Esa noche Mel no pudo dormir, le costó mucho sacarse de la cabeza el fugaz beso que Matthew le había dado hacía ya algunas pocas horas. Todavía sentía el calor de su boca sobre la suya, la suave caricia de su lengua… Se tocó los labios por enésima vez para confirmar que no había soñado aquel beso, ni aquella noche y le pareció increíble que solo un segundo de contacto le diera material para horas y horas de cavilaciones.
¿Qué diantres le estaba pasando? ¿Dónde había ido la Melinda indignada y de piedra de unas noches atrás que no quería tener nada que ver con él? Se suponía que no debía volver a caer en el sucio juego de Matthew Foley. Y él, ¿qué era lo que pretendía? ¿Terminar lo que habían empezado hacia siete años? ¿Venderle un paraíso para luego salir huyendo cuando ella empezara a confiar en él?
Un par de días atrás, en la primera clase, él tampoco parecía quererla cerca. ¿Qué había cambiado?
Mel se preguntó si debería llamarlo y fingirse enferma y cancelar su cita del día siguiente. Tenía un gran arsenal de excusas para librarse de reuniones sociales, una técnica que había perfeccionado con los años y que le había funcionado incluso con su madre.
Dejó caer la cabeza contra la cama, frustrada. Eso no podría ser, porque desgraciadamente no tenía sus números telefónicos ni su dirección ni ninguna otra forma de contactarlo. En un intento desesperado trató de buscar su nombre en la guía telefónica, pero curiosamente no encontró nada, ni un solo Matthew Foley.
Se encontraba en una encrucijada. Aunque sus preguntas tenían una única respuesta: cualquier cosa era mejor que quedarse en casa un sábado por la noche mirando el canal de clásicos y comiendo palomitas de maíz bajas en calorías.
Una parte malvada de ella quería dejarlo plantado de la mejor manera, tal vez esperarlo en ropa deportiva y decirle que no estaba de ánimo, pero también tenía una parte que no había hecho nada emocionante en meses y que estaba harta de no hacer más que trabajar
No. Tal vez si debería salir con Matthew, disfrutar cuando pudiese; después de todo, la cena de la noche anterior no había sido tan mala. Si había algo que Matthew no era, era una mala compañía. Lo único que tenía que hacer era mantenerlo lejos, a raya.
Esa era la mejor opción. No podía olvidar que había jurado no volver a caer en el juego rastrero de Matthew Foley, pensó mientras al fin se quedaba dormida.
A las seis de la tarde del sábado, la habitación de Mel parecía un campo de batalla. Sobre su cama había docenas de vestidos, tops, pantalones vaqueros, cinturones… En fin, toda su ropa estaba esparcida por el cuarto. Mel había pensado que esa etapa de odiar toda su ropa al momento de una cita había quedado atrás junto con el acné, pero se había equivocado, nunca le había resultado tan difícil encontrar que ponerse, pero estaba indecisa con respecto: no quería verse muy sexi o muy arreglada porque no quería que Matthew pensara que lo hacía para impresionarlo; pero, por otro lado no quería verse muy desenfadada porque no sabía a dónde irían y luego no quería sentirse fuera de lugar.
Escuchó el timbre de la puerta principal e instintivamente miró su reloj, aun no eran las siete, no podía ser Matthew, pero tampoco esperaba a nadie más. A menos que Charlie o Abby hubieran decidido ir a visitarla en vista de que no había contestado ninguna de sus diecisiete llamadas en todo el día.
Se puso el albornoz que estaba colgado en la puerta del baño y bajó a abrir la puerta. Decir que le sorprendió encontrar a Matthew allí era mentir porque una parte de ella esperaba ese tipo de cosas de él. Aparecer antes de tiempo no era lo peor que se le podía ocurrir.
—Aún no son las siete —murmuró, dejándolo pasar a su salón.
—Hola, también me alegra verte –dijo él con una sonrisa– Puedes tomarte tu tiempo, no importa.
Mel percibió como la mirada de Matthew se deslizó por su cuerpo y se sintió desnuda, sabía muy bien que un albornoz no era una vestimenta decente para recibir a nadie, para tampoco es que la hiciera merecedora de ese tipo de miradas que se sentía como si él la estuviera tocando.
—Como puedes notar, aun no estoy lista —señaló, ignorando la mirada de Matthew—. No me has dicho dónde vamos y aún no decido que ponerme.
Él le dedicó una media sonrisa.
—Nuestro destino es una sorpresa, pero puedes ponerte lo que desees. En realidad, importa tan poco que incluso podrías venir como estás —la provocó.
—Tremendo ofrecimiento, pero no, gracias. Iré a cambiarme, tu… ponte cómodo, no demasiado. Solo siéntate. Ya vengo.
Mel ignoró la sonrisa en el rostro provocador de Matthew y se dio media vuelta de regreso a su habitación. Se repitió que no debería volver a abrirle la puerta cubierta por un trozo de seda. Volvió a su habitación y miró toda la ropa tirada sobre su cama. Dejar la elección a su criterio lo ponía en el mismo punto en el que estaba quince minutos atrás.
Al final se decidió por un vestido veraniego de color azul agua que no se había puesto antes; se trataba de un regalo que Abby le había traído de su último viaje de vacaciones. Lo combinó con unos zapatos del mismo color y complementó su imagen con unos pendientes morados y un poco de maquillaje.
Acababa de ponerse el brillo labial cuando escuchó la voz de Matthew a sus espaldas.