Al otro lado de la pared

Capitulo 5.

Tropiezos.

El auto se detiene, por fin. Salgo del coche apresuradamente, agradeciéndole a todos los dioses por no dejarme un segundo más con ese desquiciado al volante. Suspiro aliviada, pasando los dedos por mis rizos despeinados.

—Gracias a Dios, acabó la tortura —murmuro, llevándome la mano al pecho dramáticamente.

Dean gira hacia mí con una sonrisa petulante que me dan ganas de, con una buena patada, mandarlo lejitos de aquí.

—¿De qué hablas? Sabes que conduzco increíble.

“Increíble”, claro… mis casi cinco infartos no opinan lo mismo.

—Vaya, el premio al ego más grande es para ti, querido Didi —suelta Mía con una sonrisa burlona mientras se baja del auto estirando los brazos.

—No es ego, es reconocimiento al talento —responde Dean, apoyándose en el coche como si fuera algún galán de telenovela.

—Claro… y por eso casi me matas hace un rato. —Replico, levantando una ceja y cruzándome de brazos.

—No seas exagerada, solo fue un pequeño contratiempo —contesta encogiéndose de hombros, como si nada.

—¿“Contratiempo”, dice…? —murmuro incrédula, alzando ambas cejas.

—¿Seguirán quejándose o ya me puedo largar?

—Te podrás ir en cuanto llegue el camión de mudanza, grandote.

Responde la pelirroja con una sonrisa pícara. Le da un par de palmaditas en el hombro y sigue de largo hasta la cajuela.

Dean la sigue con la mirada y yo sonrío, contando los segundos hasta que aparta los ojos de ella y la alcanza. Esto va para mi libreta de anotaciones.

—Eh, Lizzy, no seas vaga y ven a ayudar —grita Dean desde el maletero, bajando cajas sin cuidado alguno.

Arrastro los pies como si el cuerpo me pesara hasta llegar a ellos.

—¿Qué piso es? —pregunto, sujetando la maleta con desgano. Definitivamente, lo peor de mudarse es el trasteo.

—Piso 4, apartamento 405 —responde Dean de manera instantánea. Es obvio, él también estudia en la ciudad y ha estado aquí un par de veces.

Mia me lanza las llaves. No sé si su puntería es mala o yo soy demasiado descordinada, pero en vez de terminar en mis manos acaban golpeandome en la frente. La fulmino con la mirada sobándome el lugar afectado.

Muerde su labio inferior en un intento de ocultar una sonrisa pero la conozco demasiado bien.

—Muy graciosa— murmuro, recogiendo las llaves del suelo con evidente fastidio.

Dean suelta una risita detrás de mí, le lanzo la mirada más amenazante que encuentro en el repertorio.

Arrastro la maleta con esfuerzo, e ingreso al gran edificio de ladrillos.

¿Qué metí en esta maleta? ¿Rocas? Todo esto sería más sencillo si fuese una hechicera con el poder de mover las cosas con la mente.

Estoy tan enfocada en mis pensamientos y en despotricar contra la maleta que no me doy cuenta hasta que ya es demasiado tarde.

Mi cuerpo choca abruptamente contra otro y me voy, con todo y maleta, hacia atrás.

Un aroma a café y algo amaderado me envuelve por un segundo, antes de que la vergüenza me suba a las mejillas.

Claro, es evidente que algo así tenía que pasarme. No por nada me apellido Murphy. Gracias señor desconocido que comparte sangre conmigo por ese apellido que me trae desgracias.

—¿Estás bien? —pregunta una voz grave, pero suave a la vez. Es de esas voces que resultan sexys, pero al mismo tiempo amables. No sé cómo explicarlo.

Suelto una risita nerviosa y me reincorporo sin alzar la mirada; pero alcanzo a notar unos tenis blancos impecables y una sombra alta frente a mí.

—No te preocupes, este es mi pan de cada día —contesto, sacudiéndome la suciedad del short.

—¿Eres muy torpe o solo muy distraída? —bromea él.

Sonrío, levantando la pobre maleta que quedó triste y abandonada en el suelo.

—Para mi mala suerte, soy ambas.

Cuando por fin llevo mis ojos hacia él, sus labios están estirados en una sonrisa que le marca un pequeño hoyuelo en la mejilla. Sin poder evitarlo, se la devuelvo. Él, aún sonriendo, estira su mano hacia mí. Y, cuando la tomo, un pequeño cosquilleo me recorre los dedos.

—Soy Lorenzo. Un placer.

Sonrió y suelto su mano lentamente.

—Y yo soy Elizabeth, aunque todos me llaman Lizzy.

—Entonces, Lizzy… —hasta mi nombre suena bien con esa voz— ¿te estás mudando o…?

Los gritos de Mía lo interrumpen.

—¡Lizzy, por el amor a las galletas de la tía Sara, cuánto puedes tardar en…! —Abre la boca y la cierra al instante como un pequeño pez fuera del agua.

Los ojos verdes de Lorenzo pasan de mí a ella.

—Amm… hola. Lorenzo, ¿cierto?

Él solo le da un asentimiento.

—Es nuestro vecino de al lado, el del perrito bonito —susurra Mía, intentando ser discreta. Cuando digo “intentando” es porque le sale fatal.

—Al parecer, Zeus es famoso entre los vecinos —responde él con una sonrisa ladeada.

—¿Por qué siempre me dejan cargando sus porquerías? —se queja Dean, apareciendo con su típica cara de que desayunó alacranes, cargando un par de cajas.

—¿Y este quién es? —pregunta, señalando a Lorenzo con la cabeza.

Mía le da un codazo en las costillas, haciéndolo fruncir el ceño.

—¿Y ahora qué hice?

Giro los ojos y, cuando vuelvo mi mirada hacia el atractivo chico, este está observando la discusión de ese par con curiosidad. Supongo que yo ya estoy demasiado acostumbrada.

—Creo que fue un gusto conocerlos, pero debo irme —dice Lorenzo, interrumpiendo la discusión (aunque es en vano, porque ni caso le hacen).

Le regalo una sonrisa a modo de disculpa.

—El placer fue todo nuestro, ¿verdad, muchachos?

Como Mía sigue enumerándole a Dean todas las razones por las que fue grosero y él no deja de replicar, hago lo que haría la tía Rubí en este caso: les doy un mini pellizco a cada uno.

Ambos giran hacia mí al mismo tiempo, como personajes de una peli de terror.

Señalo a Lorenzo con la cabeza.

—Lo que ella haya dicho es todo correcto —dice Mía con un asentimiento rápido.



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En el texto hay: comedia romantica, drama, amojuvenil

Editado: 24.11.2025

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