Al otro lado.
La semana ha pasado rápido entre clases, buscar trabajo y muchos, muchos proyectos escolares. Y eso que apenas estoy comenzando... No quiero imaginarme más adelante.
Contrario a lo que creí, Vanessa resultó ser alguien bastante agradable, es de esas personas que disfrutan la vida sin meterse en los asuntos de los demás. La convivencia, hasta ahora, ha sido tranquila, y mi vida ha estado sorprendentemente aburrida estos días, algo extremadamente raro tratándose de mí.
Y, por si se lo preguntan no, no he podido coincidir con el vecino guapo.
Hoy sábado, a las cuatro y quince de la tarde. En mi habitación suena kingston, llenado el aire con su ritmo suave. La luz dorada del atardecer se cuela por la ventana y tiñe las paredes de un color cálido, casi anaranjado. Con la camara en mano empiezo a jugar con las luces, tal como lo explicó la profesora.
Tarareo la canción mientras observo por el visor todo el plano Sin mover nada más que mis dedos, saco la primera fotografía. Sonrió satisfecha, no quedó perfecta, pero sí bastante real. Los libros apilados y los girasoles en la mesilla, bañados por la luz del sol, crean una imagen que me representa a la perfección. Tomo un par de fotografías más disfrutando del click de la cámara.
La canción cambia a From the Start de laufey, y mi cuerpo, sin pensarlo, empieza a moverse. Dejo la camara sobre la cama con cuidado. Muevo los hombros al ritmo de la música. Me dejo llevar, improvisando pasos torpes que harían llorar a cualquier coreógrafo.
She’s so perfect, “ blah, blah, blah
Oh, how I wish you’ll wake up one day
Canto como si estuviera en algún estadío dando un concierto, con unos alaridos que ni el gato más herido haría, sin tomarle importancia, me rio de mi misma, girando por toda la habitación, sintiendo casi como si flotara.
Hasta que una risa interrupe mi show privado. Me detengo en seco. Miro alrededor, el corazón se me acelera al no ver a nadie más. Camino hasta la puerta y la abro, esperando encontrar a alguien del otro lado. Nada. Solo el pasillo vacío.
¿No será esta una casa embrujada? ¿Y si es el fantasma de alguien que murió aquí?
Tomo una almohada, la sostengo como si fuese el arma más peligrosa del mundo, y paseo la mirada por todo el lugar.
—¿Te asusté?— pregunta una voz masculina.
Pego un grito y salto. Sin pensarlo, me lanzo hacia donde proviene la voz, dispuesta a darle su merecido. ¡Ningún fantasma va a asustarme en mi propia habitación! Pero, como no me fijé de donde viene, caigo de lleno sobre la cama y mi cabeza se da un golpe contra la pared. Me quedo viendo pajaritos en el aire... Y no los que me pintó mi ex.
La risa vuelve a sonar, del otro lado de la pared. La observo confundida ¿Qué carajos?
—Al parecer nuestros encuentros siempre serán de ti chocando contra algo— dice una voz divertida.
Me congelo.
No... Esa voz yo la conozco.
¿Lorenzo? ¿Ese Lorenzo?
Sí, ese de sonrisa encantadora y ojos claros.
Esto no puede estar pasándome. Me acaba de escuchar pegar alaridos porque, eso en definitiva, no es cantar.
Me quedo con la vista fija en la pared, en completo silencio.
—¿Sigues ahí?— pregunta, con diversión evidente.
Ja. Ahora soy un payaso y no me había dado cuenta.
—Ajá...— murmuro.
Pongo pausa a la música y me masajeo las sienes. Esto no puede ser real.
—¿Desde cuando estas ahí?— cuestiono con voz incrédula.
—No hace mucho.
—¿En qué parte de tu casa estás exactamente?
—En mi habitación— responde, tan campante como si fuese lo más normal del mundo y no acabara de presenciar a una chiflada pegando gritos y riéndose sola.
—Bien...
Sabía que mis días estaban demasiado normales. Algo tenía que pasar, porque si no, no sería la vida de Elizabeth Mary Murphy.
—A ver si entendí. Tú habitación y la mía solo están dividida por una pared y por cierto una bastante delgada. Puedes escuchar todo lo que hago de este lado. ¿Y viceversa?
—Si lo dices así...
—No lo digo, es así — lo interrumpo.
Quien sea que esté escribiendo mi vida solo me gustaría preguntarte una cosita ¿Por qué me odias tanto?
Lizzy, inhala y exhala, esto debe ser una broma, eso es todo.
—¿Estás bromeando, verdad?
Hace un ruidito negativo.
Me tapo la cara con ambas manos, tengo unas enormes ganas de que la tierra me trague y me escupa en Irlanda o un país muy, muy lejano.
—¿Y desde cuándo lo sabes? ¿Acaso eres un agente secreto y me estás espiando, eh? ¿Eh?— hablo rápido mientras pego casi todo el rostro a la pared.
—Primero, lo sé desde que te escuché roncar el otro día.—¿Cómo que roncar? Ay madre santa, me dará algo.
—Yo no ronco — lo interrumpo casi de inmediato.
—Eso es lo que tú crees — canturrea de una manera que me hace sonrojar hasta las orejas.
—Y para que te quedé claro. No, no te estaba vigilando. Solo estaba descansando y me pareció adorable tu manera de cantar, eso es todo. Lo prometo.
¿Adorable? Vaya nunca había escuchado que a alguien le pareciera adorable oír a alguien más hacer el ridículo.
—Zizi, ¿Con quién hablas? — pregunta Mía desde el otro lado de la puerta.
—¡Con nadie!— respondo enseguida.
—Linda, Vanessa y yo trajimos algo de comer. ¿Vienes?
Juego con la pulsera en mi muñeca, observo la pared con el ceño fruncido y suspiro.
—Si... Ya voy — contesto, más para mí que para ella.
Y mientras cierro la puerta de la habitación, solo puedo pensar en una cosa.
Necesito insonorizar esa pared urgentemente.