Al Son de la Pasión

CINCO

¿Qué se había esperado de la casa de Matthew? En realidad, Mel no tenía idea, pero desde luego no era una casita pintoresca en mitad de un bosque de robles, tan denso que el sol apenas bañaba su tejado. El lugar era uno de los más bonitos que había visitado y se imaginó que a Charlie la volvería loca si estuviera allí.

Pero no estaba Charlie, ni nadie más además de ellos dos, lo que era peligroso, tomando en cuenta que tan pronto habían estado a solas la noche anterior, sus labios encontraron la forma de unirse.

El interior de la casa era igual que el exterior. Los muebles lucían viejos, pero extrañamente acogedores, y había estanterías llenas de adornos de cerámica. Ella fácilmente podía imaginarse alguna ancianita en el sillón, bordando con una taza de té al lado.

—Es un lugar hermoso —comentó— pero no es lo que me esperaba.

—En tus expectativas seguro había un sótano oscuro y mugroso con olor a pizza vieja.

—Más bien con olor a sudor, pero supongo que la pizza vieja debe ser igual de espantosa —se burló.

Él se rio.

—En realidad no vivo aquí, pero pensé que te gustaría. Recuerdo que siempre hablabas de tus ganas de irte a vivir a la nada con dos gatos y una iguana.

Mel se quedó en silencio unos segundos. Ella recordaba vagamente esa conversación. Ellos se habían escapado de sus madres en medio de la madrugada, habían caminado hasta la orilla de la playa y de repente, ella comenzó a hablar de cuando le gustaban los sonidos de la naturaleza, de lo bien que se sentía estar allí ellos solos y de lo mucho que odiaba el bullicio de la ciudad. Y luego había surgido la idea de estar en medio de la nada.

Matthew, siendo más práctico que ella, había comentado la necesidad de protección, a lo que ella respondió que se sentiría bastante a salvo con dos gatos y una iguana.  Lo que le sorprendía es que él pudiera recordarlo tanto tiempo después.

—Bueno, resulta que soy alérgica a los gatos, pero si tienes una iguana este es el momento para enseñármela —bromeó. Luego volvió a quedarse en silencio— ¿Dónde vives entonces?

 —En la ciudad —contestó él sin dar muchos detalles—es que era la casa de mi abuelita y me gusta venir de vez en cuando, aunque si viviera aquí pasaría más tiempo en la carretera que en casa.

—Entiendo.

En realidad, Mel no entendía nada. No entendía cómo alguien como Matthew podía darse el lujo de mantener dos casas, tener un Porsche y pagar cenas de lujo haciendo lo que hacía. Estaba confundida, pero hacer el comentario sería demasiado descortés y ella ya había sido una perra la noche anterior. No creía poder hacerlo dos noches seguidas.

—Esto no es como tu casa en la playa —señaló él, cuando ella lo siguió hasta la cocina, donde una olla estaba al fuego.

¿Había estado ahí todo el tiempo?

—Yo creo que tiene más encanto —respondió Mel, y no mentía, el lugar le parecían encantador y fabuloso, incluso con la compañía— y es acogedor.

O tal vez, justo por la compañía le dijo una voz en su cabeza.

—Si, tal vez algún día le haga un par de reformas.

Ella miró a su alrededor.

—Yo creo que lo único que le falta es una iguana o dos.

Matthew dejó escapar una carcajada sonora que se metió dentro de la piel de Mel, como si su risa le acariciara cada poro.

—¿Quieres algo de tomar? —cuestionó él—, tengo zumo y creo que té helado.

—Agua, por favor.

Sacó una botella de la nevera y le sirvió un vaso con una rodaja de lima. Al entregárselo sus dedos se rosaron. Mel tenía que distraerse con algo.

—¿Eso es lo que huele tan bien?  —preguntó señalando la olla que había visto un momento atrás.

—Sopa de pollo. Receta especial de la familia.

Los ojos de Mel se achicaron si poder controlarlo.

-No me digas que es la sopa que hacía Diana.

Él sonrió y asintió.

—No es por presumir, pero fui su mejor aprendiz.

Ella saltó como una niña, de repente volvía a ser la adolescente que se pasaba las tardes en la cocina con la madre de Matthew, viéndola preparar platos deliciosos y conversando sobre tonterías. Diana fue la primera adulta que la hizo sentir escuchada cuando su propia madre estaba demasiado ocupada con su vida sofisticada como para prestarle demasiado atención.

Apartó esos recuerdos de su cabeza.

—¿Qué más sabes hacer?

—Lamentablemente, no mucho. Mamá sacó el talento para la cocina y yo la belleza y el carisma.

Ella sonrió y puso los ojos en blanco.

—¿Y con qué frecuencia almuerza usted belleza y carisma, señor Foley?

Él re recargó sobre la encimera, quedando más cerca de ella. Lo peor fue que ella no se molestó en alejarse. Se sentía más cómoda de lo que había estado en bastante tiempo.

—No tanto como me gustaría, pero bueno, yo solo quería impresionarte e imaginé que la sopa sería una buena opción.




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