dos amigos observaban en silencio, la escena se desenvolvía con una calma solemne. Parecía sumergida en un ritual íntimo. Cuando terminó, se levantó con la misma tranquilidad con la que había llegado y se retiró, dejando tras de sí un aura de misterio. Después de asegurarse de que la anciana se había marchado definitivamente, salieron con cautela de la pequeña habitación y se aproximaron al altar.
Martín miró a Emma con una expresión de confusión— ¿Qué crees que estaba haciendo la señora Rodríguez en este sótano?
Su amiga frunció el ceño, pensativa—. No tengo idea, pero definitivamente es extraño. ¿Qué sentido tiene que estuviera montando un altar en un lugar como este?
—¿Crees que tendrá algo que ver con la carta que ha dejado? —dijo el chico señalando hacia donde se encontraba.