Al otro lado de la pared

Capitulo 11

Supermercado.

Vivir aquí tiene su encanto, todo está a un par de pasos. El supermercado solo queda a unas cuadras, y el vecindario es lo suficiente seguro como para ir caminando.

El camino desde la casa al supermercado ha sido tranquilo. La brisa me despeina los rizos y el olor a pan horneado se intensifica aún más al pasar al lado de la panadería. La risa de Mia rompe el silencio nocturno mientras Vanessa nos cuenta sobre una chica que conoció en una aplicación de citas, llevan hablando un par de semanas. Mucho antes de mi llegada, aunque aún no han tenido su primera cita.

—¿Por qué no le das un consejo, Lizzy?— pregunta Mía, codeandome con una sonrisa pícara— Ahí donde la ves, ha tenido citas con bastantes chicos.

—Sí, y nada funcionó con ninguno, así que sería un idea pésima seguir algun consejo mío.

—No creo que sea tan malo,— dice Vanessa peinandose el cabello con las manos—un par de citas fallidas no definen tu vida romántica.

—No, linda, ahora que lo menciona, si fueron bastante malas.

—Créeme, conmigo “salió mal” se queda cortito.

Vanessa ladea la cabeza, curiosa, con los ojos brillando de auténtico interés

—¿Qué tan malo pudo ser?— Cuestiona con genuina inocencia.

—Bueno, deberías preguntarle a Jhon Davison: fué arrestado en nuestra primera cita.

–Y no te olvides de Edwin,— añade la pelirroja con una pequeña risa— se creía vampiro y llegó con capa y colmillos.— ambas se carcajean y yo siento la cara arder de solo recorda ese día. Siento como la vergüenza vuelve a mí como si estuviera sucediendo nuevamente. Aún recuerdo como quería hacerme bolita y desaparecer.

—Y lo peor—Digo señalandola con una mirada que derrite glaciares— fue que ella me lo presentó.

Mía hace un puchero exagerado y pone ojitos de gatito herido, tan efectivos que mi disgusto se evapora.

—Anotado, no dejaré que Mía me presente a nadie. — Dice la castaña, fingiendo escribirlo en una libreta invisible.

Mía le saca la lengua mientras ella ríe y yo ruedo los ojos, pero una sonrisa enorme me cubre el rostro. Esa calidez familiar me sube por el pecho; la sensación de pertenecer.

Justo en la pared de la entrada veo un cartel de “Se busca cajera”. Me acerco curiosa, sonrió y anoto el número.

Quien quita y me contraten. Ya tengo experiencia, he trabajado de todo hasta de payasita en fiestas infantiles (sí, con nariz roja incluida).

Las tres nos adentramos al supermercado, el calorcito del lugar nos da la bienvenida y el olor a pan dulce me abre el apetito. Mía toma un carrito y comenzamos la búsqueda de comestibles.

Vanessa va por los plátanos, mientras yo tomo las manzanas más brillantes y las acomodo en una bolsita.

—¿Dean ha hablado contigo últimamente? — pregunta Mía con desinterés, pero la conozco de toda la vida y, es obvio que ese desinterés es fingido.

—No mucho — respondo, encogiéndome de hombros—. Apenas hemos intercambiado un par de mensajes

Ladea la cabeza, pensativa y juguetea con su cabello antes de volver a mirarme.

—¿Por qué? ¿Qué te preocupa?— Interrogo, con los ojos entrecerrados y la certeza de que no me está contando todo.

—Nada, nada.

Mía nunca ha sido una buena mentirosa: evade la mirada y juega con el cabello, justo como ahora.

—Sabes que detecto cuando mientes,¿Verdad?

Suspira dejando caer los hombros.

—Es solo que hay veces en las que me escribe contándome su día y otras en las que pasa semanas sin decir ni “Hola”. No sé, creo que me preocupa un poco.

—¿Por qué no le escribes tú? — pregunto con obviedad cruzandome de brazos

—No quiero parecer intensa

La observo, reprimiendo las ganas de sacudirla de los hombros. ¿Cómo puede ser tan ciega?

—Tú y yo sabemos que eso jamás pasaría por su cabeza. Si le escribo yo, probablemente sí… pero tú, no.

—¡Aquí están los plátanos! —exclama Vanessa triunfante, levantando el racimo como si fuera un trofeo.

—Bien, lindas —dice Mía, usando su mejor arma: evadir las charlas emocionales—. ¿Qué más hay que comprar por aquí?

—Fresas. Las necesito para practicar ese terrible mousse que no me sale. Si sigo así, el chef Gordon me va a despellejar viva y servirme en un horrendo “asado de Vanessa à la Raté”.

—¿Vanessa a la qué? —pregunta Mía, arrugando la nariz—. ¿A la rata?

Vanessa se ríe.

—“Raté” significa “reprobado” o "fallido" en francés.

Soltamos un “ahhh” largo en coro.

—Iré por esas fresas.

—Voy contigo.— responde con rapidez la peliroja y se marcha caminando a su lado, Sé que está evitando seguir hablando de Dean, pero de mí no se escapa tan fácil.

El pasillo de frutas está lleno de color. Los estantes relucen bajo la luz blanca y el aire huele a cítricos. Tomo una pera. No está en la lista, pero ¿por qué no? Tres peras, una para cada una. Aunque se ven algo pálidas… las acerco a mi cara, analizándolas.

—A mi parecer están bastante bien —murmura una voz masculina detrás de mí.

Me sobresalto, casi dejando caer la fruta. Giro rápido, con el corazón acelerado. Y ahí está el, el chico de ojos verdes, al cual parece le encanta asustarme.

—¿Te asusté, vecina? —pregunta con una sonrisa ladeada.

—Sabes que sí.— respondo, dejando las peras en su lugar.

—No fue mi intención.

Alzo una ceja y le doy esa mirada de “sí, claro, y yo soy hija de Dracula”

—A este punto, lo dudo.

—Eres bastante adorable, — murmura y toma uno de mis rizos entre sus largos dedos. Siento como los colores me suben al rostro y el corazón me late tan fuerte que temo que el también lo escuche. No sé si reír, escaparme o quedarme aquí fingiendo que todo está bajo control.

Elijo la última.

—No me comprarás con halagos — digo, intentando sonar segura, aunque por dentro esté gritando.

—Me descubriste — levanta los brazos, como diciendo: sí, señoras y señores, soy culpable.

Sonríe, mostrando su perfecta dentadura y ese hoyuelo en la mejilla que me roba el aliento. ¿Acaso hay algo en este hombre que no sea perfecto?



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En el texto hay: comedia romantica, drama, amista

Editado: 15.12.2025

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