La mudanza.
Marzo, cuando el invierno empieza a marcharse dando inicio a la primavera. Los narcisos empiezan a florecer y la vida se torna más colorida.
Por fin ha llegado el día tan esperado. Sí, el día de la mudanza. Cierro la puerta de la habitación y camino por el pasillo, arrastrando con esfuerzo la última maleta.
El apartamento donde vivire se encuentra bastante cerca de la universidad, a dos cuadras de hecho. El costo resulta bastante rentable gracias a que se divide entre más personas. Mi idea principal jamás fue compartir vivienda con una desconocida, porque la sola idea de no agradarle me resulta aterradora. Imagínate compartir vivienda con alguien al cual no le agradas. Quizás no seque la ducha después de bañarse o, peor aún, tal vez ame con locura la pizza con piña.
—¿Puedes con eso? —pregunta Dean, señalando la maleta, porque tal vez, solo tal vez, la maleta y yo comenzamos una lucha de poder la cual, por supuesto, yo iba perdiendo.
—No, a menos que quiera rodar por las escaleras.
Gira los ojos con diversión y, como si fuese el hijo legítimo de Sansón, la levanta con una sola mano. Qué envidia: yo apenas y me puedo mantener en pie con mi propio peso. Bajo las escaleras detrás de él, intentando no parecer celosa de sus músculos.
Aún recuerdo cuando era más bajito que yo y podía torturarlo un poco. Ahora es un simio gigante.
Cuando llegamos abajo, mamá me intercepta con los ojos llorosos.
—¿Estás segura de que llevas todo, querida? —me pregunta por cuarta vez en lo que va de mañana.
—Que sí, mamá, te prometo que lo llevo todo.
—Bien, bien… solo me preocupo, eso es todo.
Sonrío porque lo sé: sé lo mucho que se preocupa. Me acerco y la rodeo con mis brazos; sé que me extrañará tanto como yo a ella. Muerdo mi labio inferior en un torpe intento de contener las lágrimas. A este paso me ganaré el premio a la lágrima de oro.
—Entonces… —interrumpe Elías. Giro la cabeza hacia él, esperando que continúe—. ¿Al final sí puedo quedarme con tu habitación?
—Que no, enano —mascullo, harta. Vaya que este niño es insistente.
—¿Cómo que enano? Soy más alto que tú, mugrosa.
¿Me acaba de llamar mugrosa? ¿En serio? Cuando ya tengo el insulto perfecto para responderle, la tía Rubí le da un cocotazo que casi me hace reír. Casi, porque después me da un jalón de oreja a mí.
—No estresen a su mamá, niños.
Me suelto del abrazo de mamá y me enfurruño. Yo no fui quien empezó, fue ese duende detestable.
—¡Apúrense! —grita Mía, mientras mamá y la tía Rubí me encaminan hacia la entrada de la casa.
—Estoy segura de que les irá increíble, pero cualquier cosa que necesiten, no dudes en llamarme.
—En llamarnos —la corrige la tía Rubí.
Curvo los labios en una sonrisa suave, y, con los ojos humedicidos les doy un abrazo de oso. Elías se acerca a mí con las manos en los bolsillos.
—Yo no te extrañaré tanto —dice, y me acaricia la cabeza como un amo a su cachorro (pero todos sabemos que sí lo hará).
—Yo a ti muchísimo menos. Intenta escapar, pero aun así le doy su buen apapacho.
Y entre más besos y despedidas, partimos a las seis y media de la mañana hacia nuestro nuevo destino.
———
Apenas dejamos atrás Rosevale, Nueva York nos recibe con calles coloridas y edificios por doquier. Estoy segura de que, aparte de mi familia, eso será lo que más estrañaré de mi hogar. La naturaleza, la tranquilidad, el olor a tierra mojada y los prados llenos de colores.
Abro la ventanilla. La brisa entra y me acaricia el rostro refrescandome. Todo se siente distinto el aire, los olores, incluso el bullicio. Las personas caminan con prisa, como si la vida bailara a un ritmo tan rápido que apenas pudieran seguirle el paso.
Un grito de frustración me hace girar la cabeza hacia el frente, y sonrió ante la escena.
—¡No, Dean! Si vuelvo a escuchar esa canción un segundo más, ¡Me arrojare del auto!— Grita Mia forcejeando por el estereo.
Dean que maneja con una mano y con la otra pelea por el honor de su música, suspira exasperado.
—Es mi coche, mi música — replica en un tono que no da lugar a réplicas.
Oh, pero créanme Mía no se dejaría intimidar ni por Jhon Wick.
—Puede ser el coche del mismísimo Toretto — responde ella, señaladolo— ¡Y aún así desearía arrancarme los oídos antes de seguir escuchando esa canción!
—¿No te parece que estás siendo un poco dramática?
Oh-oh... Nunca le digas dramática a una mujer. Y muchísimo menos a Mía.
—¿Me estás queriendo decir que soy la peor persona del mundo?
—¿Qué? ¡Yo no dije eso!
Intento mantener sería, lo juro por el dedo meñique, pero la discusión es tan absurda que por más que apriete los labios la risa se me escapa.
—Zizi, no es gracioso — protesta ella lazandome una mierda llena de reproches. Hago un gesto como si tuviera un cierre en la boca y lo sellara.
Another One Bites The Dust vuelve a sonar... Por octava vez. Mía lanza un grito de guerra y, sin pensarlo, le arrebata el teléfono a Dean, desconectadolo de la estereo.
—¡Hey!— exclama el, intentando volver a conectarlo con una mano manteniendo el control del volante con la otra. En mi cabeza se enciende esa alarma roja.
Dean da un giro brusco y el coche se tambalea por un segundo. Me aferro al asiento con el corazón retumbando.
—Chicos, por favor — digo casi en un ruego— soy muy joven para morir. ¡Y todavía no he terminado de ver Gilmore Girls!
Dean se rinde por fin, nadie gana una discusión con Mía, y el lo sabe. El tío kiran dice que si ella estudiara derecho jamás perdería un caso.
sonrie victoriosa por su logro, conecta su celular, y la voz de Selena Gómez inunda el coche con fetish. Al fin, un poco de calma. Este par me matara un día de estos.
—¿Enserio? ¿Selena Gómez?— pregunta Dean, fingiendo horror.
Lo miro, indignada. Muy indignada.
— ¿Qué tiene de malo Selena?— pregunta Mía, cruzándose de brazos, lista para dar batalla.