Al Son de la Pasión

SIETE

Mel se encontraba metida en la bañera cuando escuchó el timbre. Se tomó la molestia de echar un vistazo a su teléfono para mirar la hora y se dijo que nadie que le interesaba recibir podría estar en las puertas de su casa pasadas las nueve de la noche.

Lo más probable era que se tratara de alguna de las chicas; aunque por lo general solían llamar antes de aparecerse en su casa, no la sorprendería que el interés por el chisme les cambiara las costumbres.

El timbre volvió a resonar por toda la casa y ella suspiró. Había tenido un día horrible y lo único que quería era disfrutar de un baño y luego meterse a la cama, pero parecía que alguien no estaba de acuerdo. Salió de la bañera, resignada, y tomó su albornoz de la puerta del baño junto con la toalla.

El pijama que pretendía ponerse para dormir estaba tirado sobre la cama y se detuvo un momento, pero el sonido del timbre le volvió a meter prisas. Suponía que no s acabaría el mundo si recibía a sus amigas sin ropa interior.

Bajó las escaleras aun secándose el pelo húmedo de la nuca y caminó hasta la puerta, sorprendida de que Abby no estuviera gritando todavía.

La sorpresa fue que ninguna de sus mejores amigas estaba de pie frente a la puerta cuando la abrió; sus ojos se encontraron más bien con la espalda de Matthew Foley, pero solo fueron un par de segundos, tal vez porque escuchó la puerta o porque sintió la luz del interior, él se giró hacia ella.

—¡Matthew! ¿Qué haces aquí? —cuestionó, ladeando la cabeza.

Honestamente no había esperado que él se apareciera en su casa, ni siquiera esperaba que pudiera recordar bien como llegar allí.

—Es que… Saliste huyendo de esa forma tan… Solo quería comprobar que estaba todo bien.

Mel se recostó de la puerta y se contuvo para no sonreír. Claro que le causaba un poco de ternura la expresión de Matthew, el pobre además de todo había escogido la peor de las excusas, pero ella no era quien, para juzgar, además ya había tomado una decisión un rato atrás y todavía no tenía su habitual destello de sentido común, así que el plan seguía en pie.

—Todo va perfectamente, solo estaba un poco cansada. ¿Quieres pasar? —murmuró sin moverse.

Y claro que pudo ver la sorpresa en la cara de Matthew, pero lo ignoró. Suponía que era de esperarse, como también lo fue que el aceptara entrar.

Clavó los ojos en él mientras pasaba a su lado y se permitió aspirar su olor como sabía que él también lo había hecho con ella. Cerró la puerta a sus espaldas y le hizo un gesto a su invitado para que se dejara caer en el sofá.

A ella le gustaría ser una experta en seducción, pero no lo era, siempre había sido otro tipo de chica, una más tímida, de menos palabras, y eso ahora le pasaba factura al no saber como comportase.

Se dijo que tendría que improvisar, entonces, y ocupó el asiento frente a él. No era tan intrépida como para replicar aquella famosa escena de la cruzada de piernas, aunque si lo suficiente como para pensar en ella. Igual no importaba, porque podía ver como los ojos de Matthew estaban fijos en ella.

Solo entonces recordó que solo estaba cubierta por un albornoz de seda que dejaba muy poco a la imaginación además de un poco húmeda; todavía tenía la toalla en las manos. Sintió como se sonrojaba y aprovechó para colocarse el trozo de tela sobre las piernas.

—Entonces… ¿está todo bien? —repitió Matthew, como si no supiera qué decir.

Por un momento a Mel le recordó al joven que había conocido unos años atrás, pero prefería no pensar en eso.

—Solo estoy un poco cansada, he tenido unos días difíciles y… ya sabes —dijo, poniéndose de pie de un salto. De repente se sentía demasiado nerviosa— ¿Quieres algo de tomar?

Lo vio soltar un poco de aire.

—Claro. ¿Por qué no?  

—Sígueme a la cocina, creo que tengo una botella de vino abierta.

Mientras caminaba, intentó no pensar en Matthew detrás de ella, en cómo debería estarla mirando y una parte de ella quiso ser más provocativa, tal vez contonearse un poco, pero eso era demasiado para ella así que ni siquiera lo pensó una segunda vez.

Él ocupó uno de los taburetes junto a la isla mientras Mel hurgaba hasta encontrar la botella de vino, luego fue por un par de copas. Juraría hasta la muerte que no lo hizo a propósito, pro mientras se inclinaba para poder tomar las copas del armario, sintió como su bata se levantaba un poco y el demonio malicioso en ella quiso tener ojos en la espalda para poder ver la expresión de Matthew, sin embargo, no lo hizo.

Tomarlas le tomó solo un segundo y cuando se giró hacia su invitado, la expresión en su rostro le dijo todo lo que ella necesitaba saber. Dejó la copa frente a él y comenzó a servirla lentamente, luego hizo lo mismo con la suya.

No estaba haciendo nada malo, se dijo, solo invitando un viejo amigo a una copa. Solo una copa, luego tal vez bostezaría y le diría que estaba muy cansada; y él se iría a casa, claro. Eso sería todo.

—Tu casa es muy bonita —señaló, parecía interesado en encontrar un tema de conversación y Mel se dijo que debía alegrarse de que no decidiera hablar del clima.

—Gracias —murmuró, dándole el primer trago a su copa de vino—, yo misma me encargué de decorarla.




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