Melinda Dawson aparcó su nuevo Mercedes frente al bar en el que había quedado con sus amigas y suspiró, sin poder evitarlo lanzó una mirada a su asiento trasero y sonrió al mirar las bolsas que ocupaban todo. Le gustaba irse de compras, las reuniones sociales no le gustaban tanto y, aunque habría vendido su alma por no tener que estar allí en aquel momento, ya no tenía forma de escapar.
Las chicas y ella habían quedado para las ocho. Mel miró su reloj y pensó que todavía tenía tiempo de volver a casa y llamar fingiendo alguna tos, para decirles que se había enfermado repentinamente.
Pero no funcionaría. No lo haría porque no había funcionado las últimas tres veces.
Con un suspiro, verificó que su maquillaje aun la hiciera ver decente y salió del auto. Caminó a paso lento hasta las puertas del bar donde ya había estado unas cuantas veces, mientras escuchaba el sonido del tacón de sus zapatos de diseñador sobre el piso.
La sorpresa la invadió al traspasar las puertas del cristal y ver que las chicas, generalmente tan impuntuales, ya se encontraban allí. Sonrió y caminó entre las personas, deteniéndose un par de veces para saludar a algunos conocidos, hasta llegar a la mesa de la ventana que sus amigas siempre ocupaban.
Abby se puso de pie tan solo verla.
—¡Ay por Dios, llegaste! —chilló su amiga, tomándola de la cara y besándole ambas mejillas.
—Estábamos apostando. La próxima ronda de margaritas la pagaría quien acertara de qué forma nos cancelarías esta vez —se burló Charlie, ladeando la cabeza para que fuera ella quien la besara.
Sus amigas, no podían ser más distintas una de la otra. Abby era una bomba de emoción todo el tiempo, brincaba, chillaba y hacia bastante fácil saber en qué estaba pensando. Charlie, por otro lado, era toda elegancia y buenos modales. Ella y Melinda eran muy parecidas y por eso hacían un excelente trabajo conteniendo las locuras de Abby cuando su explosividad se le iba de las manos.
—Aun no son las ocho —replicó Mel mientras miraba su reloj y sonrió—, pero hola, gracias con el recibimiento —dijo mientras se dejaba caer en la silla que sus amigas habían guardado para ella.
El bar estaba lleno de gente joven, y la música estaba más alta de lo que Mel recordaba que soliera estar. Abby levantó la mano para llamar a un camarero que se acercó casi de inmediato.
—Nada de agua con gas —la señaló antes de que pudiera incluso abrir la boca—. Ni loca te dejaré ir sobria de aquí. Tenía… ¿Cuántas veces nos hemos reunido sin ella, Charlie? Tres, creo —murmuró, sin dejar que Charlie respondiera.
—No puedo beber, estoy conduciendo.
Su amiga hizo un gesto con la mano y se echó el pelo hacia atrás, como si aquello dejara en claro quien tenía la última palabra allí.
—Nimiedades —murmuró y se giró hacia el camarero—. Tráiganos tres margaritas, por favor.
Mel no se negó. Suponía que podía tomarse un trago o dos, con sus amigas; tal vez era justo lo que necesitaba. Tras el estrés de aquel último mes una noche chismorreando y una margarita no parecían tan mala idea.
De pronto se preguntó por qué llevaba semanas huyendo de aquello, pero casi de inmediato su mente le respondió.
Sus amigas eran expertas en armar planes para cosas locas y luego asediarla hasta que la obligaban a participar. Así la había arrastrado hasta un montón de cosas como saltar en paracaídas o irse de mochilera. A Abby le gustaban las locuras y Charlie era fan de ser una con el universo. Si ahora quería obligarlas a acampar en medio de la nada, no sabía como escaparía de ello.
Durante, al menos, cuarenta minutos las tres solo tomaron y hablaron sobre sus semanas. Mel estaba teniendo unos días loco en el trabajo y las chicas eran muy conscientes del estrés que le generaba así que la escucharon atentas mientras ella se quejaba un poco de todo.
—¿Saben que sería genial para el estrés?
La pregunta se quedó en el aire y Mel no pudo evitar enarcar una ceja, sobre todo porque esa pregunta siempre era el inicio de las propuestas locas de Abby, pero esta vez era Charlie quien la había formulado.
—¿Qué? —inquirió Abby, emocionada.
—Es que mi padre me contó que a finales de este mes el club dará clases de danza de salón, y pensé que podemos hacerlo las tres juntas, como antes.
Mel miró a Charlie sin rastro de emoción en la cara. Era la primera vez en la vida que, el hecho de que era la más joven de las tres, quedaba en evidencia.
—¿A ti desde cuando te interesa bailar?
—¿Desde que nos estamos convirtiendo en tres ancianas? —replicó su amiga, con el mismo tono calmado de siempre. Charlie nunca parecía perder la compostura, ni siquiera cuando se emocionaba por unas estúpidas clases de danza de salón— Ya casi ni nos vemos, esto al menos nos dará una excusa para juntarnos un par de veces a la semana. Y tendremos descuento de grupo, ¿qué más quieres?
—Yo si me apunto -asintió Abby, tras darle un largo trago a su margarita— ¿Qué? —cuestionó al notar la mirada de Mel sobre ella—. El descuento de grupo me convenció.