Al rojo vivo

3- Una nube rosa y un ascensor malvado

 

-Al rojo vivo – dijo Silk contestando el teléfono.

-¿Señorita Aimes?- preguntó la voz de Rheet desde el otro lado y ella sintió que todo su cuerpo se estremecía.

-¿Señor Velvet? ¿Qué necesitaba? – preguntó sonando fría y controlada.

-En realidad  llamaba por la tela que se llevó consigo, es una valiosa muestra y…

-Puedo enviársela hoy mismo – contestó ella y recordó la textura de la suave seda. Era un tejido bellísimo y al llegar a su casa, pudo admirar su calidad, aunque el recuerdo de su contacto sobre la piel, le recordaba también el roce casual de Rheet mientras la envolvía.

-No, no es eso – dijo él.

-¿No la quiere de regreso?

-Lo que quiero es que diseñe algo con esa tela, algo que demuestre que sus prendas son dignas de nuestros tejidos. Entonces si me conforma, haremos negocios –explicó  y ella sintió una mezcla de emociones. Tuvo ganas de mandarlo al infierno, pero no podía darse ese lujo.

-Está bien…acepto.- dijo y colgó. Iba a demostrarle a ese engreído quién era ella.

 

Estaba concentrada sobre el tablero, haciendo  los bosquejos, rehaciendo uno tras otro. Tenía la idea  en la cabeza pero le costaba darle forma. Comenzaba a sentirse desanimada, había dejado la atención de los clientes en manos de su empleada y se había encerrado en  el cuarto de diseño que estaba en la tienda, sin embargo tras horas y horas de trabajo, no había logrado nada.

-¿Silk? Te buscan- la llamó Anna  y ella fue a ver quién era.

Era un mensajero con una caja. Una caja roja con las iniciales CA entrelazadas. Le dio propina al muchacho y se retiró con su paquete. Lo  abrió y el aroma a chocolate invadió sus sentidos, con una sonrisa tomó la tarjeta.

“Para que repongas fuerzas. Con cariño. Candy”

Inmediatamente  le hizo justicia a su postre , mientras se tomaba un descanso, luego envió un mensaje de texto a su amiga. Sólo las hermanas de la vida sabían qué era lo que uno más necesitaba en el momento justo.

Luego de la dosis de azúcar volvió al trabajo, se acercó a la tela que estaba extendida entre un par de sillas y la acarició. Tenía una textura increíble y los recuerdos invadieron su mente, se acordó de Rheet envolviéndola, de la suavidad de la seda acariciando su piel y de las sensaciones que habían bombardeado sus sentidos. Si pudiera transmitir eso con sus diseños , sería maravilloso.

De repente tuvo una idea y sin perder tiempo comenzó a dibujar. Luego realizó una llamada a su amiga Elinor Braundelle. Era una famosa diseñadora de vestidos de alta costura y ella necesitaba un pequeño favor.

-¿Eli?¿Aún tienes algún retazo del terciopelo con el que confeccionaste aquel maravilloso vestido?- preguntó a su amiga  por teléfono y la respuesta de ella le dibujó una sonrisa.

 

Dos días después , Silk estaba en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Elinor realizaba su desfile allí y la había invitado. Lo menos que podía hacer después de que la ayudara era ir, además siempre eran un gran espectáculo y los vestidos eran obras de arte. Era una pena que Candy no la hubiera podido acompañar.

La joven se apresuró  hacia el ascensor porque iba un poco retrasada. Con la prisa no se dio cuenta de que la falda de su vestido quedaba enganchada entre las puertas del ascensor , sólo lo notó cuando comenzó a elevarse y un fuerte tiró lo arrancó de su cuerpo dejándola casi desnuda.

 

Rheet , estaba charlando con un amigo mientras se dirigía al desfile de una de sus clientas más afamada, cuando observó a una mujer conocida correr hacia el ascensor.  Vio pasar a Silk Aimes por delante de él, llevaba un vestido plisado rosa pálido  que se movía insinuante alrededor de ella, casi como si la envolviera una capa de algodón de azúcar. Un instante después vio como esa falda era atrapada por las puertas metálicas y se rió.

-¿Rheet? – lo llamó su amigo.

-Lo siento, Carl. Tengo que ir a hacer de caballero andante – le dijo sin que el otro hombre lo entendiera. Luego se dirigió hacia una mujer que pasaba.

-Disculpe, ¿cuánto por su abrigo? – le preguntó señalando el largo abrigo color manteca que llevaba.

Aquello era totalmente ridículo, era imposible que su vestido hubiera quedado atrapado por las puertas del ascensor tres pisos debajo de ella. Y era más ridículo aun que en su afán de ser elegante no hubiera llevado ningún abrigo que le sirviera para cubrirse. Ahora sólo iba vestida con un conjunto de lencería color piel y una pequeña cartera  bordada que no le servía ni para cubrirse el pecho.

Cuando el ascensor había llegado a su destino lo había vuelto a accionar para que no se detuviera. No podía dejar que alguien la viera así. Necesitaba ganar tiempo.

Por suerte llevaba su teléfono, así que llamó a Candy, ella prometió ir en su rescate, pero  estaba muy lejos y era imposible que llegara antes de media hora. Y más imposible aún era que ella siguiera encerrada allí más de quince minutos, tarde o temprano alguien necesitaría el ascensor y la verían casi desnuda. No tenía tanto coraje como para salir caminando vestida con mínimas prendas de encaje y una cartera.




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