Al Son de la Pasión

SEIS

—Melinda Dawson, ¿Dónde se supone que te metiste en todo el fin de semana?

Mel escuchó la voz de Abby a sus espaldas e intuyó que estaba a punto de convertirse en la víctima de un horrendo crimen. Ahora que Matthew estaba merodeando, sus amigas sentían que estaban viviendo en una telenovela de bajo presupuesto y querían estar enteradas de cada detalle y ella había estado ignorando sus llamadas desde el sábado.

Se había guardado para sí el hecho de que él la había besado o que la invitó a su casa, pero no pudo ocultar el hecho de que la había llevado a casa el viernes en la noche y las chicas no habían parado de intentar obtener información.

—Es un gusto verte, Abigail —respondió, forzando una sonrisa. Sabía cuanto su amiga odiaba su nombre completo.

Pero ella ni siquiera se inmutó.

—Bueno ¿y tú donde te habías metido? —insistió.

—He estado trabajando.

Mel mintió con tanta calma que incluso ella misma pudo verse sentada en su escritorio

—Pues yo fui a tu casa el sábado y no estabas. ¿Comenzaste a trabajar en sábado, Mel? —inquirió Abby enarcando una ceja y cruzándose de brazos.

—Con la fiesta a la vuelta de la esquina trabajo siempre que tenga que hacerlo, tú misma has visto como se me amontona el trabajo.

Su amiga le dedicó una sonrisa burlona, pero Mel no flaqueó. Abby era una persona muy perceptiva, pero se necesitaban muchas más habilidades que la percepción para lograr descubrirla.

—No me creo ni una palabra de lo que dices.

Charlie aprovechó justo ese momento para entrar en los vestidores. Mel se imaginó que ella y Abby la iban a presionar hasta que lo soltara todo, hasta el más mínimo detalle; pero cuando vio la sonrisa en la cara de su amiga no supo que pensar.

—Déjala ya, Abby —murmuró con su calma característica.

Abby la miró horrorizada.

—¿Por qué? Nos tuvo mordiéndonos las uñas durante cinco días. ¡Cinco! —Se giró hacia Mel— Dijiste que hablaríamos sobre el viernes y no llamaste.

—No pasó nada el viernes —susurró, sin poder evitarlo—. Él solo me llevó a casa.

—Pero antes de dejarte pasaron a cenar a Angolo —la interrumpió Charlie.

Mel y Abby se miraron a los ojos y luego miraron a Charlie fijamente. Lo primero que Mel le llegó a la mente fue la pregunta ¿Cómo se había enterado? Claro que ella no andaba de incógnita ni mucho menos, pero tampoco había pensado en la posibilidad de ser vista por algún conocido, al menos no un conocido que pudiera contarle a su amiga.

—¿Tú como sabes eso? —inquirió, imitando su calma.

—Alguien me lo contó, naturalmente. No puedes pretender que nadie te conozca en un lugar así. Quizá si hubieras ido a comer perritos calientes a la esquina, nadie se habría enterado.

—No me estaba escondiendo —mintió, pero esta vez supo de inmediato que no fue tan convincente— Matthew se ofreció a llevarme a casa y luego me invitó a cenar. Nos conocemos de toda la vida, no hay ningún delito en eso.

—¿Entonces por qué te sonrojas cuando lo admites? —insistió Abby.

Mel apartó los ojos.

—Ambas están paranoicas e insoportables. Y yo no estoy escondiendo nada con respecto a Matthew Foley —murmuró y miró su reloj con gesto nervioso— La clase debe de estar a punto de empezar; salgamos de aquí.

Salió de los vestidores antes de escuchar la respuesta de sus amigas y se ubicó con el resto del grupo. Ella habría querido no tener que ir allí aquel día, pero eso solo levantaría muchas más suspicacias en sus amigas así que había tenido que sacrificarse e ir a verle a cara a Matthew, aunque fuera una experiencia incómoda.

Durante toda la clase, Matthew pareció ignorarla por completo. No la miró, ni le habló e incluso tampoco corrigió ninguno de sus muchos errores al bailar. Aunque claro, Mel no podía esperar menos después de haberle gritado la última vez que se habían visto. Cuando él se giró y pasó la vista por el salón, ella sintió que sus nervios revivían.

—Genial —dijo ladeando la cabeza—, practiquemos en parejas –dispuso, moviéndose entre los participantes y formando parejas aquí y allá.

Mel se sintió aún más incómoda cuando pasó por su lado, ignorándola aún más hasta que todo el salón tuvo pareja menos ella. Estaba enrojeciendo de la rabia cuando él al fin se giró y la miró a los ojos.

—Tú vienes conmigo.

Mel quiso negarse rotundamente, pero eso sería atraer la atención hacia ellos y en esos momentos era lo que menos quería. Matthew la tomó en sus brazos y comenzaron a moverse al ritmo de la música, igual que el resto; pero por alguna razón era como si estuvieran solos en el salón. Durante unos minutos ninguno de los dos dijo nada y Mel descubrió a su cuerpo traicionero sintiéndose excitado por el contacto con el cuerpo de Matthew. Hacía muchos años, siete para ser exactos, que no estaba tan cerca de él y la proximidad causó estragos en sus sentidos.

—¿Estás bien? —Le preguntó él al oído.

Cuando sintió su aliento contra la piel, Mel sintió que la piel le hervía. Tuvo que carraspear antes de contestarle.




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