Al Son de la Pasión

TRES

Mel maldijo y le dio una patada, frustrada, a su inservible auto que se negaba, por alguna razón, a encender. Tenía más de quince minutos intentando encenderlo y no había logrado nada. Miró su reloj y vio que estaba sobre tiempo, tenía una rueda de prensa muy temprano aquella mañana y luego una reunión que su madre había convocado con todos los jefes de departamento de la empresa. No había mucho que hacer en esas condiciones, solo le quedaba llamar la grúa e irse en taxi.

Intentó sacarle provecho a lo su auto negándose a ir a las clases de baile, pero Abby se había negado a dejarla salirse con la suya y había pasado por ella al trabajo con la condición de que Mel le contara cosas sobre Matthew en el camino, pero para cuando llegaron al club era más bien su amiga dándole lecciones de vida y diciéndole como debía actuar al respecto. Al parecer todas las mujeres a su alrededor caían rendidas ante el encanto de Matthew Foley. Todas, menos ella. Cas había caído años atrás pero no era lo suficientemente estúpida para volverlo a hacer.

De todos modos, siguió los consejos de su amiga, que esa vez no eran tan malos. Charlie pareció de acuerdo con Abby, por primera vez en la vida, sobre lo de mantenerse distante, como si no le importara y ella lo había cumplido, aunque debía admitir que le costó. Evitó la mirada de Matthew toda la noche, y no se quedó en el salón para conversar o lo que fuera que se quedaron haciendo los demás.

Al terminarlas clases, se sentía fuerte al haberlo logrado. Ella nunca fue buena ignorando a Matthew y él lo sabía, lograrlo, aun fuera muchos años después, la hacía sentir poderosa. Con esa sensación el pecho hinchado de orgullo, acompañó a sus amigas hasta el parqueo.

—¿Segura que no quieres que te llevemos a casa Mel? —le preguntó Abby.

Ella volvió a negar con la cabeza. Sus amigas se habían ofrecido, pero sería demasiado exigirles que la llevaran a casa. Abby y Charlie vivan en el centro de la ciudad, en zonas exclusivas que, de hecho, quedaban bastante cerca de allí. Ella disfrutaba un poco más de la tranquilidad de los suburbios así que vivía a una distancia considerable y en dirección completamente opuesta.

—Ya dije que no, chicas, tomaré un taxi.

—Entonces podemos acompañarte mientras esperas —señaló Charlie.

—No, largo de aquí, estoy a salvo —sonrió, empujándolas.

—Bueno, pero llamas en cuanto llegues ¿sí?

—Lo haré.

Observó como sus amigas se marchaban mientras miraba su celular. Suponía que obtener un taxi desde allí sería simple, pero no lo era. Volvió a intentarlo, pero mientras lo hacía una sombra salió de entre los arbustos, haciéndole pegar un grito. Al menos hasta que notó que se trataba de Matthew.

—¿Qué rayos haces aquí? —chilló irritada.

—Es un parqueo y yo tengo un auto. No es ningún delito que yo esté aquí —replicó él con una ceja enarcada y la sombra de una sonrisa en los labios— ¿Y tú?

—No te importa.

—Muy amable, como siempre, pero lugares como estos suelen ser muy peligros a estas horas. Te acompañaré a tu coche.

—¿Lugares como el aparcamiento de un club de lujo? —cuestión, irónica—Gracias por tu ofrecimiento, pero estoy bien —dijo, cortante.

—Vamos, solo son unos metros, luego te librarás de mí.

—Mi auto no está aquí, Matthew, está en el taller. Y yo estoy esperando un taxi que está muy cerca de aquí —contestó ella, más irritada con cada segundo que pasaba— En cuanto me dejes pasar, claro está.

—Si quieres te llevo a casa.

—No, gracias. Lo único que quiero que hagas por mí es dejarme pasar.

—Eres una joven muy educada, Melinda —señaló él moviendo la cabeza en forma de desaprobación —No seas descortés con un viejo amigo.

—Tú no eres mi amigo —exclamó, furiosa.

Mel se fijó en que varias personas que estaban en los alrededores la estaban mirando fijamente. Ella no solía perder la compostura, había sido siempre muy equilibrada. ¡Hasta que Matthew había llegado! Porque claro que solo hacía falta el cretino de Matthew Foley para volverlo todo una locura.

Se obligó a respirar profundo.

—Muy bien. Llévame a casa.

—Un “Gracias por el ofrecimiento, Matt” también estaría bien.

Mel le dedicó una mirada de odio que lo hizo cerrar la boca y darse la vuelta.

—Así está mejor. Mi auto está por aquí —dijo el guiándola entre todos los autos que había allí.

Cuando por fin llegaron al auto y Matthew le abrió la puerta, Mel intentó no hacer ningún gesto que pudiera delatar su sorpresa, pero controlar la lengua se le hizo un poco más difícil.

—¿Tienes un Porche? Es mucho para un instructor de danza de salón.

El se encogió de hombros.

—¿Qué puedo decir? Me gustan los autos bonitos.

—¿Autos bonitos que exceden, por mucho, tu presupuesto?

—¿Tú como conoces mi presupuesto? —replicó él, con calma.

—Yo solo supongo que…




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